Política, episodio y reconceptualización
Título grandilocuente para una hipótesis: el atraso ideológico de la dirigencia política, de una u otra acera, en los tiempos que corren. Y, lo más probable, derivado de las flaquezas – voluntarias e involuntarias – de los argumentos del poder.
Entendiendo el caso como el de una desactualización teórica, la política está absolutamente trenzada a las circunstancias que no encuentran una vertiente segura de interpretación, sino que – improvisadas – las nociones y esquemas sobrevivientes buscan el constante y, por siempre fugaz, reacomodo mediático. Anteriormente, hubo ideas o planteamientos relativamente complejos, visados por una opinión pública hoy entregada a las grotescas simplicidades de cada episodio o sucesión de episodios que la golpean o dicen golpearla.
La importancia histórica que tuvo la Comisión de Reforma del Estado (COPRE), consistió no sólo en el debate, sino en la propia difusión de propuestas que permearon también a la sociedad, alfombrando la también inevitable y equívoca versión de la que se sirvieron los actuales dirigentes del Estado, sin la compensación de otra más certera y vigorosa de sus competidores. Introdujo perspectivas de amplísima aceptación, orientadas a sustituir las que emergieron a partir de 1936, renovadas después de 1958, períodos de una confrontación existencial que obligaba a los alegatos favorables y contrarios al positivismo y al marxismo en boga.
Ocurre que no hay interpelación sobre la intención y pretensión de sector alguno en la Venezuela actual, pues el régimen ha impuesto la tensión, la violencia y el forcejeo, como herramientas básicas de su supervivencia. Inevitable, por más caprichosa que sea la conducta presidencial, prosigue tácita y anacrónicamente el esquema: una transición democrático-burguesa y una alianza anti-imperialista, así la realidad lo desdiga. De modo que sus oponentes, celebrando la poca exigencia de reflexión, utilizan un lenguaje y unas ideas que se corresponden al país que fuimos y no al que deseamos sea.
Despuntando el siglo anterior, la dirigencia política más sobria, se vio forzada a estudiar las realidades a falta de los especialistas comprometidos que se las reportaran, sin duda igualmente obligada por el medio radial e impreso fundado en el lenguaje. Bajo el imperio de las imágenes, la medición hoy no tiene predilección alguna por los alegatos, relevando a los actores del esfuerzo. Empero, como esas realidades insobornables siguen su curso, llegamos a la monumental engañifa que dice ser una revolución.
La dirigencia política necesita readquirir ciertos niveles de especialización en los asuntos públicos, facilitando así la comunicación y cooperación más eficaz de los sectores decididamente académicos que intentan colaborar, a veces también de cotizarse deslealmente, concediéndonos una visión más coherente, acuerpada y profunda de los problemas a solventar. En los partidos, hay personas de comprobados conocimientos en determinadas áreas, inhibidas por el mismo ambiente de superficialidad que propician, prohibida toda discusión en las direcciones reacias a una efectiva colegiación, celando su condición de tuertos en medio de los ciegos.
Un rápido estudio de las ideas políticas en boga, avisará de las viejas nociones sobre el Estado, faltando por adivinar la crisis universal que padece el de Bienestar, manteniendo intacta la interpretación que hizo Duverger de los partidos, por ejemplo. Lo curioso es que en todos, hay un culto a la personalidad de sus respectivas jefaturas, replicando al inquilino de Miraflores, adecuando los cursos – si los hay – de formación o capacitación de la militancia a la invención de una majestad que la calle sencillamente no conoce.
Un dato importante, buena parte de los periodistas de la fuente poco conocen o les interesa la vida política de fondo, quizá por una rotación que contrasta con la estabilidad y la experiencia o vivencia antes conocida. Y no se trata de solucionar la cuestión con una maestría en ciencias políticas, trasladado y persistente el morbo de la farándula, sino acceder a determinados códigos del oficio político, haciéndose de su propio olfato por los rigores de una lógica que le es tan particular, amén de contar con los esenciales conocimientos del caso: en días pasados, nos consternó que un animador, más que periodista de televisión, preguntase el cómo va la antipolítica para pasar a otro tema de antojo, impidiendo un asomo de profundidad al entrevistado que reconocidamente la tiene.
Una reconceptualización de la vida política significa delatar el anacrónico proyecto totalitario en curso, dando cuenta de las trivialidades que hacen la lucha opositora. Trascender las coyunturas, implica la rápida devolución al siglo XXI que parece no extrañarnos.