Opinión Nacional

Artillería medíatica vs. guerra comunicacional asimétrica

Recientemente, el Consejo de Escuela de Comunicación Social de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB – Caracas) rechazó «la arremetida oficial contra la libertad de expresión en Venezuela» y advirtió sobre el establecimiento de una hegemonía comunicacional por parte del Poder Ejecutivo, advirtiendo que … “la artillería legal avanza con los proyectos de reforma de la Ley del Ejercicio de Periodismo, Educación, Ley de Inteligencia y Ley Orgánica de Telecomunicaciones, Informática y Servicios Postales”.

La artillería mediática es, junto a la movilización de calle de activistas ultrosos (estilo Lina Ron) y las agresiones simbólicas y las no tan simbólicas a los medios opositores al régimen, una parte importante de la logística propagandística que necesita el régimen para emprender, en este caso desde el Poder Ejecutivo, una campaña de reposicionamiento estratégico sobre la opinión pública, manipulando valores como ‘la democratización’ del espacio radioeléctrico, y el uso repetitivo de expresiones tremendistas como ‘latifundio mediático’, pero que en realidad apunta sus cañones contra la libertad de información y a favor de la represión de las opiniones adversas.

Etimológicamente, el vocablo ‘artillería’ se refiere al conjunto de las armas de guerra pensadas para disparar proyectiles de gran tamaño y a largas distancias, empleando una carga explosiva como elemento impulsor. Por extensión, se denomina así a la unidad militar que las maneja. Nada desacertado el adjetivo que califica las reformas legales propuestas por el régimen, porque los proyectiles que se dispararán desde ese armamento legal poseen una carga letal para el futuro del país, y cuenta con un alcance que se proyectaría más allá de la presente y las próximas tres generaciones.

No fue vana ni excesiva la adjetivación ‘artillería legal’, que surgió del citado Consejo de Escuela de la UCAB, atribuyéndole características bélicas a los cuatro proyectos de reforma de leyes, que funcionarán, de aprobarse en la rojita Asamblea Nacional, como cañones y morteros desde donde se disparará contra la oposición de las ideas, la verdad y la libertad.

Pero tal como lo afirmamos en el primer artículo de esta serie, la guerra de Chávez se desarrolla en la opinión pública y es una guerra de percepciones. Una guerra que tiene leyes fundamentales, principios estratégicos y maniobras tácticas, que además cuenta con una impresionante ‘artillería mediática’, representada por todos los medios, los recursos técnicos y los comunicadores que han cerrado filas detrás de su proyecto de país. Visto el despliegue logístico de que dispone el régimen, a los comunicadores resteados con la libertad no les queda otra que asumir la asimetría de tal enfrentamiento, lo cual presupone un cambio en el arquetipo de la comunicación social, una transformación innovadora que será especialmente difícil para los comunicadores que más resistencia oponen al cambio de paradigmas: los periodistas.

La definición más difundida en Occidente sobre la naturaleza de las amenazas y las guerras comunicacionales asimétricas consiste en los intentos de engañar o de erosionar las fuerzas del oponente, explotando sus debilidades, empleando métodos que difieren significativamente del modo usual en que actúa un oponente en sus operaciones.

Una característica de la guerra comunicacional asimétrica, es no ser nunca declarada previa y oficialmente, sino ejecutada en actos y mensajes subversivos aislados, de índole política, por grupos informativos que deben actuar desde la clandestinidad, con métodos persuasivos diversos y sustancialmente diferentes a los que usa el régimen. Este tipo de guerra comunicacional asimétrica ejecuta acciones diseminadas en un territorio no delimitado; se trata de una guerra sorpresiva y desmoralizadora que debe llegar a toda la población en forma indiscriminada. Generalmente los grupos de comunicadores que propagan esos mensajes, no se los auto adjudican posteriormente al hecho por razones obvias: Entre otras, porque al identificarse se desprenden dos factores importantes: el sigilo y la sorpresa. Al principio son informaciones aisladas, que en poco tiempo son calificados y declarados de mensajes terroristas por los regímenes, aunque su objetivo no es producir terror ni amedrentar a gobiernos y a la población civil, sino de enfrentar las mentiras del régimen con informaciones más sólidamente creíbles.

El planteamiento de una guerra comunicacional asimétrica es, en definitiva, un conjunto de iniciativas estratégicas llevadas a cabo mediante prácticas persuasivas operacionales, que tienen por objeto negar las ventajas y explotar las vulnerabilidades del bando más fuerte, antes que buscar enfrentamientos directos, utilizando métodos no convencionales y económicos de comunicación, con el objetivo fundamental de minar las fortalezas del oponente y procurar en todo momento afectar su posicionamiento en los públicos y su voluntad de lucha, al infligirle daños desproporcionados en sus niveles de credibilidad, en relación a los medios empleados.

La “guerra comunicacional asimétrica” no es más que un concepto que escapa a las reglas tradicionales de la comunicación informativa. Más aún, es tan vieja como la práctica misma de la propaganda, pues se trata de confrontaciones persuasivas que se desarrollan en la mente y en el sentimiento de los públicos, entre el poderoso Estado que cuenta con una artillería mediática de enormes proporciones y los comunicadores independientes (periodistas, publicistas, relacionistas y propagandistas) que circunstancialmente unen sus experticias y talentos para enfrentar, en desigual proporción de armamento comunicacional, tal guerra. Ante la increíble diferencia cuantitativa de fuerza y riquezas, los comunicadores demócratas deben adoptar medios asimétricos y no los usuales para luchar y vencer al enemigo. ¿Se atreverán?

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