¿Qué clase de lucha es ésta?
De nuevo se rasgan las vestiduras, con motivo del décimo aniversario de la convocatoria de la asamblea constituyente. La larga intervención presidencial que entretuvo a la audiencia, la que literalmente se sortea una mirada y una referencia, no reportó mayores novedades entre las anécdotas y los desplantes que le ahorran la profundidad de las definiciones y la claridad de una orientación estratégica que conceda una más humana certeza a sus seguidores.
Mienten descarada y frenéticamente, al decirse abnegados defensores de la Constitución de 1999, y versar sobre el imperio y el golpismo con la peor de las emociones subastadas. Y, entre las pedradas maniqueas del largo episodio de distracción, casi inadvertidamente enuncian una constituyente permanente y se atreven a un fogonazo retórico: la lucha de clases.
Poco importa que la polarización social y el conflicto político, orientados hacia una guerra civil o internacional de impredecibles consecuencias, adecuada a los intereses del poder establecido, poco o nada digan de los medios y de las relaciones de producción en la Venezuela – casi nada – rentista, en la que el socialismo alegado tiene por fundamento la completa confiscación del Estado, propietario de más del 90% de las divisas que ingresan al país, por señalar un solo aspecto, afianzado por un vasto lumpemproletariado de características consabidas. O que la casta beneficiaria que no repara en gastos suntuarios, como presupuestaria y legalmente está consagrado para la residencia presidencial, tenga por origen y legitimidad la corporación castrense a la que perteneció o pertenece, mientras el mundo de los trabajadores está estremecido por el sicariato y las corruptelas que muy difícilmente pueden imputar a la oposición.
La conclusión a la que arriba la editorial de la revista “Sic” (nr. 717 de 07/09), al dar cuenta de la legalidad abolida, en el memorial de los agravios ya conocidos, es que el régimen opera e impulsa un cambio de hegemonía, teóricamente sustentado por la lucha de clases. Sin embargo, modestamente estimamos que los problemas, las resistencias y los cuestionamientos que experimenta el poder no se deben a sus esfuerzos por conjugar la democracia, la participación, la justicia y la igualdad, sino – descuartizados, con una anestesia que no alcanza- al obstinado empeño de garantizar la permanencia de los sectores dirigentes del Estado, prolongar el asalto de las arcas públicas, aprovechar las circunstancias que puedan brindar las transformaciones geopolíticas de inicios de siglo y, en última instancia, explotar la misma resistencia de una sociedad tercamente rentista.
El régimen tiene por ventaja la escasa conceptualización oficial de sus intenciones y pretensiones, facilitando el concurso o la pugna de aquellos seguidores que, de buena o mala fe, buscan definirlo. Cada coyuntura le permite al mandatario y a sus más cercanos colaboradores, hacerse de la verborrea que consideran más adecuada en el intento de justificar sus procedimientos y dividendos.
Las motivaciones y resultados de la lucha emprendida por el gobierno, tienen más de odios y resentimientos del país amenazado que buscó culpables al pasar las bonanzas, que de una confrontación de clases, quizá sin entender que el pueblo de hoy no es el mismo al concluir Guerra Federal, o no se trata del portero de una discoteca de Las Mercedes que impide la entrada de negros, chinos, obesos, impedidos. Además, ¿qué lucha ésta y a dónde llega?, porque las organizaciones de derechos humanos indican que las víctimas más numerosas del hampa son las de tez más acentuada, jóvenes y pobres. En otras palabras, la mentada lucha de clases del chavezato desemboca en la muerte de los más negritos, carajitos y pela-bolas de la población.
De atenernos al marxismo clásico, si fuere el caso, otra sería la lucha de clases que se está dando y – por supuesto – de largo alcance histórico, cuyo resultado seguramente derribará a los actuales protagonistas del poder. Empero, ya lo sabemos, transitamos el socialismo de las adivinanzas, pues siempre será necesario interpretar el objetivo, interés y ocurrencia de Chávez Frías y aún de toda la variedad que comporta el llamado “chavismo sin Chávez” que está ahí, palpable aunque silente, apostando por la supervivencia en medio de la debacle que sospechan: no les cuesta absolutamente nada decir que Marx está superado y puede hacerse un socialismo sin los ingredientes mínimos que el alemán aportó, pudiendo ser cualquier cosa, incluso réplica del socialismo real harto conocido.
Tememos que, en esta versión tan extremadamente postmoderna de las cosas, es Rigoberto Lanz el que está a la cabeza del Estado. Y, por ratos, se hace llamar Hugo.