China: un Singapur gigante
China ha logrado sacar de la pobreza a alrededor de 700 millones de personas en poco más de treinta años y su economía deberá estar ocupando la primacía mundial antes de finales de década. Si bien es sabido que Deng Xiao Ping fue el padre de ese modelo económico, pocos conocen la influencia del fundador de Singapur, Lee Kuan Yew, sobre el mismo.
Deng visitó Singapur en 1978, quedando profundamente impresionado con la prosperidad emergente de ese país y con la visión de su líder. De regreso a China llamó a su pueblo a seguir la experiencia de la ciudad-Estado, señalando que mil Singapur debían ser sembrados en China. Ello inició un proceso de apertura programada de compuertas económicas. Acto seguido numerosas delegaciones chinas comenzaron a visitar a Singapur para estudiar los secretos de su éxito. Entre 1985 y 1990 Goh Keng Swee, mano derecha de Lee Kuan Yew, se transformó en Asesor para el desarrollo de las «zonas económicas especiales», que sirvieron de despegue al nuevo modelo. Más aún a comienzos de los noventa se estableció en Suzhou, China, un parque industrial singapurense que reproducía en detalle las experiencias de ese país. Era una suerte de laboratorio a disposición de los expertos chinos.
¿En qué consistía la especificidad singapurense que tanto impresionó a Deng? Según Henri Ghesquiere: «en Singapur el Estado lleva el timón del desarrollo, orientando al sector privado. La mano invisible de este último es guiada por la mano visible del Estado» (Singapore’s Success, Singapore, 2007). Aunque propiciando activamente la inversión privada, y dando amplio espacio de maniobra a ésta dentro de los espacios que le han sido fijados, el Estado supedita dicha inversión a sus planes estratégicos, a sus políticas industriales y a su marco regulatorio. El Estado, a la vez, participa directamente en la economía a través de sus propias empresas a las cuales asigna un conjunto de áreas fundamentales dentro de la misma. Más significativo aún, asumiendo la naturaleza dinámica del proceso económico, el Estado se adentra en una reinvención periódica de sus objetivos estratégicos, privilegiando en cada fase a un nuevo grupo de sectores. El resultado es el tercer PIB per cápita más alto del mundo: 64.584 dólares (IMF, World Economic Outlook, April 2014).
Se ha argumentado que en una economía globalizada lo pequeño es hermoso, dada la flexibilidad que brinda el menor tamaño para moverse con rapidez. No en balde de las diez naciones más ricas del mundo en PIB per cápita solo dos superan los cinco millones de habitantes (Alberto Alesina y Enrico Spolaore, The Size of Nations, Cambridge 2003). Siendo una isla de apenas 716 kilómetros cuadrados y menos de cinco millones de habitantes, Singapur cae perfectamente dentro de este marco. ¿Pero qué decir de China con sus 1.3 millardos de ciudadanos y una extensión territorial comparable a la de Estados Unidos?
China ha logrado moverse, en efecto, con una rapidez y flexibilidad que lucían impensables. Al hacerlo aplicó el modelo de Singapur a escala gigante. El establecimiento de las Zonas Económicas Especiales en 1979 inició la apertura de la economía china a la inversión extranjera. Las mismas comenzaron en el Sudeste del país teniendo como punto de despegue inicial a las recién creadas ciudades de Shenzen, Zhulai y Shantou en la Provincia de Guandong y de Xiamen en la Provincia de Fujian. Ello fue seguido en 1983 por ocho zonas adicionales de inversión prioritaria en las áreas de Peking-Bohhai, Shanghai, Wuhan y Delta del río Perla. En 1984, 14 ciudades costeras adicionales fueron abiertas a la inversión extranjera. Y así sucesivamente.
Sin embargo, este proceso fue no solo gradual sino también estratégicamente planificado para promover a sectores específicos. A comienzos de los noventa la prioridad fueron las inversiones en energía, materiales básicos e infraestructura. A mediados de esa década la prioridad pasó a industrias de capital intensivo y economías de escala como maquinarias, automóviles y electrónica. Y así sucesivamente hasta llegar a 2012 cuando comenzaron a enfatizarse tecnologías de ahorro energético y ambientalmente amigables, energías alternativas, automóviles de combustible alternativo, tecnología de la información de última generación, materiales avanzados, etcétera.
Las tarifas fueron a la vez cayendo en relación directa a la capacidad para enfrentar la competencia extranjera: 55% en 1982, 24% en 1996 y 12% en 2003. En 2006, y como consecuencia de la entrada de China a la OMC en 2001, se redujeron a 6%.
La combinación del modelo económico, la eficiencia en la gestión y los trazos culturales de pueblo que ambos países comparten, parecieran explicar el éxito anterior. No en balde Niall Ferguson ha calificado a China como un «Singapur gigante» (Civilization, London 2011).