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El fondo del asunto

Una, entre las características ventajosas de la democracia es la de permitir que las tensiones sociales disminuyan y se disipen en el normal debate cívico que instituye y en los frecuentes comicios, en los que los ciudadanos expresan su voluntad al tiempo que, psicológicamente, drenan sentimientos negativos sobre gobernantes y frustraciones que derivan de conflictos y situaciones propias del entramado social.

En los análisis y comentarios que he leído y oído a raíz del mortal y lamentable atentado contra el Fiscal Danilo Anderson (q.e.p.d.), que por principios cristianos y convicciones democráticas no puedo sino condenar, no he percibido mención alguna sobre lo que, a mi manera de ver, constituye el verdadero fondo del asunto.

En efecto, cuando en una Sociedad, cualquiera que sea, se cierran –o se amenaza con cerrar- todos los canales de expresión por los cuales la población puede manifestar su sentir; cuando la normal vía electoral es manipulada y, en ello, desprestigiada institucionalmente hasta el punto de que los ciudadanos le retiran toda confianza; cuando la vigilancia oficial puede violar la privacidad en las comunicaciones de cada miembro del Cuerpo Social; cuando la amenaza sobre ciudadanos que han actuado o, pretendido actuar, comportándose de manera formalmente legal, se concreta en medidas que les privan de sus libertades y de sus legítimos derechos de defensa, o se concreta en agresiones corporales que no son investigadas y quedan sin sanción; cuando las instancias de actuación de las instituciones jurídicas dejan de obedecer a la justicia determinada por las leyes dentro del Estado de Derecho, para ceñirse, únicamente, a la voluntad individual de un gobernante, o colectiva de un sector parcial del espectro político; cuando desde lo más alto del gobierno se llama enemigos a los adversarios políticos, a quienes se descalifica con toda suerte de epítetos y contra los cuales se libran batallas; cuando desaparece una persona y no se investiga sino se persigue legalmente a su defensor y a sus familiares; cuando ocurre todo esto, que es característico de los regímenes totalitarios de dominación política en los que no operan aquellos valores y mecanismos de funcionamiento propios de la democracia, ni se respetan sus valores; entonces, las tensiones sociales acumuladas pueden no tener otra expresión que la lamentable de la violencia. Esto, a mi manera de ver, es el fondo verdadero de lo acontecido.

Lo ocurrido en el crimen sufrido por el Fiscal Anderson, ha sido calificado como terrorismo. Sin duda que en el hecho hay elementos que permiten esa calificación y que son comunes en los hechos “normales” que presentan las diversas formas de terrorismo. Ello será válido en la medida en que se establezca que fue un recurso utilizado para intimidar a un cierto tipo de destinatario, con poder o sin él, y en vista de lograr un objetivo determinado. De haber sido la acción de un enemigo personal del Fiscal (en venganza, por ejemplo), estaríamos ante un crimen simple.

Vale la pena señalar, como lo hace Bobbio (“Il Dizionario della Politica), que es necesario diferenciar entre “terrorismo” y “terror”: este último es “la forma que adopta un gobierno privado de legitimidad popular, con el único y exclusivo fin de conservar el poder” en el ámbito de su territorio nacional (p.ej.,el caso emblemático de la Revolución Francesa; o del stalinismo en la URSS de los años treinta; o de los primeros años de la dictadura totalitaria del comunismo fidelista en Cuba; etc.).

De la misma manera, habría de recordarse que, aunque revestidos de las mismas características, ejecutorias y propósitos propios del terrorismo, digamos “convencional”, tal calificativo no procede cuando se trata de hechos de la resistencia de un pueblo que sufre la invasión y ocupación del extranjero: la resistencia francesa contra el nazismo y la colaboración; la lucha de i partigiani en Italia; etc. En efecto, tales situaciones se equiparan a las de legítima defensa de las personas, sea que actúen en grupos o de manera singular. Si debemos poner, en esta hora, todas las verdades sobre la mesa, ¿es cierto, o no, que muchos compatriotas sienten que su territorio nacional ha sido ocupado por el extranjero?

Evidentemente, no se trata acá de justificar y menos de aprobar hechos como el ocurrido, estén o no inscritos en lo que abarca la noción de terrorismo. El científico político (cuya conducta asumo) constata los hechos y, a la luz de la ciencia que conoce, los explica y comprehende. Sus conocimientos son útiles para poner correctivos adecuados a fin de impedir las manifestaciones negativas que acompañan esas enfermedades de las Sociedades como son, entre otras, las del totalitarismo. Igual como el médico, a quien no le gusta la enfermedad contra la cual propone curas; o el psiquiatra, que conoce y comprende las enfermedades del alma y es capaz de explicárselas y sanarlas.

En el fondo de la difícil situación que vivimos en Venezuela, es menester recordar que en toda Sociedad que aspire a avanzar propiciando el desarrollo integral de las personas de sus miembros, es indispensable el reinado de la paz. “La Paz es la obra de la Justicia”, recordaba S.S. Paulo VI en su Encíclica “Populorum Progressio”. Pero ello significa, al mismo tiempo, que la guerra y la violencia son obras de la injusticia.

Es mucha la violencia en la Venezuela de hoy: violencia acumulada en el pasado, exarcebada en el presente. Violencia política, violencia social, violencia contra la persona humana cuya eminente dignidad no se respeta ni considera. Estamos aún a tiempo de conjurar la guerra. ¿Querrá hacerlo un gobierno con el signo de éste?

No me alegra la muerte de Anderson, ni la de ningún semejante. Lamento sus circunstancias. Presiento sus consecuencias. Pido paz para sus restos, pero, sobre todo, para lo que importa: su alma. Que la infinita Misericordia Divina la acoja en Su seno.

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