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Ante el presente

Pocas dudas quedan ya sobre el carácter totalitario del régimen que trata de imponerse, definitivamente, en Venezuela.

En el exterior, la observación internacional ha venido descubriendo, de manera paulatina pero constantemente progresiva, aquellos rasgos que tipifican al totalitarismo: concentración centralizada del poder; continuismo indefinido de su ejercicio personalizado en manos del Jefe; supresión real de la separación de los Poderes Públicos en beneficio del Ejecutivo; desmontaje de instituciones; constante manipulación y movilización de masas organizadas; creación de cuerpos militarizados preparados para la represión; expansionismo allende las fronteras nacionales; intensa política armamentista; partido único oficial; descalificación de toda manifestación oposicionista; conculcación de la libertad de expresión; etc.

Pero hacia lo interno del país y para la mayor parte de la población, totalitarismo no resulta ser un concepto de fácil comprensión. No obstante, ante sus efectos reales si hay respuestas sumamente sensibles: la idea de ver limitadas las libertades resulta intolerable para una población cuya vida cotidiana muestra muy arraigada su práctica de la libertad. También es aberrante el inusitado propósito, públicamente revelado por el propio Presidente de la República, de ser indefinidamente reelecto en ese cargo lo que, ipso facto, y una vez consumado como hecho, habría de bastar para que el Consejo Permanente de la OEA explicara sanciones extremas contra el gobierno de este país que, así, se habrá expresamente desvinculado de la obligatoria condición democrática que impone la Carta Democrática Interamericana de ese organismo .

Esas características sugieren dos orientaciones fundamentales del trabajo opositor: la primera, vertida hacia lo externo, es la de –con base en la verdad- mostrar, en toda su extensión, profundidad y alcance, no sólo el carácter totalitario del régimen chavista, sino el riesgo que involucra tanto para la región panamericana como para el mundo occidental en general. La segunda, orientada a lo interno del país, debe tener por principal objetivo el hacer que los venezolanos tomen clara conciencia sobre la verdad del llamado «proceso» y la amenaza que éste significa para la común y ordinaria vida personal de cada ciudadano. Que perder la libertad no es asunto que sólo afecta al vecino -como deriva de experiencias de pueblos que, en su trágico momento, así procedieron- sino a los valores, familias, conductas, creencias, bienes y aspiraciones de cada cual individualmente considerado.

La conciencia internacional sobre Venezuela ya ha sido activada. Su evolución y progreso luce firme e indetenible, pero todo esfuerzo que se sume va a contribuir positivamente en ese desarrollo. Sobre la conciencia nacional mucha falta aún por hacer: el punto de partida es, sin dudas, SUPERAR EL MIEDO. Temer es de la naturaleza humana; sobreponerse al temor el del valer de la persona humana y de su libertad profunda o libre disposición de sí misma. Luego, es menester ORGANIZARSE, cada cual según sus posibilidades, recursos personales y fuerzas. Finalmente, ACTUAR, pues sería necio permanecer mano sobre mano.

¡SURSUM CORDA!

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