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¿El dilema de «el único»

El Único venía reinando apaciblemente. Sus planes, pensados y elaborados en largo tiempo, habían sido aplicados con paciencia de relojero. Sus métodos, copiados de los principios de propaganda del maestro del mal que fue Joseph Goebbels, se ajustaban al pilar fundamental de la mentira repetida hasta convertirla en verdad; al de considerar como enemigo unificado toda persona, grupo o institución que disienta de la línea oficial, con prescindencia de sus diferencias de fondo o forma; al de proyectar sobre el enemigo las propias acciones ilegales o delictivas; al de repetir las consignas falsas con frecuencia e intensidad inusitada, de manera de uniformizar el lenguaje de los partidarios de la causa y de hacer verdaderos hechos que no ocurrieron como son presentados; al de saturar las mentes de los pobladores con acusaciones constantes y acumulativas contra los enemigos, de manera de no dejar tiempo a éstos para defenderse de esas acusaciones o de demostrar su falsedad.

A todo este paquete propagandistico se suma otro constituido por abusivas e ilegales acciones de represión y atropellos, sean físicas realizadas con la fuerza del poder armado, sean legales amparadas con la real disolución de la separación y autonomía de los poderes públicos, realizada, paso a paso, con el avance del tiempo.

Todo el plan de acción, que vino sirviendo de avanzada intimidatoria para imponer el contenido sustancial de un proyecto denominado «revolucionario», se fue desarrollando de modo integrado y efectivo en el logro de los objetivos propuestos. En paralelo, el sistemático procedimiento fraudulento indispensable para mantener falsas fachadas de sostenidas legitimidad y democracia, daba precaria tranquilidad ante las instancias internacionales.

Los atropellos sufridos, en segmentos, por diferentes sectores de la vida de la Nación: políticos, militares, industriales, empresariales, bancarios, productivos, petroleros, educacionales, religiosos, obreros, etc, condujeron a la propagación, en todo el país, de una suerte de mezcla entre escepticismo y miedo.

Llegó un momento cuando las esperanzas de las personas por superar lo que ya era ostensible demostración de vocación totalitaria del régimen -ya anunciada por muchos desde sus mismos inicios- hizo flaquear la voluntad de quienes se sintieron impotentes para combatir solos, aislados y sujetos a toda clase de amenazas y efectivas represiones, por parte de una maquinaria totalitaria que se mostraba todopoderosa.

Henchido de vigor por sus aparentes victorias, el régimen, con su máximo a la cabeza, se propuso acelerar los tiempos y profundizar eso que han llamado «revolución», lo que no significa más que terminar con toda expresión restante de la moribunda democracia venezolana. Inventaron, entonces, el mamotreto mental de los «cinco motores», cuya lógica, contenido y coherencia son más que lamentables.

Pero la aceleración de los tiempos era más que un capricho personal de lograr antes el objetivo final diseñado desde el inicio, con fundamento en planes inspirados por el inefable Ceresole en su concepción facista de la política. Al efecto, era también la perentoria exigencia política propuesta por la inevitable crisis económica hacia la que el país vuela, real y no literariamente. El desastre económico que, a pasos agigantados, se aproxima, no es simple especulación de banqueros interesados, ni de analistas económicos enemigos del régimen. La fría verdad de las cifras muestra que es una realidad incontrovertible.

Ante tan difícil futuro, era lógico que el régimen haya querido hacerse, de una vez, del poder total para así evitar las reacciones que han de provenir, sobre todo, de los sectores económicamente más débiles y desfavorecidos de nuestra injusta sociedad. Disponer de todo el poder garantizaría que tales reacciones podrían ser ahogadas por la fuerza.

Todo marchaba así hasta el domingo 27 de mayo a las 23:59 de la noche.

Por supuesto que el gobierno sabía muy bien que la medida de cierre de RCTV iba a provocar inmediata reacción de descontento. Pero, apoyado en la tibia reacción de la población ante el hecho mucho más grave de los falsos resultados electorales conocidos la noche del 3 de diciembre, era lógico suponer, por parte del gobierno, que las reacciones por el cierre del más sólido y antiguo canal de TV de Venezuela, habrían de ser de menor monta que aquéllas.

¡No esperaban los jerarcas del régimen el nuevo despertar de la gloriosa juventud venezolana!

Jóvenes universitarios y liceistas, émulos actuales de los 1.500 jóvenes de la Universidad y del Seminario de Caracas que al mando de José Félix Ribas derrotaron gloriosamente al ejército realista comandado por los temibles Boves y Morales. Tradición de nuestra juventud renovada en muchas otras luchas por valores superiores, como la de los jóvenes de la generación de 1928 ante la tiranía de Gómez, los de la generación de 1936 por la defensa de la democracia o la de los jóvenes de 1957 frente a la dictadura de Marcos Pérez Jiménez.

¡Gloria al Bravo Pueblo! ¡Gloria a los Bravos Jóvenes!

La insurgencia de los jóvenes venezolanos de esta generación de 2007 plantea graves problemas a las aspiraciones totalitarias del régimen y de su Conductor único.

¿Qué hacer, ahora, cuando la estrategia fundamental del régimen, basada en el uso amenazante y amedrentador de violencia sin límites, se ve paralizada por una juventud que se proclama y actúa de manera no violenta? Que es una juventud creativa e imaginativa, capaz de sembrar flores en manos de funcionarios policiales armados como para una guerra. Que es capaz de exponer sin miedo alguno, ante altos funcionarios cabezas del régimen, con la verdad en sus bocas, pero con respeto y sin insultos, lo que todo el pueblo venezolano estaba ansioso de oír.

¿Podrá continuar el régimen usando el manido recurso de una violencia incontrolada e impune?

¿Cómo evitar que la valiente y pacífica actitud de los jóvenes del 2007 se propague a otros sectores de una población que se sentía apabullada por la opresión y se edifique, por encima de los partidos, una verdadera resistencia opositora, pacífica pero indeclinable en sus propósitos?

¿Qué hará el régimen si no puede hacerse del poder total, como única estrategia para mantenerse en el poder ni lograr llegar con tal fuerza armada al encuentro de la inevitable crisis económica?

¿Será su destino el mismo trágico de Sísifo?

Y después… ¿Qué?

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