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Democracia y participación

A pesar de limitaciones y fallas inherentes a todo lo humano, es evidente que el sistema democrático sigue siendo la mejor forma para organizar una sociedad y gobernar los pueblos. Desde luego, hay que entender el concepto “democracia” con una amplitud mucho mayor de la que, en el pasado, encerraba al Estado de Derecho llamado liberal-burgués que se extendió en Occidente hasta el pasado siglo.

En efecto, mucho más allá que una declaración jurídico-formal o que de un sistema político representativo, la democracia es una forma o actitud de vida según la cual todos y cada uno de los miembros de una Sociedad política determinada, se encuentran solidariamente unidos a un destino y a una Obra Común, en cuya generación tienen su cuota de responsabilidad y de cuyos frutos todos deben alcanzar su correspondiente cuota de beneficios.

Así entendida, la noción de democracia se muestra inseparable de la noción de participación. En verdad, participar significa tener parte, pero previo al tener se debe encontrar al más ser; valga decir que para participar, para “tener parte”, es menester previo el “ser parte” de lo cual se muestra como correlativo el “sentirse parte”. En el fondo de toda idea de solidaridad –sea local, regional, nacional o internacional– que aspire a traspasar o superar la idea de proyectos más o menos compartidos o más o menos utópicos, se trata de encarnarse en una realidad en la que se viva este sentirse parte como verdadera posibilidad de realización real. Por eso, la vieja “democracia liberal” se ha abierto a caminos que marcan nuevas y cada vez más multiplicadas formas participativas. Por ejemplo, en los ya remotos años 70 del siglo pasado, en la Francia que gobernaba entonces Valery Giscard de Estaing, se produjo un informe elaborado por una “Comisión para el desarrollo de las responsabilidades locales”, cuyo contenido, muy ambicioso para aquél tiempo, tuvo gran significado en lo que respecta a la transformación de las instituciones políticas y administrativas de ese país, cuyo principal objetivo era el de cambiar las tradicionales instituciones, siempre muy centralizadas por el gobierno desde París, para alcanzar amplios niveles de descentralización con el propósito de instaurar auténticas democracias locales, lo que provocó un desarrollo ampliamente participativo.

Si esto expreso ahora, es porque en Venezuela, una vez –que percibo como muy cercana– de haber superado esta hecatombe grotesca que padecemos, es imprescindible que se abra el país todo, hacia una descentralización total de las diferentes Regiones, Estados y Localidades, en procura de que esas Entidades adquieran plena autonomía en el manejo de sus verdaderos intereses populares, apuntando hacia lo que verdaderamente es necesario e indispensable no sólo para consolidar sus autonomías, sino para atender a las ingentes necesidades de sus pobladores en todos sus niveles sociales, mientras que el Poder Central, sito en la Capital de la República de Venezuela, se ocupe de las prioritarias necesidades de la Nación entendida como un todo, sin inmiscuirse en los derechos de las Regiones, Estados y Localidades de orientar sus propias urgencias. Quiero advertir, en este punto, que quien esto escribe no es el único venezolano que piensa en esto, sino que desde hace ya mucho tiempo, un gran contingente de ciudadanos de excelentes formación y conocimientos está trabajando en esta idea. Sería, por tanto ideal, el que quienes trabajan y bien se afanan con las enormes dificultades políticas, convocaran a estas personas para que, con ellas, abrir puertas al futuro de una gran Venezuela que nos espera.

Por supuesto, no es de pensar que esos logros se alcanzarán por arte de Biriberloque. ¡No! Hay una realidad concreta e incontrastable que significa una raíz humana de raigambre. El hombre (y no la hombra) actual y de siempre, en todo lugar escondido o visible de la Tierra, en su realidad vital cotidiana lejos de participar procura aislarse en su propia individualidad y desaparecer en el anonimato, sobre todo en las sociedades de masa como es la nuestra. Ortega y Gasset, pasando por Fromm y hasta por Marcuse, han tenido este particular como objeto de preocupaciones y análisis diversos. Es que el hombre masa, el hombre alienado, el hombre unidimensional o como quiera que se le denomine, es una realidad que no puede ser olvidada cuando se trata de actuar sobre las estructuras e instituciones que todavía hoy existen en sociedades planetarizadas, como lo son las sociedades industriales y de consumo. Nos podemos preguntar ¿Cuál será la razón profunda del aislamiento del hombre actual? La sola pregunta incita a buscar en las recónditas profundidades de la naturaleza humana, para allí indagar sobre las raíces escondidas y muy hondas de tal aislamiento.

Cada ser humano parece escindirse entre una realidad concreta de sí mismo, realidad vivida y que se hace hoy en el vivir cotidiano. ¿Por qué? Tal vez el Papa Francisco pueda ayudarnos con su respuesta. Hay una suerte de combate, para cada cual, entre “lo que soy”, que es eso cotidiano, y un verdadero, pero escondido incluso para sí, proyecto de que es “lo que puedo ser” que brota de sus más profundas, radicales y originarias razones procedentes de su oculta pero olvidada condición de Persona Humana. Finito y material, el ser humano queda cercado, limitado y determinado por las carencias e impedimentos que, en su condición de vida, les son inherentes. Limitado en el tiempo a causa de su innegable finitud, se sabe mortal. Limitado también en el espacio y en su propia inteligencia por un saber parcial y gradual siempre oscuro y trabajoso. Además, es sujeto de dolores de todo orden; a veces de hambre y de miles de padecimientos propios de su condición material.

Sin embargo, y aquí tenemos el drama de la escisión: proyectado por el Creador para más allá del tiempo –condición espiritual de todo ser humano– vive la aspiración profunda de trascender; la irrenunciable vocación de infinitud. Además, proyectado para más allá de la materia –condición histórica– aspira internamente a rebasar todas sus limitaciones. En esas dobles condiciones opuestas están, en cada extremo, los polos por los cuales se escinde el ser humano. Entonces, la real realización de la persona humana no es más que el acercarse de ambos polos de escisión en un proceso gradual y sostenido en los que la realidad del “el que soy” se aproxima al proyecto de “el que puedo ser” ¿Cómo hacerlo?: La contradicción opuesta entre finitud e infinitud, si es descubierta, conduce a la actitud religiosa; a una relación con Dios cada vez más profunda en el tiempo.

Para el católico o para el cristiano en general, la aspiración de infinito se logra desde que se sabe parte del Cuerpo Místico de un Dios que no es un becerro de bronce, sino el Dios-Hombre Infinito que es Jesucristo. La materialidad, unida en ese mismo bipolarismo antes contradictorio y excluyente, conduce –en buena hora– a una actitud social: es en la vida solidaria (y no solitaria) con sus semejantes en tanto cuales y próximos, como el hombre puede lograr superar sus carencias e integrarse a un cuerpo más amplio que el suyo –la Humanidad– y, como todo ser humano, podrá vencer y anular sus propias limitaciones y determinaciones en el mutuo complementarse para, así, alcanzar la plenitud de sus aspiraciones de orden temporal. Es en la vida solidaria y no en la solitaria donde esto es posible, porque en aquella las relaciones son interpersonales, en las que las motivaciones no son el interés egoísta, ni la dominación, ni el engaño y la explotación del otro, sino el Amor.

De tal manera los humanos podremos alcanzar una necesidad –que no simple y vago deseo– inscrita en lo más profundo de nuestro Ser: la necesidad de realizarse, que se expresa en la superación de la separación en lo interior del ser. Pues bien, como puede inferirse inmediatamente, tal acercamiento entre realidad y proyectos del hombre, no puede darse en una sociedad orientada, no por el amor, sino por el egoísmo individualista.

Así no sólo se supera la señalada escisión interna, sino que se hace profunda integración del ser al alejarse, cada vez más, el polo de la realidad “que soy” o creo ser, de aquella integración hacia la infinitud que se ha aspirado siempre alcanzar.

La escisión ocurría por la degradación progresiva que sometía a la persona humana, en su condición actual o existencial, a una falsa realidad vivida cotidianamente por el hombre. Mil formas de alienaciones desgarraron constantemente la interioridad del hombre al separar trabajo y propiedad; conocimiento y mundo; responsabilidad y libertad; mentira y verdad; política y moral. Por ellas fueron divididos los seres humanos en categorías de opresores y de oprimidos; de ahítos y de hambrientos; de ricos y de pobres.

De esa forma –tengámoslo claro– la vida social, en tales condiciones, no puede ser ya camino para superar las limitaciones y las angustias humanas; es sólo frustración siempre acumulada para las profundas aspiraciones de la vida y la verdadera realización de la persona humana. De allí que el hombre, defensivamente, desarrollara un esfuerzo intuitivo para alejarse lo menos posible de su “proyecto” creyéndolo como su verdadero ser persona. Con tan equivocada lógica, el hombre tendía a rechazar el medio social que le desgarraba internamente, desconfiaba de tal y se hacía no participativo. Pensemos sobre esto en la realidad actual de Venezuela.

De modo que, cualesquiera sean las formas propuestas para hacer en no lejano futuro, de la nuestra, una democracia participativa, habrá que enfrentar y que explicar mucho frente a choques derivados de la condición aislada, escéptica y desconfiada de muchas personas del hoy. Sólo, si desde el principio, en esa nuestra renovada sociedad se logran superar las características en extremo alienantes que padece un alto porcentaje de nuestra población, las personas abandonarán su aislamiento y participarán solidariamente en la vida social.

Alcanzado ello, los venezolanos podremos realizar que la gente abandone ese aislamiento que tiene muchas causas y factores recrudecidos en estos quince años. Cuando se logre ese cambio y haya esa participación deseable y deseada, lograremos la realización de la reunión de todos en su verdadera interioridad que, en el fondo, a muchos les es la más desconocida pero es también su más radical aspiración.

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