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La mano de Dios

Diego Armando Maradona no sólo marca goles con la mano para que sus fanatizados seguidores conviertan un fraude deportivo en exvoto místico (La mano de Dios) sino que, con esa misma mano, abofetea periodistas con desenvoltura de guardaespaldas. Sucedió el sábado, cuando el magnífico exjugador y fracasado entrenador salía del Teatro Nacional argentino después de asistir, con su exesposa Verónica Ojeda, al Día del Niño.

Con su hijo Diego Fernando en brazos, respondió malhumorado —su estado anímico habitual— a los periodistas con las groseras expresiones de rigor (“Dejen de romper las pelotas con el entorno”), cuando, de repente, decidió dictar una lección de hombría. Bajó del coche, se encaró con uno de los periodistas y le soltó: “¿Qué te pasa, bobo? ¿Por qué te metes con mi mujer si yo con vos no me meto?”. Y le soltó una bofetada que para sí quisiera Glenn Ford en Gilda. No está clara la falta cometida por el periodista (impunemente) agredido; puede que le guiñara un ojo a Vero (“se hizo el pícaro”, explicó ofendido el lindo Don Diego Maradona). Todavía tuvo el agresor un desplante de matasiete hacia el agredido: “Como no es hombre, no dijo nada”.

Este hombre, más antiguo que el hilo negro, goza de una estatura pública más elevada de la que puede asimilar. Su currículo acumula varias infamias que manchan su carrera deportiva, como atropellar a un periodista argentino del Canal 13, insultar pertinazmente a la prensa, hacerle la peineta a Grondona o ignorar taimadamente al entrenador alemán, Joachim Löw, que le había propinado una humillante derrota en el Mundial de Sudáfrica, cuando fue a saludarle después del partido. Aquella imagen define con precisión la estatura moral de Maradona; durante largos minutos, aferrado más que abrazado a Messi, lloró mares de lágrimas con el temple de un galán de telenovela delante de un asombrado Löw, que acabó por marcharse.

Maradona, con engolamiento, considera que no se le rinde pleitesía suficiente para sus merecimientos y se ha creído el papel de Dios que le atribuyen los cofrades de su secta. En consecuencia, se comporta como un resentido. No es él el único culpable; también son responsables quienes han erigido un pedestal para una personalidad tan pequeña.

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