Gasolina y demagogia
En fin de cuentas, su papel en democracia es oponerse, hacerle contrapeso político al poder. Y su tarea es acceder al gobierno de modo de resguardar el principio republicano de alternabilidad democrática y, así, lograr que la democracia sea, como se dice, el poder del pueblo, es decir, de todos. Para lo cual debe fustigar al gobierno al cual se opone.
La oposición debe oponerse, Perogrullo dixit. La oposición no da cuartel, es cierto. Pero todo tiene sus límites, el principal de los cuales es para toda oposición no negarse a sí misma en el intento. Así como no olvidar que los países tienen algunos intereses generales a los cuales nos debemos todos, no importa que a su interior la polarización haga de las suyas. Y no debe negarse a sí misma ni olvidar los intereses generales del país comunes a todos, entre otras razones porque eso se nota, porque los pueblos no son idiotas, y porque al final queda mal la oposición que hace tales piruetas.
Tiene sentido preguntar por el destino de los recursos fiscales que se obtendrán con el aumento en el precio de los combustibles. Y en una perspectiva exactamente contraria a la demagogia: si esos ingresos adicionales se orientan sólo (subrayo: sólo) a la inversión social, en vez de usar una porción mayoritaria de ellos en por ejemplo infraestructura para la inversión industrial en particular la actividad exportadora (carreteras, autopistas, trenes, puertos, aeropuertos, etc.) todo lo cual sería una inversión reproductiva, es posible que la iniciativa del aumento se pierda. Como siempre, pan para hoy y hambre para mañana.
Pero que la oposición busque pretextos para oponerse planamente, sin perspectiva alguna, a un aumento que ella misma ha defendido mil veces por más de una década, reconociendo que es necesario para superar graves desajustes financieros que al final pagan los más pobres, y hacerlo con el peregrino argumento de que este gobierno no tiene derecho a implementarlo pues es el causante de la crisis (olvidando, dicho sea de paso, y silenciando que es más grave, que lo principal de esta crisis es herencia del gobierno anterior), no solamente constituye una acto de negación a sí misma sino de irresponsabilidad con el futuro del país. En fin de cuentas, todos sabemos que ésta sería una de las principales acciones que habría de haber tomado un gobierno diferente al actual.
No debe olvidarse que las oposiciones crecen fustigando, sin duda, cuestionando, censurando (y, dicho sea de paso, para ello hay demasiada tela que cortar: inflación, inseguridad, corrupción, servicios públicos, etc., etc., etc.); pero también, en determinadas circunstancias, elevándose sobre sí misma, por encima de lo que parecen sus impulsos inmediatos, mostrando estatura de fuerza de Estado, y, por tanto, apoyando acciones del gobierno al que se oponen cuando interesan al país.