Ledezma, ¡Nacionalízate hondureño!
Pedirle a un político que sea totalmente coherente resulta demasiado candoroso. La política y los políticos son sibilinos por naturaleza. Pero este principio general, Hugo Chávez lo vulgariza. Cinismo del más puro es lo que chorrea en la vehemencia y desmesura con la cual ha asumido la defensa del gobierno irresponsable y corrupto de José Manuel Zelaya, y la crítica exaltada a las autoridades civiles y militares que decidieron sustituir a un Presidente que se había colocado al margen de la Constitución.
Para el teniente coronel vernáculo, lo que se produjo en el país centroamericano fue un golpe de Estado gorila, sin embargo, le parecía muy bien que Zelaya pretendiera desconocer el dictamen de la Corte Suprema que le prohibía expresamente realizar la consulta que había planteado con el inconfesable propósito de luego realizar una Constituyente, refundar la República, tal como ya había comenzado a decirlo su ministra de Relaciones Exteriores, y plantear su reelección, posibilidad negada en el artículo 4 de la Constitución de esa país. A Chávez le parece inmoral que las instituciones democráticas, con el apoyo de las Fuerzas Armadas, hayan metido en cintura al irresponsable ganadero y latifundista, convertido de repente en ardiente comunista, pero celebró que en 2003 su pana Evo Morales agitara a las masas indígenas bolivianas para que, a la postre, forzaran la renuncia del presidente constitucional, Gonzalo Sánchez de Lozada. Claro, este mandatario era de centro derecha y no buscaba los favores del caudillo de Barinas, ni se le humillaba en los aquelarres internacionales, ni promovió jamás el disparatado proyecto del ALBA. Tampoco se preocupó por Lucio Gutiérrez, quien producto de la “Rebelión de los forajidos”, fue destituido por el Congreso en 2005. Este mandatario, también electo en comicios populares, fue desalojado del Gobierno sin que Chávez amenazara a Ecuador con una guerra (que, afortunadamente, siempre terminan siendo de opereta), ni convocara a los organismos internacionales para que condenaran el golpe y exigieran su restitución inmediata en el poder. De acuerdo con su particular visión de la historia, el 4-F y el 27-N, cuartelazos en los que hubo venezolanos masacrados, fueron “insurrecciones populares”. En Honduras los golpes los dan algunas pocas mujeres, que les caen a carterazos a los soldados.
La airada reacción del comandante se debe, primero, a que tuvo una injerencia inocultable en la aventura de Zelaya. Cada cotejo internacional de sus aliados y súbditos lo asume como un reto para el socialismo del siglo XXI. La consulta que supuestamente se realizaría el domingo 28 de junio en Honduras sería una nueva prueba para su proyecto internacional, y una nueva demostración de su liderazgo continental. Al fracasar, el teniente coronel lo asumió como una derrota, no tanto del patético Zelaya, sino de él mismo. Y la verdad es que tiene razón: la identificación de Zelaya con Chávez fue uno de los factores que con mayor fuerza logró la cohesión de las instituciones democráticas hondureñas en contra del primer mandatario. La reacción de sistema institucional fue, en una medida importante, para defenderse de los afanes expansivos de Chávez. El país percibió que se valía del liberal, devenido en comunista, para ampliar la alianza de la que participan Cuba, Ecuador, Bolivia y Nicaragua, cuyos gobiernos encarnan las ideas más atrasadas y autoritarias del continente. El mismo día Chávez sufrió dos derrotas dolorosas: la del clan Kirchner, en Argentina, y la del terrateniente comunista, en Hondura.
A Chávez le interesa un bledo la democracia hondureña. Si le importara se habría ocupado de aconsejarle a su subalterno que acogiera las recomendaciones del Congreso y acatara el dictamen de la Corte. Hizo lo contrario. Estimuló el desafío. No le interesa tampoco para nada la legitimidad de origen de Zelaya. Si le diera valor asumiría que el Congreso tiene la misma fuente de legitimidad que el Presidente, el voto popular, y guardaría silencio, como hizo con Sánchez de Lozada y Lucio Gutiérrez; o actuaría como factor de conciliación, para que fuesen los propios hondureños quienes resolviesen la crisis.
La hipocresía del comandante se aprecia aún más si se examina su conducta en Venezuela. Según él, las instituciones de Honduras, especialmente la institución castrense, desconocen la voluntad popular que eligió a Zelaya y violan el orden constitucional. ¿Y no es exactamente eso lo que el teniente coronel hace desde hace años aquí en Venezuela? El 2-D su proyecto de reforma constitucional fue rechazado por millones de electores, sin embargo, ha sido introducido en el ordenamiento jurídico a través del Plan Nacional 2007-2013, en las 26 leyes de la Habilitante y, ahora, en la Ley de Propiedad Social. A pesar del rechazo al socialismo por parte del pueblo, el comandante persiste en su afán de imponerlo. La FAN incluye la oprobiosa consigna patria, socialismo o muerte.
Las autoridades regionales y locales de la oposición electas el pasado 23-N con el voto popular son desconocidas, cercadas y agredidas por Chávez. La descentralización, norma con rango constitucional, es atacada y sustituida por la “nueva geometría del poder”. Los consejos municipales, con rango constitucional, son sustituidos por los consejos comunales, que no están contemplados en la Carta Magna.
El cinismo de Chávez nada tiene que ver con las enseñanzas de Maquiavelo. Forman parte de la historia universal de infamia de las cual nos habla Jorge Luis Borges.
Ledezma, ¡nacionalízate hondureño para que Chávez te defienda!