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El sueño americano al lado

Al norte de la frontera con Costa Rica hay cuatro países que comparten rasgos comunes determinados sobre todo por su estructura social arcaica que sigue generando marginalidad y pobreza. Si comparamos los indicadores económicos fundamentales de Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua: ingreso per cápita, desempleo, falta de servicios básicos, vamos a encontrar resultados muy parecidos. Casi la mitad de la población vive en todos ellos con menos de dos dólares al día, y Nicaragua aparece en la cola de casi todos esos indicadores, sólo superada por Haití.

Pero en Nicaragua los índices de violencia se apartan bruscamente de los otros tres; la tasa de criminalidad es tan baja como la de Costa Rica, no existe el fenómeno de las pandillas juveniles violentas, y ahora que se habla tanto de la emigración masiva de niños hacia Estados Unidos, sólo un porcentaje menor de ellos provienen de Nicaragua; un país donde, de acuerdo con una constante de las encuestas de opinión, más de la mitad de los ciudadanos emigraría si pudiera hacerlo; su primer lugar de elección es Estados Unidos, luego, Costa Rica.

¿Viene a ser la violencia el principal motivo de que la gente emigre de Centroamérica? La violencia es un fenómeno que se concentra sobre todo en las barriadas urbanas marginales de Guatemala, San Salvador, Tegucigalpa y San Pedro Sula, donde reinan las pandillas que rivalizan por el control de territorios. Luego está el imperio criminal de los Zetas en la frontera de Guatemala con México. Y mucha de la gente que se pone en marcha de cualquier modo hacia México, en busca de la frontera con Estados Unidos, proviene de áreas rurales y pequeños poblados donde no hay pandillas ni más violencia que la de la pobreza.

¿Es Nicaragua un paraíso de seguridad ciudadana? Es lo que se trata de vender en beneficio de la imagen turística del país. Y es cierto que la diferencia entre la tasa de homicidios de Nicaragua es abismalmente más baja que la de Honduras, las más alta del mundo. ¿Por qué hay menos violencia? Quizás aún vive en la memoria ciudadana el recuerdo de la guerra que asoló al país entre 1977 y 1990, primero para derrocar a la dictadura de Somoza, y luego el conflicto entre el gobierno sandinista y los contras, que dejó más de 50.000 muertos, y este recuerdo actúa a manera de revulsivo; pero igual de mortífero fue el conflicto armado en El Salvador durante el mismo período, y la situación es totalmente contraria.

También podría alegarse que en Nicaragua hay más control social por parte del estado a través de los Consejos del Poder Ciudadano organizados en todos los barrios del país, que actúan en coordinación con la Policía Nacional para ejercer vigilancia preventiva, que incluye la profilaxis política. Pero, de todas maneras, el hecho de que la tasa de delitos sea baja, no quiere decir que se trate de una situación congelada, y que Nicaragua no vaya en camino de encontrar su lugar natural al lado de sus vecinos del norte de Centroamérica.

La violencia contra las mujeres se revela en la manera alarmante en que los femicidios, por ejemplo, se han disparado; y el Informe sobre Derechos Humanos y Conflictividad en Centroamérica señala la “reaparición de la violencia política en Nicaragua con toda su crudeza, especialmente en contextos electorales”.

La marginalidad y la miseria envuelve a los niños igual que en los otros tres países, víctimas constante de abusos sexuales. Los más pobres no van a la escuela o la abandonan muy temprano, piden limosna en las calles, se vuelven adictos a los pegamentos, y muchos no tienen hogar.

Entonces, ¿los nicaragüenses no emigran, a pesar de sus deseos de cambiar de vida? Claro que sí, pero hacia el sur, hacia Costa Rica, donde están las oportunidades de trabajo que no escasean en Nicaragua, y mucho mejor remuneradas: el salario mínimo es tres veces mayor. Costa Rica es los Estados Unidos cercanos para los nicaragüenses. Tenemos un “sueño americano” al lado. Y se habla el mismo idioma, los emigrantes pueden enviar buenas remesas a sus familiares, y la frontera está mucho menos vigilada, con decenas de pasos clandestinos.

Las estadísticas oficiales reconocen que al menos un diez por ciento de la población de Costa Rica es nicaragüense. Es, además, una población flotante, que va y viene, porque las distancias cortas lo permiten. Un hombre que emigra a Costa Rica en busca de trabajo temporal, para la cosecha de café o de naranjas, puede dejar atrás a su familia o volver, o sabe que puede enviar por ella en cualquier momento. Y lo mismo ocurre con las mujeres que van a emplearse como trabajadoras domésticas, y que provienen de las áreas rurales más empobrecidas.

La emigración masiva a Costa Rica causa tensiones entre los dos países, por supuesto. Y no es que hallen el paraíso del otro lado. Existen estallidos de chauvinismo, hay redadas de ilegales, deportaciones. Aunque de pronto hay motivos para estar unidos. Oscar Duarte, un niño que emigró con sus padres se convirtió en jugador de la selección de Costa Rica que disputó la Copa Mundial, metió un gol decisivo en uno de los partidos, y fue celebrado como héroe en ambos lados de la frontera. Giancarlo Guerrero, que también emigró con sus padres, fue formado como músico en Costa Rica, y ahora es director titular de la Orquesta Sinfónica de Cleveland.

Para buscar cómo explicarnos el bajo porcentaje de niños nicaragüenses que buscan la frontera de Estados Unidos, debemos mirar hacia Costa Rica. Sus padres no están ni en Chicago, ni en Newark, ni en Los Angeles, y por tanto no tienen por qué pagar a los coyotes para que los lleven hasta ellos. Están en Costa Rica, o en Nicaragua, en busca de la próxima oportunidad de cruzar la frontera, con sus hijos, o sin ellos.

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