Opinión Nacional

Sopa y revolución

Una sopa famosa es la de Mafalda. Sí, esa, la de la niña argentina preocupada por la política mundial y que según Quino no la podía ni oler. No sabemos si una vez grande a Mafalda no le gustarían los líquidos salados, pero casi siempre ese rechazo se cura con la edad.

Lo que si no aceptamos (a la edad que sea) es que se nos dé la misma sopa todos los días. Que tengamos que tomar siempre lo mismo se nos torna insoportable. Aún en las condiciones más extremas, como el cautiverio que relataba el ex gobernador Jara, recién liberado por los terroristas de las FARC, repetir día tras día igual plato hace que la comida pierda su atractivo y haya que tragársela con fastidio.

Venezuela se ha venido tragando, no sin protestas, la misma sopa durante diez años. De nada han valido las piruetas que hace Chávez en su show dominical o en sus transmisiones totalitarias de radio y TV para disimular su falta de imaginación; aunque todo lo que haga sea una “ocurrencia” sin interrupción.

Las repetidas y cansonas peroratas no son otra cosa que la misma paja reiterada hasta el infinito. Nada que ver con aquel oficial desconocido que después del chimbo y sangriento intento de golpe de Estado apareció minuto y medio en las pantallas de TV hace dieciséis años.

Es la misma rutina del comediante -ya sin chistes nuevos- que la repite ante un auditorio que se va empequeñeciendo en cada nueva presentación. Y lo peor de este comediante es que no le gusta el público exigente y respondón. Si le tiene pánico a la falta de trabajo, más miedo le tiene a la crítica.

Para ello, Chávez se ha asegurado de que todos los poderes públicos sean dirigidos por autómatas, que repitan la receta de su sopita ya masticada. Más que representantes de las instituciones democráticas son simples receptores de sus órdenes y a veces hasta adivinadores de sus deseos. Las excepciones son tan poco frecuentes que no pueden influir en el rumbo de las decisiones. No pueden variar la sopa.

La retórica revolucionaria no es sino hojarasca. La simple excusa para el atropello, la ilegalidad, el ventajismo y la corrupción ilimitada. Declararse el heredero de la franquicia cubana no tiene sino como objetivo darle alguna legitimidad imaginaria a la obsesión de mandar por cincuenta años. Y ¿qué otra cosa no ha sido Cuba sino la parálisis total, la pobreza mineralizada, la miseria inmodificable?

Quizás una de las principales contribuciones del chavismo a la cultura política del venezolano termine siendo el desprestigio total de la palabra revolución. El retroceso que ha significado este desgobierno en todos los ámbitos de la nación logrará tal objetivo.

El vocablo revolución supone cambios para mejorar, para avanzar. Aquí el chavismo, con unos cuantos ancianos como voceros (entre los cuales hay verdaderos privilegiados de la mal llamada cuarta república), ha mostrado cómo ser revolucionario es practicar los vicios más antiguos.

Revolucionario es quien se pega al grifo de los petrodólares para conseguir alguna prebenda. Revolucionario es aplaudir sin pensar al jefe, calarse su verborrea infinita y luego felicitarlo por su sacrificada vida al servicio del país.

Revolucionario es quien administra una empresa recién estatizada y la vuelve a llevar a la quiebra. Revolucionario es quien bota a 20.000 empleados de Pdvsa y una vez descapitalizada, la endeuda y la asocia con compañías sin la suficiente experiencia para trabajar en los campos venezolanos.

Estos revolucionarios son los peones del jefe, quien los nombra de nuevo en sus cargos, una vez que han fracasado en otras responsabilidades. Este es uno de los principales indicadores de lo nefasto que es la reelección perpetua: el jefe sólo confía en unos pocos adulantes a los que siempre recurre, gracias a su indoblegable obsecuencia.

¿Qué revolución bonita es esa que aplica métodos fascistas para amedrentar a quienes se le oponen? Y es que no fueron iguales las verdaderas revoluciones que hicieron progresar a la historia y las que fueron sólo un pretexto para empobrecer, esclavizar y matar hombres.

Tener que tomarse la misma sopa día tras día no es nada revolucionario. Tener que calarse (y verlo hasta en la sopa) al mismo tipo en el poder no es democrático, ni participativo. Sí sería un régimen protagónico, pero del mismo protagonista hasta que se muera.

La revolución (del color ideológico que se pinte) más reaccionaria es aquella que tiene como fin principal la entronización vitalicia de un caudillo. Por eso, la mayoría de la ciudadanía dirá No el próximo 15 de febrero a la reelección indefinida.

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