No sea como Franco
Siempre nos encontramos con quienes repiten que no se meten en política porque no viven de ella. Una idea sencilla y común. Parte del egoísmo miope de quien cree que sólo puede buscar en la sociedad la satisfacción de sus necesidades básicas y que, si el intercambio no es inmediato, no vale la pena arriesgar nada.
Pero la política siempre termina por meterse con todos: con los militantes, los indiferentes y los mirones.
De acuerdo a como vaya la política de un país, así irá la vida en común. De acuerdo a quien esté en el gobierno, los problemas sociales serán mejor o peor tratados. Los ciudadanos podrán hacer escuchar su voz o no. Los administradores informarán la verdad o mentirán.
Porque esa es otra falacia que acompaña al tópico de no meterse en política si no se vive de ésta: que todos son iguales y por lo tanto, nadie merece estar en el poder. Ya sea porque ninguno está preparado para gobernar, porque todos son ladrones o porque no hay quien se preocupe con sinceridad por el país.
Pero lo cierto es que la política está allí y nos afecta. No podemos vivir mirando hacia otro lado para no verla, haciéndonos los locos, y dejando que otros decidan por nosotros. Porque siempre, siempre la política nos alcanza.
La política debe existir para que la gente a la que no le guste pueda vivir en paz. La política tiene que ser la forma decente de luchar por el poder pero no debe invadir todos los espacios de la vida pública y mucho menos entrometerse en nuestra vida privada. Tiene que practicarse con mesura y, sobre todo si es democrática, dejar de lado los radicalismos.
Los dictadores casi siempre terminan hablando mal de la política y de los políticos. No es sólo una manera de hacer demagogia e identificarse con la parte del pueblo que repite los lugares comunes que se dicen sobre los partidos, los debates y los líderes, sino que obedecen a su necesidad de desprestigiar a quienes los critican para hacer más fácil su opresivo mando. Ellos se erigen como los imprescindibles y esclarecidos ciudadanos que al sacrificarse nos alejan del tedioso y complicado mundo de la política.
El dictador más longevo de la historia venezolana, Juan Vicente Gómez, siempre habló mal de los partidos y al suyo lo llamó “la causa” para así disfrazar al partido único que lo endiosaba como gendarme necesario. Cuando en una ocasión los jefes regionales le propusieron refundar el Partido Liberal y volver a izar sus banderas amarillas, el caudillo se negó con astucia. No le hacía falta. Así estuvo en el poder durante 27 años.
El cinismo no tiene límite entre los déspotas. De Francisco Franco, jefe del Estado español durante 40 años, hasta que -como a Gómez- se le ocurrió morir en su cama, se cuenta una anécdota que ilustra lo dicho. Una vez lo visitó en el palacio del Pardo un amigo para contarle problemas políticos que lo atribulaban y obtener su consejo. Franco le contestó con la mayor tranquilidad: “Haga como yo, no se meta en política”.
Por supuesto que a nadie se le hubiese ocurrido preguntarle a Franco cómo hacía para no entrar en política ejerciendo la dictadura por tantos años, después de alzarse contra el gobierno legítimo y triunfar en la guerra civil.
Trucos burdos de los poderosos que dejan claro cómo se benefician de la apatía y el inmovilismo de los que no participan. Para ellos, la política siempre será algo sucio (como si en toda actividad humana no hubiera quien actúe contra las reglas) para el hombre de a pie. Al ciudadano común, el dictador no le asigna otro papel que el de sumiso observador.
En su delirio, el gobernante no democrático sueña con el aplauso unánime. Y así, hasta quienes en un principio delegaron en el caudillo su voluntad, ven cómo poco a poco éste invade todos los espacios y quiere dirigir hasta la vida íntima de los ciudadanos. Pero nunca es tarde para reaccionar ante el atropello.
Si usted no quiere que la política se meta con los suyos, debe meterse en política, aunque sea de la manera más sutil y esporádica. Si usted le deja la política sólo a los profesionales o a los sacrificados caudillos, terminará pagando las consecuencias.
No sea como Franco: ¡Métase en política!