Las voces de los canallas
No voy a entrar a repetir mezquindades. Solo quiero preguntarles a los detractores si han tratado alguna vez, sin pasión, de evaluar el tamaño, alcance y valor de la obra que representa El Sistema de Orquestas.
En Venezuela muy pocas personas toman iniciativas. Pero basta que alguien la tome para que le lluevan críticos. Críticos que no mueven un dedo sino para criticar, que muchas –la mayoría de las veces- no conocen del tema que critican y jamás, JAMÁS, proponen una solución. Destruir por destruir.
Esos críticos son expertos en volver leña cualquier empresa. Echan mano de cualquier historia y la repiten sin haber comprobado su veracidad. ¡Dale duro que te pego! Parece ser su consigna. Odios viscerales que encuentran un desaguadero en desprestigiar a quien ha construido.
Nosotros no escogimos ser un país petrolero. Exportamos petróleo porque tenemos petróleo. Pero El Sistema es obra de José Antonio Abreu y un equipo de seres humanos extraordinarios que desde el comienzo avizoraron la envergadura del proyecto y lo apoyaron. Un proyecto de profundo contenido humano y social ¡y lo estamos exportando! Para mí fue un orgullo la última vez que fui a París, hace un año, que cuando decía que era venezolana me decían “Le Sistema”, “Maestro Abreu”, “Dudamel”. ¡No se imaginan, además del orgullo, sentir que no somos el hazmerreír del mundo (por otras razones harto conocidas)!
Muchas de las críticas vienen de músicos mediocres que no encontraron cupo en El Sistema. Otras, de personas que sienten que merecen que se les rinda pleitesía quién sabe por qué razón… la razón de los prepotentes que nos ha hecho tanto daño.
José Antonio Abreu ha tenido la tenacidad y la constancia de pocos en Venezuela. Ha buscado ayuda de quien pensó que podía ayudarlo. Con humildad y paciencia. Con tesón y constancia. Ha sido un trabajador incansable, aún a costa de su salud. Siempre he pensado que si en Venezuela hubiera un ciento de personas con la inteligencia, energía y capacidad del Maestro, nuestra historia sería otra, de excelencia, de magnanimidad, de excelsitud.
Recuerdo que cuando yo buscaba dónde hacer mi pasantía en 1980, tuve una entrevista en el departamento de recursos humanos de una trasnacional. Cuando llegué, me pasaron al salón de espera. Ahí estaba el Maestro Abreu. No sé cuánto tiempo llevaba esperando al presidente de la compañía. Pero sí sé que yo esperé durante hora y cuarto (no me quejo, pude conversar con el Maestro durante ese tiempo), que mi entrevista duró media hora y me quedé conversando media hora más. Cuando salí, que pasé al lado del saloncito, el Maestro Abreu esperaba todavía.
Esa historia del Maestro haciendo lobby para conseguir desde un “no”, pasando por una pequeña dádiva para sacárselo de encima, hasta importantes donaciones, se ha repetido miles de veces. Sabiendo la importancia y el alcance de su obra, José Antonio Abreu, con la paciencia de Job, ha esperado y vuelto a esperar. Ha tocado la misma puerta varias veces porque una de sus principales virtudes es no darse por vencido. Hoy casi cuatrocientos mil niños se han beneficiado de esa paciencia infinita.
Una obra como la que ha llegado a ser El Sistema necesita el financiamiento de un país petrolero o en su defecto, con grandes recursos económicos. Acusar a José Antonio Abreu de todo lo que lo acusan no es más que una mera canallada, de miopes que no entienden que su obra trasciende los gobiernos y que lo que hay que impulsar es a que sea una política de Estado. Quiero ver dónde se van a meter los canallas cuando le den el Premio Nobel de la Paz.
Yo, desde esta humilde trinchera, seguiré alzando mi voz para alabar, apoyar y aplaudir esa obra del espíritu, la verdadera y gran revolución que se está llevando a cabo en Venezuela.