Diálogos plutónicos
Como lo ha expresado un distinguido jurista en su obra Vida Humana, Sociedad y Derecho: «existe vida social porque existe vida humana». Español él para más señas y pelares, blablablá, lo que a mí en serio me interesa exponer aquí es que Damirón me sacaba la piedra. Y más aún cuando dizque cantaba «si quieres gozar, reír y cantar, el piano merengue tú tienes que bailar». Y ese «tú» me lo campaneaba mayúsculo y conminatorio, igual a todo super-yo que se respete. No así decir lo mismo, hablando cual Tarzán, de «No, negrita, no», interpretada con lujo por Vicentico Valdés, que para los ultrosos de agora puede ventear, ¿se dice así?, a racista.
Tampoco es que me gustara especialmente el chachachá que inventó aquel violinista cubano, mi sangre, Enrique Jorrín en 1948, quien lo definió, habrase visto, como neo-danzón. ¡Una pelusa! Ni tan calvo como el mambo ni con dos pelucas como el bolero ni tan feo pero sabrosón como el merengue apambichao y menos dramático que el danzón, vulgarizado éste último, ¿se dice así?, por el emperifollado de Barbarito Diez, que modulaba «esas perlas que tú guardas con cuidado en tan lindo estuche de peluche rojo». ¡Bola! Pero en verdad en verdad os digo que los tiempos que vivimos son de vivir. Fíjate que en eso del machismo en Venezuela estamos atrasados. De los seis poderes públicos, cuatro están controlados, ¿se dice así?, por mujeres: el Legislativo, el Electoral, el Judicial, la Defensoría del Pueblo, amén de la Procuraduría General de la res-pública y varios ministerios del despacho.
A Pérez Roque y Lage, válgame dos, los vi en el Calvario. Lo cierto es que «comer cable» es ahora, según el diccionario del gobierno, la expresión que usan pobres y millonarios para explicar que no están abonados al servicio satelital con el que se entra en contacto, ¡vaya médium!, con el planeta y que es multipolar, como la empresa esa que quieren decomisar. ¡Qué casualidad! Para que el mundo deje de ser ancho y ajeno, título de Ciro Alegría, que de eso tenía poco, tal y comentan compatriotas suyos. Ni se hable de las expropiaciones, que más bien son impropiaciones. ¿Que por qué? Bueno, porque el que se está cogiendo esas propiedades, el gobierno, no puede con ellas, como con la múcura. Vivimos en un estado de impunidad o expunidad, ¿se dice así?, cual la adivinanza en la que se pregunta: «¿en qué se parece un esquimal a una serpentina?», puntos suspensivos: «En que uno tirita de frío y la otra tirita de papel». Risas.
Bueno, pajarito, muévela, que si llegas tarde a tu casa hasta la Doña te ladra. ¿Que que qué? ¿Que cómo salir de Chávez? ¿Cuál Chávez? ¡Guillo! Yo no conozco a ningún Chávez. ¿No será el Colegio Chávez? Por cierto: ¿te acuerdas de aquella loca que se la pasaba escribiéndose cartas a ella misma y cuando se le preguntaba qué decían, te respondía: «Cómo lo voy a saber si aún no las he recibido»? Chao, compinche, nos vemos buchones frente al Stanford Bank.