Unidad, Unidad, Unidad
El comunismo – como lo confirma casi un siglo de fracasos, genocidios y hambrunas – es el camino más directo que tienen los pueblos para llegar al infierno. Luego de sus crueles experimentos, llevados a cabo por déspotas y tiranos bajo el subterfugio de la igualdad, no sobreviven más que ruina y devastación. Pues el comunismo, lejos de sus cantos de sirena, no es más que la barbarie convertida en economía política de la miseria. Y la miseria convertida en matadero de las mejores intenciones.
Si eso fue el comunismo en la Unión Soviética, ni imaginárselo en su versión de alpargatas y cachuchas tercermundistas. Allí el resultado del experimento fueron guerras civiles y persecuiones, millones y millones de cadáveres, campos de concentración, hambrunas y degradación. Para que al cabo de setenta años el sistema se derrumbara carcomido por sus propias taras. Cuba, tras cincuenta años de tiranía y comunismo, es hoy una sombra de lo que fuera antes del asalto al Poder por la barbarie castrista. No nos imaginemos lo que podría llegar a ser Venezuela en manos de quienes, como Chávez; pretenden entronizarse. Si luego de diez años de desastres, el resultado es esta catástrofe, ¿qué quedará luego de cincuenta años de comunismo castro-chavista? Ya se asoma el monstruo. Tras novecientos mil millones de dólares tirados al basurero de la mediocridad, la corrupción y la desidia, ciento treinta mil homicidios y la más grotesca y obscena corrupción de que tengamos memoria, el comunismo no es más que la última jugada antes de la devastación final: hacer tabla rasa de la poca riqueza que sobrevive a la destrucción chavista, resguardada en manos privadas de la voracidad del régimen, para justificar el reparto de la miseria. Y hundir una nación que fuera poderosa en el clásico pantano del comunismo: pobreza y totalitarismo.
Hugo Chávez juega su última parada. Consciente de que pierde popularidad real a pasos agigantados y que le espera el naufragio en medio de una crisis económica y social sin precedentes, que le echará encima a los sectores más humildes pues serán los más castigados por sus iniquidades, ha decidido apoderarse de las empresas más prósperas y apostar al reparto de la miseria. Dejando el lomito para su corte y las migajas para sus pobres. Asunto que sólo puede lograr mediante la represión de su aparato militar y la apatía de las mayorías. Y en el colmo de la osadía, le pide a Lula que tercie ante Obama para que los Estados Unidos miren de soslayo y le tiendan una mano.
Debemos impedírselo. Es un imperativo categórico de la decencia nacional. Levantarnos como un solo hombre y ponerle coto a sus abusos, a sus atropellos, a sus pavoneos dictatoriales. No se trata tan solo de defender la empresa privada. Se trata de defender nuestra nacionalidad. No se trata tan solo de dar la cara por quienes se ven amenazados hoy. Se trata de impedir que se nos convierta en esclavos de una dictadura castro-chavista mañana. No se trata tan solo de defender al que hoy es atacado. Se trata de sellar cualquier intento por humillar, pervertir y arrodillar la decencia de la patria en aras de la grosera ambición de un falso iluminado.
Por eso debemos recurrir a todas nuestras fuerzas y ponerlas de inmediato en acción: convocando a todos los sectores, partidos y organizaciones, a las iglesias, al movimiento estudiantil, a los trabajadores, a los empresarios, a los empleados públicos – humillados y ofendidos por el déspota travestido de demócrata – para que se detenga de una vez por todas el descaro y la prepotencia, el abuso y el crimen llevados a cabo por Hugo Chávez y sus mercenarios.
Venezolanos: unámonos. Sin diferencias de ideologías, de partidos, de razas, de clases o de religión. Bajo una sola bandera: la democracia social. Y un solo propósito: la revolución democrática. Recuperemos la dignidad de la patria. Alcémonos contra los intentos por tiranizarnos. Es el imperativo del momento.