¿A los lobos o a los puercos?
El Rey ha anunciado que abdica en la persona de su hijo el Príncipe de Asturias y con ello ha destapado la caja de los truenos. Inmediatamente, allá qué se ha lanzado la izquierda nostálgica y radical mostrando su permanente reconcomio por unos sueños no pudieron hacer realidad y que ahora, 75 años después, —al estilo de Maduro en Venezuela—, por la fuerza de las algaradas, pretenden conseguir. Estaban esperando que se produjese la ocasión, para pedir patéticamente que el sucesor al trono de España, se gane el puesto presentándose a las elecciones.
Ciertamente a nuestra siempre inacabada España, tan necesitada de una renovación espiritual, le hace falta la guía de un hombre nuevo.
En estos casi 40 años de monarquía parlamentaria, sin duda se han cometido errores como es propio de toda obra humana. Errores que han hecho muchísimo más ruido que lo que la institución monárquica, día a día y calladamente, ha aportado a la estabilidad y prosperidad del sistema. Sin duda, uno de los yerros ha sido el no haber sabido despertar en la ciudadanía los entusiasmos que una obra análoga, hubiese provocado en otro país más conocedor de su propia historia, más reflexivo que el nuestro y menos dado a ocuparse de las sandeces y simplezas de las que aquí nos cuidamos en tales casos.
Cuando aquel 6 de diciembre de 1978, el pueblo español se otorgó libre y voluntariamente, de forma abrumadoramente mayoritaria, la Ley que nos ha proporcionado gozar del período de estabilidad política más largo de nuestra historia y el que nos ha permitido progresar de forma que fuimos ejemplo y espejo en el que se mirase todo el mundo, España salió del profundo pozo del oscurantismo y se adentró con paso certero y decidido hacia el nuevo amanecer que nos ofrecía Europa.
Hoy, transcurridos casi 40 años de aquella prueba de generosidad que nos dimos los españoles, si echamos la vista atrás, —cosa que no solemos hacer— comprobaremos que la semilla fructificó y dio su cosecha.
Resulta inevitable que junto a frutos que en muchos casos nos parecen, más ensoñación que realidad, crezca al mismo tiempo la mala hierba que es la que definitivamente hay que arrancar, pues al amparo de la misma, siempre habrá quien pretenda retrotraernos a la antigua caverna de la que salimos y mantenernos en ella encadenados, aprovechando la miseria y pobreza de espíritu en la que nos hallamos al presente.
No permitamos que esto suceda y llegue un día en el que pudiéramos pensar que los frutos obtenidos, fueron producto de un bello sueño más que de la realidad.
Hace tiempo que vengo siguiendo las manifestaciones del que está llamado a ser cabeza y guía de esa renovación espiritual de la que tan necesitados estamos y sus ideas siempre me han parecido un manantial de agua cristalina y renovadora del pantano en que los partidos han convertido la política española, charca de aguas muertas y estancadas de donde se desprenden los hedores que tienen sumidos en un letargo enfermizo el espíritu de una buena parte de aquellos que se dedican a la cosa pública. Esa adormidera anímica que durante estos años ha ido germinando en los más importantes sectores dirigentes de nuestra sociedad, no puede dar otro fruto que el de la ramplonería y la insignificancia que brotan como polen de la ignorancia y la irreflexión. Polen que se adueña del aire que nos rodea y otorga el triunfo a todo género de lo que no haga pensar. No es de extrañar por tanto, que en este ambiente de insensibilidad intelectual, se abran paso, como lo están haciendo, los extremismos de uno y otro signo que abanderan la insubordinación y la anarquía.
Creo francamente que el futuro Rey, llega dispuesto a segar las malas hierbas que estrangulan el verdadero progreso de nuestro país, movido de un ánimo de sinceridad, virtud por cierto, tan asustadiza como deshonrada en nuestros días.
Pienso que el relevo es necesario y el momento oportuno. Por la apropiada preparación recibida para la misión que estaba llamado desempeñar y por lo que a través de sus intervenciones públicas ha dejado ya entrever, intuyo que el nuevo capitán tiene claro el puerto hacia el que ha de dirigir la nave. Pero habilidad y mano muy firme habrá de tener sobre el timón para mantener el rumbo adecuado, y sereno valor, para hacer frente al motín que le acecha, y si es preciso, como decía Ángel Ganivet: “En presencia de la ruina espiritual de España, hay que ponerse una piedra en el sitio donde está el corazón y hay que arrojar aunque sea un millón de españoles a los lobos, si no queremos arrojarnos todos a los puercos”.