Enver Hoxha en Caracas
Enver Hoxha fue un albanés que ejerció como primer ministro por diez años, entre 1944 y 1954. Y después de dejar el cargo, siguió siendo el máximo dirigente del partido comunista hasta que murió. Había estudiado en universidades francesas y escribía en L’Humanité; o sea, que no era ningún nalg’e gallo, como los rojos de aquí. Combatió en la Guerra Civil española como miembro de las brigadas internacionales, y al regresar a Albania, formó parte del Frente de Liberación contra la invasión italiana durante la Segunda Guerra Mundial. O sea, que no era de los que se refugiaba tras los gruesos muros de un museo militar. Fue uno de los fundadores del Partido del Trabajo y desde allí dirigió la resistencia contra los ejércitos italiano y alemán.
Hasta aquí, lo admirable del dirigente albanés. Lo que sigue es cómo se degradan un líder y un movimiento que hasta ese momento eran plausibles. Recomiendo hacer comparaciones con lo que acontece por estas latitudes.
Cuando ocurrió la liberación, en 1944, Hoxha se instaló como jefe supremo del gobierno de facto. Pudo hacerlo porque los sectores demócratas estaban desunidos por razones partidistas y religiosas, lo cual les impidió formar una oposición seria. Además, Hoxha contaba con el apoyo de Tito desde Yugoslavia. ¿Les suena algo parecido por aquí? Apenas en el poder, y siguiendo la ya clásica receta socialistoide, confiscó y estatizó las empresas extranjeras y los bancos. Además, estableció un estricto control sobre las empresas que no habían sido “nacionalizadas” e impuso el “cooperativismo”. Luego vino el despojo de las fincas para entregarlas a los trabajadores del campo. Todo, siguiendo el abecedario comunista. ¿Les suena?
Albania estaba bajo una fuerte influencia de Yugoslavia puesto que ese país era el importador de sus materias primas, y porque la industria albanesa dependía de técnicos e inversiones aportados por el régimen de Tito. Esa influencia era considerada excesiva por parte de algunos en el liderazgo comunista de Tirana. Pero, contrariamente, otros pensaban que había que apartarse de la ortodoxia soviética y adoptar una posición idéntica a la de Tito: lograr un comunismo nacional, sin vasallaje ante Moscú. También estaba el hecho de que, mientras los líderes albaneses querían la expansión industrial de su país, Belgrado buscaba que Albania se dedicara sólo a la producción de materias primas destinadas a suplir la industria yugoslava. Cuando la Cominform soviética condenó, en 1948, las “desviaciones ideológicas” de Tito, Hoxha “cogió línea”, rompió relaciones diplomáticas con su vecino y principal cliente, y botó a los altos funcionarios que comulgaban con las corrientes titoístas. A un panita suyo del exilio, la guerra y la toma del gobierno, lo apartó del poder, lo mandó a juzgar y lo fusiló. Con lo cual, de paso, eliminó a su más cercano competidor por el mando. Es que eso de mandar a matar a los que pueden hacer peso, o que piensan distinto, es recurrente en los regímenes comunistas. Si no, que lo digan Camilo Cienfuegos, el Che y el general Ochoa.
Hoxha buscó el amparo de Stalin para que le supliera los dineros que ya no podía conseguir de Yugoslavia. Para “ponerse en la buena”, lo imitó hasta en la instauración de “planes de planificación quinquenal” —algo así como un Plan de la Patria, pero menos risible. Y, no podía faltar: creó una policía política tipo KGB (aquí sería tipo G-2 cubano) con la que arreció la represión a los opositores. La luna de miel con los soviéticos duró poco: al morir Stalin y comenzar el “revisionismo” ordenado por Khrushchev, Hoxha rompió con la URSS. Con eso, se convirtió en un leproso, totalmente aislado, pues ningún régimen comunista de Europa del Este siguió sus pasos. No le quedó sino tirarse en los brazos de Mao. Llegó un momento en el que la economía albanesa empezó a depender de “fondos chinos” para poder sobrevivir. ¿Les suena? Esta excesiva dependencia se agravó más porque Hoxha insistía en lograr la autarquía y, por eso, evitó todo contacto económico con Europa. La alianza con los chinos tampoco duró mucho; solo hasta el momento en que China restableció relaciones con los Estados Unidos, en 1978, y le suspendió las ayudas financieras y comerciales. Lo que tarde o temprano nos va a pasar a nosotros; oigan mis palabras…
Tras romper relaciones con sus mejores clientes y patrocinadores, Hoxha —que andaba en una onda de “soberanía”— impuso al país un aislacionismo inaudito. Le tocó, entonces, vivir del cuento. El culto a la personalidad, que es tan característico de los rojos, se vio exacerbado. Aunque no llegó a decir, como el de aquí, “Hoxha es pueblo”, se vendía como «el último sostenedor del auténtico marxismo-leninismo» porque tenía que justificar el aislamiento internacional.
El final del cuento es muy parecido al de por aquí: la economía se fue al foso, el país quebró y el empobrecimiento fue general. Al final, sin amigos —porque no tenía petrochequera— y ya muy enfermo, a Hoxha se le ocurrió nombrar un heredero, dejando de lado a compañeros del comienzo de la lucha con más méritos y más veteranos. Uno, que se creía con derecho a la sucesión, levantó la voz y, al ratico, lo “suicidaron”. Heredó un mangas-miadas que en el funeral de Hoxha dijo: “Albania será siempre fuerte, siempre roja, como tú la deseaste, camarada”. Pero, pese a esta ampulosa declaración, tuvo que aceptar que se privatizase la economía. Y ni con esas: han transcurrido treinta años y Albania no levanta cabeza. Ojalá no nos pase lo mismo…