Opinión Nacional

Rosales

Pareciera que, Hugo Chávez, no quiere continuar el “proceso” con el que intenta desde hace 10 años instaurar una dictadura de corte militarista, totalitario y colectivista en Venezuela, sin antes deshacerse del alcalde de Maracaibo, exgobernador del Zulia, y excandidato presidencial, Manuel Rosales, uno de los venezolanos que más ha contribuido a demostrarle que es un autócrata de opereta, un tirano que solo actúa cuando cuenta con el apoyo de sicarios armados que corren a obedecer sus órdenes y puede ser derrotado en cuantas elecciones se vea forzado a respetar la voluntad popular.

Rosales, en efecto, destrozó a punta de votos a dos candidatos chavistas que intentaron disputarle la gobernación del Zulia en las elecciones del 2000 y el 2004; en las más recientes, las que se celebraron en noviembre pasado para elegir alcaldes y gobernadores, le aplicó la misma medicina al candidato del autócrata para la alcaldía de Maracaibo; y en las elecciones presidenciales del 2006 enfrentó al teniente coronel, y sin tiempo ni recursos para hacer una campaña electoral como Dios manda, ni capacidad para desbaratarle el feroz ventajismo al ya curtido dictador, se alzó con el 43 por ciento de los votos.

Pero lo peor a efectos del pánico que sacude a Chávez cada vez que le pasa por la mente el celaje de Manuel Rosales, es que en medio del esfuerzo ímprobo para ganar elecciones y del deber de cumplir con sus obligaciones como funcionario electo, encontró tiempo para fundar y organizar un partido político, Un Nuevo Tiempo, UNT, que ha plantado banderas en todo el territorio nacional, combate a la autocracia en cuanto rincón de Venezuela pretende imponer su política de saqueo y ocupación y ha demostrado, las veces que ha sido necesario, su decisión y capacidad de derrotarlo democráticamente.

De ahí que al avanzar en su estratagema para sacar de juego a Rosales, ya sea obligándolo a abandonar el país, encerrándolo en una cárcel como para que más nunca se tengan noticias de él, o simplemente atentando contra su vida, Chávez expresa sobre todo su intención de cerrar los últimos y minúsculos vestigios de vida democrática que restaban en el país, de hacer desaparecer la constitución vigente aun como recuerdo y de una vez y para siempre, dando otro salto en su propósito de hacerse con el poder total y pasar a ser el único propietario de la vida, los bienes y la libertad de los venezolanos.

Decisión que ya había tomado cuando el fatídico 4 de febrero del 92 irrumpió con las armas desde un cuartel para atentar contra un gobierno legítimo y democráticamente electo, reforzó al optar por disfrazarse de demócrata para ganarse el voto de las mayorías nacionales en las elecciones presidenciales de 1998, y no se ha dado tregua en ejecutar durante los 10 años que lleva desgobernando al país.

Claro que tomando atajos, adentrándose por desvíos, retrocediendo unas veces, avanzando otras, ya en marchas, ya en contramarchas, pero sin perder de vista el objetivo último de servir de instrumento a quienes tanto dentro, como fuera del país, han optado por la decisión de destruir a Venezuela.

Montonera de náufragos del marxismo tardío que cayó hecho añicos cuando los pueblos de la URSS, China y Europa del Este decidieron poner en evidencia la más grande estafa histórica que se ha perpetrado contra la humanidad, y a la cual se han unido bandas de narcotraficantes y de otras ramas de la delincuencia organizada, grupos guerrilleros que mal viven del secuestro extorsivo, los atentados terroristas y el comercio ilícito, tránsfugas del honor, la cultura y las ideologías, paramilitares y parapoliciales que se alquilan para cubrir a los cuerpos oficiales de la represión, y corruptos de toda laya que no pierden tiempo en camuflarse con los señuelos que sean necesarios para entrarle a saco a los dineros públicos.

Los mismos que se han unido a la corte del Rey Chávez durante la década más siniestra de la historia venezolana pasada y reciente, y han sido pieza eficiente para que la pobreza crítica ya traspase el 70 por ciento, la infraestructura física del país ruede hasta convertirse en un bloque de chatarra espectral y mal oliente, el aparato productivo sea un chiste de mal gusto con el 80 por ciento de su capacidad instalada paralizada, una inflación de más del 45 por ciento anual, desempleo del 15 por ciento, una inseguridad personal que ya cobra hasta 13 mil vidas al año (10 veces más que en los conflictos de Irak, Afganistán y de israelíes y palestinos juntos), y escasez, desabastecimiento e índices de desarrollo humano que ya permiten situarnos entre los países más atrasados del mundo.

En fin, el cuadro típico de una dictadura que a más de sus rasgos militaristas, totalitarios, colectivistas y mafiosos, une su pasión por el control estatal de la economía, no permitir otra disidencia que no sea la que está entre rejas, clandestina o exilada, y que concluye en las catástrofes humanitarias que ya se conocieron en la URSS, China y los países de Europa del Este, y aun pueden verse en Cuba y Corea del Norte.

Con gigantescas violaciones de los derechos humanos, en fin, que se ejecutan en campos de concentración, cárceles masivas y paredones de fusilamiento, pero que en el caso venezolano se han sucedido, si no con la rapidez de los tiempos de Stalin, Mao, Kim Il Sung, Pol Pot y Fidel Castro, si con el ritmo lento e implacable que empezó con los asesinatos de Puente LLaguno el 11 de abril del 2002, el despido compulsivo e ilegal de 25 mil trabajadores de la industria petrolera, la prisión ilegal y abusiva de trientenas de venezolanos que se pudren en las cárceles sin que haya fiscales, jueces y tribunales que atiendan sus causas y el acoso y brutalidad con que la disidencia es perseguida, sitiada y asfixiada para que abandone el país o se someta.

La condena injusta, ilegal y criminal de los comisarios Simonovis, Vivas y Forero, y de los 8 exagentes de la Policía Metropolitana, luego del juicio más largo de la historia venezolana (4 años), y en medio de violaciones sin fin de sus derechos humanos y de la negación del debido proceso, y con condenas que totalizan 213 años, son una prueba reciente e irrefutable ( hace 3 días no más), de hacia donde avanza la dictadura chavista y cuál será el futuro que espera a los venezolanos si no se deciden a poner fin a este muestrario del horror y el terror.

Amenaza que se cierne sobre los presos que se asfixian en la DISIP, la DIM y Ramo Verde, de presos emblemáticos como el general Felipe Rodríguez y el empresario Eligio Cedeño, a quienes se unió el jueves el general Raúl Baduel en otra demostración de que la vesania del dictador es tan insaciable, como inhumana.

Así como los periodistas José Rafael Ramírez y Leocenis García a quienes se les cobra el coraje de enfrentar y denunciar la corrupción, a los reporteros de radio y televisión que son atropellados a diario y se les niega el derecho a informar y ejercer su trabajo como quedó claro en el reciente atropello contra la periodista de Globovisión, Beatriz Adrián y tantos otros que han conocido agresiones y hasta la muerte como tarjeta de presentación de “la revolución bonita” que también llaman “bolivariana”.

Y en su intento de enterrar de manera definitiva la democracia constitucional en Venezuela, contra Manuel Rosales, el maracucho que ha derrotado a Chávez en cuantas contiendas electorales se le ha enfrentado, tiene el respaldo del aguerrido estado Zulia y de todos los venezolanos y terminará haciendo una contribución decisiva e insoslayable para poner fin al peor gobierno de los 500 años de historia nacional.

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