La sustancia y la sombra
Desde otras tierras la evaluación del liderazgo político latinoamericano es frecuentemente llevado a cabo en base a intentos de atrapar la sombra, en lugar de la sustancia. La pomposidad de Hugo Chávez, su retórica coprolálica, su prodigalidad hacia sus amigos con nuestro dinero, su odio contra los Estados Unidos, todo esto representa la sombra. La sustancia es que ha despilfarrado $750.000 millones en diez años, que el país está hoy profundamente dividido por el odio que ha sembrado, que todas las instituciones venezolanas están prostituidas, que el crimen y la corrupción galopan sin límites y que nuestra sociedad no está hoy mejor que hace diez años. Enfrentados con estas verdades objetivas y documentables los compañeros de ruta de Chávez, de Ramonet en Francia, a Gott y Carson en Inglaterra, a Wesibrot, Birns, Sean Penn y Danny Glover en USA, a Heinz Dieterich donde se encuentre, todos prefieren ignorar estas verdades para aplaudir al dictador, la sombra, la ilusión de un hombre que “está defendiendo a los pobres”. Estos compañeros de ruta no serían tan despreciables si aceptaran abiertamente que sus emociones o su codicia están por encima de su integridad. Pero todos ellos alegan hablar con sinceridad y convicción. Al hacerlo rechazan que Chávez sea anti-democrático, que pretende ser presidente de por vida, que solo ve la corrupción en sus opositores y nunca en los miembros de su familia o en sus amigotes del régimen, que utiliza nuestros activos nacionales como si fuesen de él. No escuchan cuando Chávez dice: “Solo yo puedo gobernar a Venezuela”, o cuando insulta en lenguaje tarzánico a líderes de los propios países de los compañeros de ruta (“Bush, iu ar a donky”). Estas actitudes del déspota no parecen preocupar a los compañeros de ruta, quienes solo ven (y admiran) en él al hombre que insulta al “imperio” y parece salirse con la suya, a la gran esperanza de un paraíso socialista que nadie se molesta en definir. La advertencia de Esopo presumía que atrapar la sombra era un acto humano involuntario. Nunca se imaginó que existirían seres que preferirían hacer esto conscientemente, motorizados por la codicia y por una profunda deshonestidad intelectual.