Opinión Nacional

Crueldad o bondad en la ejecución

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Decir al condenado el día, la hora, el lugar, el mes, el año e, incluso, el cómo ha de ser ejecutado, los seres que han de acompañarlo, según su voluntad, sea la horca, la silla eléctrica, la cámara de gas, guillotinado, manual o electrónicamente, el paredón de fusilamiento vendado o con ojos abiertos, o el azote, y cualquier otro detalle que pudiera hacer mas cruel el acto final, es un gesto de bondad que engendrará un reconocimiento e incluso gratitud, aun cuando tanto dolor pueda causar a los seres que se ama y bien amaron, al familiar, al amigo y, como siempre ocurre, alegrar a quien su muerte espera. El destino finito es siempre desde la perspectiva de estos últimos, un acto de felicidad que se madura hasta al alcanzar su clímax con la muerte, que podrá presidir con una rueda de prensa para escuchase su discurso final que, casi siempre, es sobre su inocencia o su arrepentimiento y más, a veces, su aceptación gozosa de la pena. Todos al hacer cuentas, al afinar el balance, asumirán la bondad del saldo. En cambio la codena a muerte en la espera indefinida es el más perverso acto de crueldad, la crueldad más macabra. En el primero de los casos es acto de justicia, en el estricto sentido que el derecho asume. El segundo es premeditación que en el estado de terror encuentra su venganza. En efecto, saber el día exacto y los demás detalles permite al muriente descontar cada tiempo del año, el mes, el día, la hora, minutos y segundos hasta el último ya incontable, ajustar su tiempo para cada acto, de finitud exacta libre de azares. Puede planificar rigurosamente su agonía sin arrebatos, compartiendo con quienes en él depositaron amor, fe y confianza. Será ese día y podrá en la seguridad de su tiempo detenerse en cada ser que ama, evocarlos, reconocer sus actos que merecedor le hicieron de la muerte con la cual se termina su juego. Será el tiempo preciso para reconocer de la verdad del amigo y de los amigos de verdad, la bondad, el perdón. Si para él es cierto lo aquí dicho, cuánto mejor al juez y jacobinos que en nombre de la Ley y la Justicia, decidieron tal tipo de condena. Libre su conciencia según la claridad de la razón sus manos podrán asir el pan, beber el vino, recostarse a su amada sin cuentos de terror murmurando canciones inéditas construidas en batallas de amor.

En cambio, mantener indefinido el tiempo de la ejecución es perversidad cruel, macabra, es el sadismo propio del silencio como respuesta a cada interrogante de la vida. Algo más que miseria, tortura, es flagelo que se reitera cada vez que amanece, cada vez que consulta el reloj, cada maldita vez que la nada es la respuesta a sus interrogantes. Es goce sádico de quien tiene en sus manos la respuesta. Corre el riesgo de que como no ha de ser a plazo fijo, no tienen sus familiares la puntualidad que reclama saber cual es el tiempo y el espacio donde por última vez se queda vivo. Alargando la angustia para cada mañana de otro día que no llega. Y es la cadena arrastrando el tiempo que se alarga y pesa. Por distintas razones solo una condena a existir sin ser, tal vez tuviese mas crueldad que esta codena; cuenta Fromm que en algún lugar de este planeta, que él sabe bien donde y quienes son, la pena máxima es condenar al delincuente, a la sentencia de existir muerto en vida. La cosa es simple, el condenado carece de derechos. No puede emigrar porque los muertos no tienen pasaporte, no puede trabajar porque nadie puede dar trabajo al muerto y de hacerlo, vive la pena de su propia muerte, idéntica. Carece de familia de sangre o avenida, porque ay!, la familia tiene que asumirlo como su no ser. Nadie tiene derecho a matarlo, por los problemas de fácil inferencia, la imposibilidad de matar a un muerto, pero, sobre todo porque la muerte le quitaría el castigo de existir sin ser. Finalmente no puede hablar ni siquiera consigo, y al otro se hace delito oírlo, ni menos puede conversarse con él so pena de hacerse acreedor a su mismo castigo, por profanar la ley, y como la palabra es el mejor signo de estar vivo, su ausencia es la mas alta prueba de su muerte, entonces quitarle la palabra es su codena máxima, su obligación de vivir mudo ante el silencio indiferente del conjunto. Es hacer del silencio su verdugo.

Quise creer que serían esos los dos polos extremos en el orbe de la humana justicia, entre cuyas distancias cabían formas de mayor equilibrio, de modo que se pudiese hacer recíproca la bella sentencia de Pascal, “el corazón tiene razones que el corazón no comprende”. Pero donde yo existo y unos millones más también lo hacemos es un espacio ajeno del planeta. La condena a muerte como castigo al crimen como ley no existe, pero la muerte vive en la palabra que difama, execra, calumnia, condena, que de la mentira hace verdad de tanto repetirla y de la verdad falacia, engaño para el ocultamiento. Anda suelta la muerte en el silencio que el caudillo impone a quien por razón, intuición, ose señalar defectos al proceso. Anda viva la muerte en cada esquina donde el miedo habita. En el terror a la invasión de cada espacio que con sus manos alcanzaron sus sueños. Anda viva la muerte en el absurdo de asesinar la historia. En su nombre se asesina a Colón al sacarlo del espacio y del tiempo y hasta Bolívar tendrá que ser muerto pues quiso construir en su homenaje, su más bella obra, La Gran Colombia. Y va mas lejos la muerte que asesina, se inventaron los derechos exclusivos de afro descendientes, de indios, y se maldice a quienes impusieron, de ese modo reiteran, la religión, la lengua, la técnica, la ciencia. Y otra vez se morirá Bolívar, español de cepas definidas. Anda viva la muerte al proponerla como fin y final si el socialismo no se alcanza, porque la Patria ya estaba construida. Alternativa que nos deja sin vida, pues como dijo aquel, la Patria es América, o el Himno Nacional que heroico dice, La América toda existe en nación y ese socialismo que de Europa tiene su nombre y sus dogmas, carece de caminos, pues de allí toma sus fundamentalismos primitivos. La exclusión, la Inquisición, la intolerancia. La muerte anda viva cuando se afirma y cree que se puede callar a todo un pueblo si se asesina, de manera cualquiera o de todas maneras, a sus líderes.

La muerte vive suelta, y según las noticias, en la inseguridad que acaba con decenas de inocentes cada día, por nada que con la razón ni el corazón explicación tenga, pues el horror carece de espacios en la razón, el corazón y el alma. ¡Trozar la pierna para robarle su zapato al pie! Es la atmósfera de terror contaminada que derechos de impunidad da al asesino. Pero si así anda la muerte sin restricciones libre, también vive en el suicidio del silencio de quien obligado está a aniquilarlo, tal vez la única muerte justificable es el asesinar al silencio, paradoja sin par para ver nacer, crecer, y renacer la vida. También vive la muerte en el callar que otorga y en mayor gravedad su crimen, el de la complicidad. Y se alimenta de la muerte quien por gloria, fama y dólares justifica o calla los errores y los crímenes que el poder por el poder comete. Tal vez sean buenos los ejemplos. Las universidades autónomas solo dejan abiertas sus fauces para gritar su hambre, el presupuesto justo, reclaman estridentes. En emergencia se declaran porque ya no hay como cumplir los compromisos, las deudas contraídas con los gremios, las primas. En emergencia debieron declarase hace tiempo porque anda perdida la vedad y hay que buscarla, porque la justicia hace de la ilegalidad, la arbitrariedad, la sumisión al cesar, su modus operandi, pero también su ser y su existencia y hay que rescatarla. Porque, en fin, hace tiempo enterraron para el beneficio del poder interno que de su muerte vive, los valores trascendentales de la ética, la ciencia, el arte y la crítica. La muerte vive en la pérfida sentencia que hace de la universidad el reflejo de la sociedad, y entonces la inmoralidad, la corrupción y demás vicios del poder se legalizan, incluyendo la reelección vitalicia y sus engendros y sustento: el clientelismo, la trampa, la complicidad. Tartufos y Gargantúas simultáneos de la autonomía.

Y qué decir del silencio de los intelectuales. De todos, los que dan razones a las sinrazones del régimen y quienes callan sus razones por miedo a combatirlo. Qué decir de la censurara constante de la Iglesia y sus prácticas tan alejadas de Puebla –las conclusiones del CLAM son bandera ética por la fuerza de su razón critica. Habitantes de palacio tan lejanos al rancho. Retóricos, hábiles silogistas de la justicia pero desconocedores de sus propias injusticias. Censores de Chávez pero débiles ante sus propios chaveticos curas, porque frágiles de razón y hechos son ante ellos. Y así tantos otros, que acercan más a la barriga sus reclamos que alimentos de razón y amor a la conciencia. Qué decir de la palabra de algunos críticos de oficio, cuya verdad son ellos. Son los de siempre que hablan sintiéndose dioses en la TV, señalando cuanto tiene qué hacerse por todos los demás, salvo por ellos. Pero que nada dicen, solo que Chávez nos lleva al comunismo y que tendremos la misma tragedia que sobre Cuba pesa. Los más doctos recuerdan la caída del Muro de Berlín, como el fina del comunismo y la apertura de la nueva era, el capitalismo revivido y el dios mercado con bombos y platillos.

De todo cuanto dicho, colmado de angustias, cargado de de mis propios yerros, temeroso de ser un crítico mas de esos de oficio, solo quiero advertir a los amigos, a los seres que amo, que si bien el silencio, por la causa que sea y los fines que tenga, fue castigo que se impuso al otro o complicidad con el poder, por cuanto a dijimos, tarde o temprano grita y entonces su portador ejecutor de ayer quedará sin voz, ya no tendrá palabras.

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