Opinión Nacional

Ledezma

Es desconcertante el esfuerzo que está haciendo Hugo Chávez para convertir al alcalde metropolitano, Antonio Ledezma, en el líder de relevo de la oposición democrática venezolana, en una figura histórica de igual dramatismo al de aquel, Alonso Andrea de Ledesma, que cuentan las crónicas tomó rocín flaco, adarga antigua y lanza en astillero para enfrentar con el solo poder de su brazo la invasión a Caracas perpetrada por el pirata inglés, Amyas Preston, a fines de mayo de 1595, y que detuvo, no tanto porque comandara ejércitos, sino porque su heroísmo fue capaz de conmover hasta a un pirata.

No será el caso de Hugo Amyas Chávez Preston, pirata del siglo XXI interesado, no solo en entrarle a saco hasta el último centavo escondido en los bolsillos del más humilde de los caraqueños, sino también al tesoro más valioso acumulado por la ciudad durante sus casi 500 años de historia: su amor sin tregua por la libertad, la democracia, la igualdad y la dignidad humana.

De todas maneras, un hecho histórico el del alcalde y corregidor, Alonso Andrea de Ledesma y el pirata Amyas Preston, marcador de la formación de la nacionalidad temprana inmortalizado por don Mario Briceño Iragorry en el inolvidable reportaje que tituló el Caballo de Ledesma (Editorial Élite. 1942), y que más hacia nuestros días, mediados del año pasado no más, el periodista y conductor de televisión, Nelson Bustamante, en un documental sobre Caracas que realizó para la cadena History Channel, asomó podía ser el suceso génesis que inspiró a Cervantes para adentrarse en su Don Quijote.

Y que palpita, vuelve sobre sus pasos y recorre de nuevo el camino que una vez se llamó de «los españoles», cada vez que un superpoder, sea nacional o extranjero, público o privado, emerge para intentar aplastar la voluntad que se expresa en la decisión de los ciudadanos de darse su propio gobierno, en arrebatones que, si bien pueden imponerse deleznable y fugazmente, terminan siendo derrotados cuando el pueblo que encarnó en su tiempo Alonso Andrea de Ledesma, y ahora, Antonio Ledezma, se alza y grita que la libertad y la democracia son invencibles.

Lo vivió don Mario Briceño Iragorry en dos fechas fundamentales de su vida: el 2 de diciembre de 1952 cuando el dictador Marcos Pérez Jiménez desconoció los resultados de unas elecciones que lo alertaban debía prepararse para abandonar el poder, y 6 años después, el 23 de enero de 1958, cuando los mismos electores que habían sido burlados tomaron las calles y obligaron al dictador a abandonar Miraflores y el país de una vez y para siempre.

Y que vivirá también Nelson Bustamente, ya sacudido por la forma como la autocraciachavista le arrebató la señal libre al canal de televisión donde trabajaba, RCTV, y en la espera cierta de que el pueblo obligue a Chávez a devolverla, mientras lo expulsa de una historia y una tierra en las cuales se ha comportado siempre como un enemigo, como un extraño.

Paralelamente, Antonio Ledezma, no apacigua, sino que arrecia su lucha, asume la defensa de la libertad, la democracia y la soberanía popular en el momento especialmente crítico en que una banda de individuos al margen de la ley, premunidos de un discurso que de tan crónico huele al rancio de los autos de fe medievales, y solo idónea para remachar dictaduras que penetran y pervierten hasta los espacios más íntimos del ser humano -por lo que también se conocen como totalitarias-, se empeña en desconocerle el mandato que el 23 de noviembre pasado le entregaron los caraqueños.

El sistema que ya sufrieron rusos, italianos, alemanes, chinos, europeos del Este, cubanos y coreanos durante las décadas del siglo XX que empiezan en los 20 y terminan en los 90, que promovió las guerras, hambrunas, y violaciones masivas de los derechos humanos más pavorosas que ha conocido la humanidad, que fue desmantelado por cada uno de los países que lo experimentó entre 1989, 90 y 91, del que solo sobreviven Cuba y Corea del Norte como piezas de un museo del horror, y que Hugo Chávez y su pandilla, estafando a los electores, ha querido restaurar en Venezuela como una miasma pestilente de la cual se alimentan, mientras son engullidos por ella.

Es una claque de un especial regusto por el caos, pues no solo no gobierna, sino que, como ha ocurrido con Antonio Ledezma, no lo deja gobernar, pues desde que fue electo como Alcalde Mayor de Caracas, se le han negado los recursos que requería para ejercer sus funciones, y además, desde el «adefesio» que llaman la Asamblea Nacional, han pretendido «legislar» para desaparecer a la Alcaldía Mayor aun como entidad jurídica.

Y vaya si los habitantes de Caracas necesitan de una autoridad que se ocupe de sus problemas cotidianos, como son: controlar la inseguridad que acaba con la vida de 100 caraqueños promedio los fines de semana, recoger la basura que ha hecho de Caracas una de las ciudades más sucias del mundo, transporte público y privado ineficientes por la congestión vehicular, salud y educación en total abandono y una ola de corruptelas donde los delitos de cuello blanco y los otros son una y la misma cosa.

Todas las razones, en fin, por las que fue electo Ledezma por una mayoría de 800 mil electores que ya lo conocía de los tiempos en que fue gobernador del Distrito Federal primero, y alcalde electo del municipio Libertador después, y dejó una obra que perduró en la memoria de los caraqueños y fue decisiva para que lo prefirieran al candidato chavista, Aristóbulo Istúriz, que también había sido electo como alcalde, pero sin que recordarán que tenía los méritos para pasar la prueba de los retos que debe confrontar el que es escogido como autoridad más importante del área metropolitana.

De modo que, el hostigamiento contra Ledezma, es también hostigamiento contra el Bravo Pueblo caraqueño, que una vez confió, como la mayoría de las comunidades urbanas de Venezuela, en que el teniente coronel Chávez llegaba con el propósito de rescatar el país de la crisis política, social y económica que lo agobiaba y agobia, restablecer los servicios públicos y ganarle la guerra a la delincuencia y la corrupción, y no vivir en una situación como la promovida por Chávez y el chavismo en que los viejos males se han centuplicado, con nuevas lacras como el tsunami de una ola delictiva que no se sabe si es auspiciada desde los antros o desde Miraflores y una corrupción que no es la excepción sino la norma, la regla en los usos y modos del gobierno, de este gobierno.

De ahí que, combatir el totalitarismo en el doble objetivo de denunciarlo y hacerlo evidente ante las mayorías nacionales e internacionales, así como luchar por arrebatarle de las fauces los principios e instituciones democráticas que ya son poco menos que jirones, es que la gran tarea, el desafío inmenso que se ha propuesto Antonio Ledezma.

Y del cual no dudamos saldrá exitoso, como que, no es solo un líder que se eleva y sobrepasa la altura del compromiso que se propone, sino que tiene a su lado 5 millones y medio de venezolanos y 800 mil caraqueños que seguirán atendiendo a su llamado de que derrotar a Chávez y su satrapía es el gran desafío de estos tiempos y de estas generaciones.

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