Opinión Nacional

Y el comandante mandó a parar

Siempre he imaginado a Castro dando las últimas instrucciones de su velatorio desde el féretro: “mira, Raúl, quita ese cirio de allí. Estira la bandera del 26 de julio entre esas coronas blancas, por allá. Pon el FAL que usé en Sierra Maestra más acá, entre los crisantemos y el tomito del Mein Kampf que leía en la universidad. Y por favor: hazme desaparecer la foto de esa vieja que se decía mi madre y odié toda mi vida.”
No terminará por cerrar sus ojos y pasar al más allá sino cuando no le quede más remedio. Incordiará, entre tanto, cuanto le sea posible. Una fuerza de la naturaleza de esas de antes, de tiempos homéricos. De luz de candil y carreta de bueyes. Gallego de los de Hernán Cortés y la conquista de México. Un Francisco Franco, que ordenó aplicarles el garrote vil a unos etarras mientras estiraba la pata. Pero caribeño y de izquierdas. ¡Vaya desgracia!
Creyó nuestro Fidel Castro en alpargatas, el de Sabaneta, que se la había comida en Puerto España. Que había desbancado todo liderazgo anti imperialista con la genial idea de regalarle ese bodrio sesentoso del uruguayo Galiano al negro Obama. Que con un simple sacudón de manos y una sonrisita de las suyas había terminado por desplazar a Castro y apartar a Lula de un manotazo. Que de una simple jugada se había erigido en el propio interlocutor de Obama a la cabeza de la zarrapastra tercermundista. De Pekín al Chimborazo.

Y se lo creyó. Despertando de paso el desagrado de Correa que ya tuvo que calarse sus traiciones y la vergüenza de Michelle Bachelet, tan compuesta y ordenada como buena colegiala chilena. Hasta que llegó el comandante y mandó a parar. Genio y figura hasta en esta cuasi sepultura en que vegeta lanzó sus últimos relámpagos, burlándose de la pendejada de su joven ahijado y de la alegría de tísicos que recorría a la izquierda del Tercer Mundo.

“¡Que se bajen de esa nube!” Tronó burlón el cuasi nonagenario. Irremediablemente racista, como que jamás un negro ha integrado su gabinete, lo dijo negro sobre blanco – valga la redundancia: “Que el negro ese no puede sino presidir un imperio y proteger los intereses de sus multinacionales.” Fiel al Capital, no al de Wall Street sino al de Carlitos Marx, recordó el título de una de las grandes obras de Lenin: El Imperialismo, fase superior del capitalismo. Y previno contra las ilusiones pendejas de quienes quisieron darle un besito en la mejilla y cooptarlo para sus delirios revolucionarios. Ya se imaginó Chávez un rojo rojito en la Casa Blanca.

Tiene toda la razón. Como solía recordar Bertolt Brecht, “la lluvia cae de arriba hacia abajo, y tú eres mi enemigo de clase”. Aceite y vinagre, no fresa y chocolate. Fin del romance. Vuelta a la normalidad. Chávez no tendrá vara alta en Washington. Evo tampoco. Lo dijo Fidel, y esa es santa palabra: no se puede estar bien con Dios y con el diablo. A preparar la artillería verbal de la ofensa y la calumnia. Pronto, mucho más pronto de lo que nos imaginamos, Obama volverá a ser el canalla aquel que preside el imperio.

Fin de partie. Buenas noches.

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