Sin partidos, difícil: Sin la sociedad civil, imposible
Con los partidos sucede lo que con los árbitros de fútbol: mientras menos se les nota, tanto mejor lo han hecho. Basta que adquieran notabilidad y alcancen el proscenio de las preocupaciones públicas, para advertir que algo no funciona con ellos. Es hora de pensar en su actualización ideológica, volver a aceitar sus maquinarias y ajustar su funcionamiento de acuerdo a los nuevos anhelos generales de la sociedad sobre la que actúan para volver a la normalidad del segundo plano.
Lo mismo con el protagonismo de la sociedad civil. Basta que se hable más de ella que del curso general de la sociedad, para advertir que las mujeres y los hombres que la integran han debido abandonar sus funciones y se han visto obligados a ocuparse de problemas que en el caso ideal mejor sería estuvieran en manos de quienes han hecho de la administración de los asuntos públicos profesión de vida: los políticos. Y de sus agrupaciones: los partidos. Cuando la política todo lo invade y se convierte en la principal preocupación ciudadana, las sociedades que la sufren se encuentran gravemente enfermas. Es el momento de la terapia intensiva.
En otras palabras: la estentórea algarabía en torno de los partidos habla mal de ellos. Pero peor de quienes promueven la algarada. De allí el sueño de la siempre precaria normalidad social: la sociedad civil en busca de su realización en los asuntos que le atañen – la reproducción material y espiritual de la sociedad, lejos del escenario de trifulcas y desmanes – y los partidos y los políticos en procura de la suya: la discreta administración de los asuntos del Estado. Perfectamente coordinados mediante la relación representante-representado que constituye la médula espinal de los regímenes democráticos. Y de las elecciones, la más perfecta y esencial de las formas para zanjar las diferencias más acuciosas de la gestión pública.
Deben reconocer los políticos, los partidos y los voceros de la sociedad civil que esa ecuación ha saltado hecha trizas por la acción disolvente y anarquizante del caudillismo fascista que nos desgobierna. Cuyo objetivo es la aniquilación de los partidos, el encarcelamiento de los políticos y el amordazamiento de la sociedad civil. Es el objetivo de toda dictadura, así se travista de socialismo y se pretenda revolucionaria. Eternizar un estado de excepción y gobernar mediante decretos del déspota. Pues su fin es la aniquilación de la democracia.
Nada sería más conveniente que comprender el estado de excepción que vivimos y lograr, dado ese estado de excepcionalidad, una alianza feraz y oportuna de los partidos democráticos y la sociedad civil. Toda vez que no son compartimentos estancos y que tanto en los partidos florecen las iniciativas civiles como en la sociedad civil las partidistas.
Debe, por lo tanto, la Mesa Unitaria aproximarse a las ONG’s, a los gremios y colegios profesionales, a las agrupaciones sindicales y empresariales, a las universidades, a las iglesias y a toda forma de asociación propia de la sociedad civil. Reconociendo con humildad los límites que los caracterizan. Deben, por lo tanto, sus mesas de trabajo buscar la integración de los mejores comunicadores, embajadores, académicos, ingenieros, abogados, estudiantes, sacerdotes y amas de casa, sin distingos de militancia partidista alguna. Que la sociedad civil ha sido el principal escollo encontrado por el tirano. Y ella será el motor de la restauración democrática.
Para colaborar en la magna empresa de salir de esta pesadilla y abrirle curso a la revolución democrática que los tiempos reclaman no se requiere de un carnet o una inscripción partidista. Se requiere de la lucidez, la generosidad y la grandeza de mirar hacia el porvenir. Para lo cual curar las heridas, cerrar el pasado y hacerse a la construcción del futuro se convierten en necesidades imperiosas. La unidad que los tiempos reclaman exige del entendimiento sincero y sin mezquindades de los partidos, como también del desprendimiento, la paciencia y la templanza de la sociedad civil. La unión de los partidos y el respaldo y colaboración de la sociedad civil son imprescindibles en la ciclópea tarea que enfrentamos. Logrados, nada ni nadie podrá detener el curso de la historia.
Esa unidad es el compromiso que la historia nos reclama. Hagámosla realidad.