La pasión por la revolución
Cuando se celebraba la asamblea ordinaria del MBR-200 en el teatro Chacaíto en diciembre de 1996, conocí a una profesora que comenzaba a dar sus primeros pasos en la política. Ella era Fausta Caicedo, docente del pedagógico representante de la Parroquia San Pedro de Caracas.
Tenía 2 hijos y vivía en Los Chaguaramos con su esposo Nemesio Cedra, comerciante dedicado a la distribución de alimentos. En la medida que avanzaba el proceso político, Fausta se metía cada vez más en las actividades de la militancia. Situación que no le gustaba a Nemesio. Recuerdo que cuando asistió al evento que preparó Nancy Pérez en Valencia para formar el Frente de Mujeres Manuelita Sáenz en mayo de 1998, Nemesio en un arranque de celos optó por separarse. La dejó sola maldiciendo su actividad política; se quejaba porque ya no eran solo los compromisos en Caracas, sino también en el interior del país. Pero eso no le restó energía a la lucha que había asumido. Su apartamento era centro de operaciones. Alli estuvimos incorporando a nuevos simpatizantes de la clase media. Decenas de veces me acompañó durante la campaña electoral por la Senaduría al Congreso y estaba presente en casi todas las visitas a los barrios de Caracas. Era una de las primeras en llegar al comando que teníamos en Las Brisas de Catia, en la casa de Francisco Flores.
Cuando se obtuvo el triunfo el 6D, la celebración de Fausta fue empañada al saber que su esposo le exigía el divorcio de inmediato. Aunque afectó algo su acción política esa coyuntura la superó. Además de la docencia como modo de obtener sus ingresos para subsistir, el divorcio trajo el reparto de bienes lo que le permitió instalar una escuela de computación.
En los años 2000, Fausta fue llamada por algunas autoridades que conocían su trabajo para que les ayudara en su administración. Esto hizo que ella se convirtiera en una especie de “apaga fuegos”. Recurría a donde la necesitaban aunque siempre era contratada por espacios cortos. Bajo la categoría de funcionario de confianza, rango 99 en la administración pública, Fausta nunca quedó fija orgánicamente.
Cuando el golpe de estado en abril de 2002 y posterior paro petrolero, Fausta se vio obligada a liquidar su escuela de computación. Hecho que le limitó posibilidades de holgura económica. Se mantuvo con el cinturón apretado hasta que en 2005 regresó de nuevo como “apaga fuegos”. A principios de 2009, a Fausta le diagnosticaron cáncer del endometrio uterino. Tuvo que separarse del trabajo y con la ayuda de sus jefes ha logrado costear el tratamiento para su cura.
Anoche me llamó su hijo mayor, estudiante en la UBV, para darme la mala noticia de su muerte. Fausta, quien el 6 de septiembre cumpliría 45 años, fue una mujer entregada al Proceso Bolivariano. Nunca dejó de expresar su disposición a dar la vida por sus ideales. Decía con vehemencia dándole mucha fuerza a sus palabras que su razón existencial era la pasión por la revolución.