¿Ineptitd gerencial o falta de madurez personal?
¡Qué vaina es este país que cuando alguien solidariamente reclama a un allegado, a un supuesto amigo, a un correligionario, a un camarada, a un gerente de postín, a un supervisor: un traspié, una pifia, un desliz, alguna ineficiencia, una equivocación, es inmediatamente tildado de disidente, de desobediente, de contrincante, de rival!
La madurez gerencial y personal demanda una genuina apertura al comentario ajeno y considerado, al respeto del otro: quien no lo aprecia – por falta de cortesía, cordura o caballerosidad – esgrime prontamente como defensa de su ineptitud la descalificación del colega, el desprestigio del asociado, ahora disociado,
Cuántas veces no escuchamos la degolladora opinión de doctos académicos y gobernantes de primera magistratura, la sacrosanta expresión: Él no está a mi nivel, quién se ha creído que es. En universidades, gobiernos y empresas, la reacción de los que tutelan es incntables veces la misma: una actitud de suficiencia, de no querer oír, en fin, de asumir suficientemente que a mí nada me importa sino lo que me importa a mí.
La ineficiencia gerencial, la de muchos togados, borlados y charreteados se viste de argumentos afectivos, como los que implican: el no me quieras más, no me llames, olvídate de mi, propios de novios adolescentes e inmaduros que se devuelven mechones de pelo, escapularios, flores secas, las esquelas del cuartel, en medio de reproches banales que se convierten sin más, en Razón de Estado, en Argumento Académico, en justificación de persecuciones y destierros.
¡La ineficiencia personal se replica como ingratitud ajena!
Difícil es la tarea de enfrentar los Egos gubernamentales, académicos y gerenciales de los llamados ilustres, notables y favorecidos que se presumen llamados por la Historia o la Divinidad, o por sus más supinos intereses – a ser continuidad, legado, argumento último, dignidad, canonjía sin fin.