El payaso y los intelectuales
Ni como tragedia ni como comedia: esta vez la historia se repite pero como circo. Un circo de mala muerte, de esos que van de pueblo en pueblo a la rastra de un jamelgo infeliz y desdichado. Un circo barato de carpa parchada, camellos pelones, cabras cojas y un payaso desdentado y zarrapastroso que funge de hombre orquesta.
Chávez, de cuya patética figura lavándose los calzoncillos en La Orchila jamás podremos olvidarnos y cuya cobardía en la ocasión fuera duramente censurada por Freddy Bernal – que hoy paga el precio por el atrevimiento – se ha permitido traficar con la honra y la nombradía de grandes intelectuales latinoamericanos. Creyeron estos, como Platón en su tiempo, que con un tirano Banderas como el golpista de Sabaneta era posible el debate. Ya sabemos lo que le pasó al filósofo ateniense: estuvo a punto de pagar con su vida la ingenua pretensión de hacer del tirano de Siracusa un estadista ilustrado.
No sabía Jorge Castañeda, que tuvo la ocurrencia, que con un asaltante de caminos como el teniente coronel golpista no hay ni diálogo ni mucho menos debate posible. Ni Mario Vargas Llosa que Chávez antes intimaría con Fujimori que vérselas con al primero y más grande intelectual de habla hispana hoy vivo. Sabemos los venezolanos luego de 10 interminables años de gobierno y 17 de siniestra trayectoria que Chávez es un rufián con el que hablar supone una rebaja moral inevitable.
Que hablen con Chávez los jueces, llegado el momento. Por ahora, prestarse al juego de adornarle sus entrepiernas sólo es posible en seres de la calaña de Hernández Montoya o los restantes palafreneros y adulantes con los que cuenta. Haber entrado a Miraflores, lugar desde donde se cocina a fuego lento la dictadura que pretende someternos, hubiera sido un error de marca mayor.
Era de esperarse: la cobardía de un payaso no debe medirse con la vara de la grandeza intelectual de un extraordinario novelista. Era hora: después del extravío todo vuelve a su sitio.