La sobrevenida
Imposible en un día tan señalado evadir el tema. Al parecer la palabra clave en todo este embrollo constitucional tiene que ver con el dichoso término.
Lo que más se ha escuchado en este comienzo de año desde la cúspide del poder, concretamente a los cónsules, es hablar de «hechos sobrevenidos» y de «circunstancias sobrevenidas». Se supone, además, que toda esta situación «sobrevenida» requiere de una sobreinterpretación constitucional, todo lo cual se complica adicionalmente con la carta en un sobre venida y sometida a la consideración de la Asamblea esta semana.
Lo más prudente en estos casos es recurrir al diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, que viene a ser como la Constitución del idioma, porque «limpia, fija y da esplendor». No faltará quien nos acuse de intervencionismo extranjero por involucrar a la Academia española en esto, de acciones entreguistas, contrarias a la independencia nacional y demás acusaciones propias de este tiempo: «terrorismo lingüístico», «fascismo idiomático» y otras por el estilo, en fin, gajes del oficio y del tiempo. El DRAE señala que «sobrevenida» es una «venida repentina e imprevista».
Nada más ajeno a la realidad en estos momentos en los que se habla, fundamentalmente, de mantener el permiso de ida prolongado de manera indefinida. En general se asocia la palabra a acontecimientos no esperados.
Sin embargo, a riesgo de que se me acuse de darle la razón a los cónsules, efectivamente hay algo razonable en el argumento, porque en Venezuela toda situación es sobrevenida, es decir inesperada. Por ejemplo, puede estar lloviendo durante un mes entero sobre montañas de suelos saturados y débiles que a nadie se le ocurrirá que puede sobrevenir un derrumbe. O, por ejemplo, pueden ceder las bases de un viaducto más allá de lo que la ingeniería recomienda y a nadie se le ocurrirá que puede sobrevenir su colapso. Esta incapacidad para el sobrevenimiento es la que hace que todas las circunstancias que en otros países son previsibles, aquí nos sorprendan. Este año, por ejemplo, tenemos inflación sobrevenida, desabastecimiento sobrevenido y un mercado cambiario, en este caso, sobrevendido.
Parece que a nadie se le pasó por la cabeza que destruir nuestra economía, quebrar a nuestros productores y enriquecer a los de afuera, haciéndonos dependientes de las importaciones, nos iba a colocar en este sobrevenimiento que tiene a muchos al borde de la sobrevivencia.
Por otro lado, también a riesgo de que me detesten los apegados a lo jurídico, comparto la idea de que la juramentación es un mero formalismo. Entre nosotros las leyes y la propia Constitución son como una cosa sobrevenida que viene a perturbar la normalidad de nuestra vida. Por eso uno le busca la vuelta a toda ley, porque las leyes para nosotros, a diferencia de los anglosajones, no son una forma de vida y de convivencia, una conquista ciudadana como en «el espíritu de las leyes», para frenar al autoritarismo, sino una limitación que alguien redactó para complicar la vida y que por tanto hay que buscar cómo saltarse, tanto para el que se come el semáforo, como para el que se come la Constitución. Dicho de otra manera, uno sabe que el juramento en Venezuela vale poco, por no decir nada y mucho menos los que se realizan en el hemiciclo del Palacio Legislativo que parece estar ubicado en una suerte de hueco negro de las buenas intenciones.
Quizá la muestra más clara de esto fue la juramentación de 1999, que incluyó un desconocimiento explícito del texto constitucional sobre el cual se juraba.
Sinceridad pocas veces vista y digna de agradecer, en todo caso.
Así pues, lo que hoy sucede tampoco es para rasgarse las togas: una situación sobrevenida como tantas otras en nuestra historia reciente y pasada, como sobrevinieron los Monagas, Guzmán, Gómez o Pérez Jiménez. Mantengamos la esperanza de que algún día, cuando comencemos a sentir que somos país y lo practiquemos cotidianamente como una comunidad de personas inteligentes, sobrevendrá una Venezuela distinta de leyes y progreso, de bienestar y cultura, de bondad y respeto. Por los momentos, paciencia, que nadie reconstruye la casa en medio de la tormenta.
¡Calma y cordura!