Opinión Nacional

Y dé gracias

“Agradezca que no le sembramos droga”, me dijo el oficial con un tono de indiferencia para aclararme que eso era lo normal, no una “irregularidad”. Cerrando mi boca para no responder, tomé las llaves de mi carro y salí de la comandancia en la que había permanecido ilegalmente, gracias al abuso de algún policía que creyó que la suspensión de las garantías constitucionales le daba luz verde para poner preso a quien le diera la gana.

En aquellos días, el sistema judicial no estaba tan pervertido como ahora, pero los resultados fueron nulos cuando quise procurar justicia. El fiscal al que acudí no fue muy diligente que digamos y el juez de la causa esperó el tiempo necesario para que prescribiera el caso y así no pude ser resarcido de semejante atropello. Los policías que me detuvieron no fueron sancionados.

La anterior anécdota es verídica y viene al caso porque he recibido algunos correos y comentarios callejeros en respuesta al artículo anterior donde hablaba de cómo Chávez había reivindicado a sus antecesores.

Nada más lejos de mí que querer hacer una hagiografía de la mal llamada Cuarta República, porque abusos hubo y ese hecho que relato es una muestra. Lo que quería subrayar es que cuando las instituciones son débiles, la educación, los valores personales, el autocontrol y hasta el miedo al ridículo pueden servir de contención a la voluntad de dominio y al afán de retaliación de los gobernantes.

(Chávez ha demostrado que sólo se frena cuando se ve perdido, como sucedió el 4-F de 1992 y el 11 de abril de 2002. En ambas ocasiones negoció, reculó y se entregó. De manera que toda esa verborrea altanera de sus apariciones televisadas tiene límites en la cruda realidad. Cuando las circunstancias varían, Chávez reconoce su inferioridad. Ya lo ha hecho. Que otros no hayan sabido cobrar es otra cosa).

El descalabro institucional podría ser compensado con la fuerza moral de alguno de sus personeros, pero ya vemos cómo compiten por complacer al caudillo. En la Asamblea Nacional no hay un diputado oficialista, bajo la férula de Cilia Flores (“recordwoman” mundial en nepotismo), que pueda mostrar algo de criterio independiente. A ninguno se le ocurre ni analizar las órdenes de Miraflores. Es imposible imaginar que pueda ser censurado alguno de los ministros si ni siquiera son interpelados.

Cuando las elecciones son ganadas por la oposición no tienen validez efectiva: los alcaldes y gobernadores democráticos son acosados judicialmente y despojados de sus competencias, hasta el extremo de invadir sus oficinas, como ha ocurrido con las sedes de la Alcaldía Mayor de Caracas y de la Gobernación del Táchira.

El Poder Judicial, la Contraloría y la Defensoría del Pueblo no defienden los derechos de los ciudadanos. Todo lo contrario, cuando intervienen es para avalar los abusos del desgobierno o las actividades “espontáneas” de los grupos violentos.

Lo peor de todo es que el despotismo chavista va acompañado de un tono de perdonavidas que indigna aún más. Si al Ateneo de Caracas se le conmina a abandonar su sede (construida por el Estado con el fin de darla en comodato a esa institución), se acompaña la orden con amenazas a su Presidenta (prohibirle la salida del país) y a los empleados se les empuja a exigir pagos que no han sido negados. Cuando se expropian pequeñas empresas contratistas de Pdvsa, se les amenaza con no pagarles si se oponen y se usa tal despropósito para chantajear a las grandes contratistas norteamericanas, buscando que éstas sean pacientes en el cobro de los millones de dólares que les deben.

Al canal Globovisión se le persigue sin cesar. Se le han abierto decenas de investigaciones. No sólo se le acusa de violar la Ley de Responsabilidad Social de Radio y Televisión que podría conducir a su cierre, sino que se le amenaza con seguirle juicios militares a sus directivos por supuestas acciones golpistas. Por cumplir con su tarea fundamental, informar los detalles de un movimiento sísmico -en medio del silencio oficial-, se le acusa de alterar el orden público. Es decir, los venezolanos podemos vernos despojados del primer canal de noticias del país pero además sus directivos pueden ir presos por… lo que sea.

Como en la historia que contaba, a quien le quitan su empresa tiene que agradecer que no le siembren droga para después ser acusado de narcotraficante y depositado en una de las vergonzosas cárceles de la revolución bonita.

Uno de aquellos policías hoy tiene como oficio alterno matraquear a los comerciantes vecinos de la zona que debe patrullar. Adivinen cuál es su filiación política actual.

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