Opinión Nacional

La marcha ucevista o crónica de un éxito que pudo ser mejor

Ahora que ya cunde el consenso de que la autocracia de Hugo Chávez ha derivado hacia una brutal y asfixiante dictadura, conviene tener presente que, no por sobrevivir espacios donde aun circulan retazos de una democracia cada día más frágil y ficcional, es permisivo hacer política perdiendo de vista que después de sus alharacas “legalistas” y “constitucionalistas” el gobierno tiene algo distinto que sus artimañas y emboscadas.

Lo digo por las lecciones de la última manifestación universitaria, la del miércoles pasado, la cual, luego de una robusta movilización que reveló cuán vivos se mantienen y prosperan los sentimientos antitotalitarios en “la casa que vence las sombras”, se vio empañada cuando una reunión pautada para que el ministro de Educación Superior, Luís Acuña, se reuniera y oyera las peticiones de los manifestantes, se trastocó en un pandemonium para que fueran los peticionarios quienes oyeran las aullidos del ministro y sus empleados.

Espectáculo lamentable y artificioso que no fue previsto por los organizadores de la marcha, que debió suspenderse en cuanto se hicieron evidentes sus desplantes y añagazas, al cual jamás se hubiera asociado un alto funcionario que tuviera una brizna de respeto por el cargo y por si mismo, pero que se derramó como aguas servidas del sistema que recoge los depósitos fecales de la ciudad, para revelar que los totalitarios solo tienen oídos para escuchar al Jefe, al Único, al Superior, al Comandante-Presidente.

Y que se originó en el hecho de que, habiendo impuesto los manifestantes ucevistas el carácter pacífico, democrático e incluyente del evento, obligó a Acuña y sus pandilleros a tirar la parada de burlarse de las reivindicaciones estudiantiles y sustituirlas por el lugarcomunismo de una cháchara ideologizante, tan previsible, como enteléquica.

¿Lo lograron? Creo que a medias, porque del otro lado de la mesa estaban la rectora de la UCV, Cecilia García Arocha, y los líderes estudiantiles de la oposición que la acompañaron al acto, diciendo la verdad, la única verdad posible en aquel momento, y después de obligar a Acuña y sus para policiales ha mantener bombas lacrimógenas, macanas, rinocerontes y balas desactivadas.

Y provocó coraje, rabia e impotencia, ver a la muy digna rectora, Cecilia García Arocha, calarse pacientemente aquel sartal de slogans plagados de barbarismos éticos e ideológicos, espetada por individuos que simplemente se ganaban sus sueldos puesto que todos pasan quince y último por las taquillas del ministerio a retirar sus pagas, hasta que llegó un momento en que se hartó y dejó al ministro y sus empleados mascullando una jerga que no experimenta cambios desde que Stalin la estatuyó para autócratas que pretendan eregirse en dictadores por cansancio de sus oponentes.

O sea, por el cansancio de enfrentar inútilmente la violencia, que fue lo que buscó el oficialismo durante la semana que antecedió a la marcha, en la UCV y todas las universidades independientes del país, con quema de vehículos, asalto de instalaciones y agresiones a dirigentes universitarios oposicionistas, en un intento de intimidar a los manifestantes para que no hicieran acto de presencia en la calle, se comieran la protesta y esperaran pacientemente a que Chávez les allane la autonomía universitaria.

Y como tales métodos no se revelaron eficaces y ahí estaban la rectora, García Arocha y los dirigentes estudiantiles trazando los límites entre la verdad y la mentira, la libertad y la dictadura, la democracia y el autoritarismo, bueno, pues les tenían preparada la celada, la artimaña, la triquiñuela, como era rendirlos con el casette que de tanto oírlo no solo provoca rechazo, sino náuseas.

De todas maneras, una oportunidad para que los demócratas venezolanos calen hasta donde ha llegado la vesania, instintos criminales e hipocresía del chavismo, que ya no tiene empacho en simular que tolera que una manifestación llegue a un ministerio, que está dispuesto a oír las peticiones de los manifestantes, cuando lo que busca es superponérseles con actores entrenados para la comedia, para la tragicomedia.

Y frente a los cuales, no queda sino seguir saliendo a la calle, desafiando las cartas trucadas o la represión pura y simple, y comprendiendo que solo una estrategia de lucha permanente, sin descanso y que se manifieste como la continuidad de un sin fin de protestas, es como lograremos acorralar a Chávez y hacerlo objeto de una descomunal e inapelable derrota.

Estrategia que de consignarse, permitiría aplicarle al totalitarismo la contraparte del principio de vencer a la oposición por el cansancio que produce la inutilidad de las luchas para derrotar la violencia, y que no es otro, que vencer a la dictadura por el cansancio que produce la inutilidad de derrotar a una oposición que no se deja intimidar y siempre y en cualquier circunstancia está dispuesta a lanzarse a las calles a defender sus derechos.

Ejemplificada por la decisión de las autoridades universitarias y los dirigentes estudiantiles de seguir adelante con la marcha a pesar de la violencia que la circundó, de la semana que dejó signos de que ocurriría lo mismo que sucedió con la manifestación obrera del primero mayo, pero sin que fuera argumento para que decenas de miles, cientos de miles de estudiantes estuvieran en la calle el miércoles pasado desafiando a Chávez y sus represores, a Acuña y sus lenguas de trapo, al discurso cansón y cavernario que puede lograr a veces lo que no logran las bombas lacrimógenas y las balas.

Y no es cuestión de taparse los oídos como en el poema homérico, sino de oírlo con civilidad si forma parte de la agenda establecida, y con silencio y desprecio si emerge como trampa para recomponer, paliar, y darle otra apariencia a una batalla perdida.

Argucia que la oposición democrática que se ha tropezado de repente, y sin haberlo esperado, con el giro totalitario que el chavismo ha tomado en los últimos meses, no tenía porque tener como aprendida, pero que ya sabe cursa en lo más intrínseco de sus mañas y que de ahora en adelante al planificar una marcha y el gobierno decir que la aceptará y permisará, será siempre porque detrás de esta “legalidad” hay una acechanza para imponerle sus políticas al país democrático.

En otras palabras, que está sonando la hora de los políticos, de los hombres y mujeres que por su experiencia y demostraciones de que son los mejores en la defensa de los intereses populares, son los llamados a asumir el liderazgo en la hora aciaga en que si el pueblo venezolano no saca lo mejor de si mismo, no es posible que sobreviva a la plaga totalitaria.

A este respecto, es indiscutible que durante los últimos meses se ha desencadenado una renovación del liderazgo opositor, por cuanto, han sido los dirigentes que, bien porque hayan sido favorecidos por el voto popular, o hayan asumido la defensa de los derechos ciudadanos atropellados por la dictadura, están ganándose el respeto y el respaldo de las mayorías.

Y yo pondrían antes que a nadie, el alcalde mayor de Caracas, Antonio Ledezma, quien no ha cejado un solo segundo, un solo minuto, en la defensa del derecho a elegir de los 900 mil caraqueños que lo favorecieron con sus votos el 23 de noviembre pasado, así como de los 5 millones y medio de electores que sufragaron ese mismo día para que candidatos a alcaldes y gobernadores de oposición fuera quienes los gobernaron.

Y no los émulos de los pandilleros que emboscaron en el despacho del ministro de Educación Superior a la rectora de la UCV y a los dirigentes estudiantiles que la acompañaron, en otra demostración de que para el chavismo la democracia tiene el límite hasta donde se acepta la sumisión al Jefe, al Único, al Comandante en Jefe.

Y por eso afirmo que Cecilia García Arocha pasa a destacarse como una figura gremial y política que en tanto más conozca el laberinto por el que Chávez insiste en liquidar la libertad, la democracia y a Venezuela, más destacará como una líder llamada a encabezar grandes batallas.

Y con ella toda la población universitaria que sigue gritándole ¡NO! al “gendarme innecesario” del siglo XXI venezolano, así como a los nuevos chácharos, seguranales y digepoles que no quieren oír la verdad sino imponer una mentira tan banal, como pestilente.

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