Opinión Nacional

Después del 26-S

¿Qué le viene a Venezuela después del 26-S? Lo que sigue dependerá obviamente de los resultados en las elecciones legislativas, pero más aún, sobre todo si no les son gratos, de la manera como el jefe supremo del proyecto bolivariano y la logia militar que le acompaña los asuman.

Son tres escenarios. Uno, el triunfalista del PSUV. La oposición obtiene menos de un tercio de los escaños en la Asamblea Nacional y el Parlamento sigue uniformemente rojo. La casa gana y nada cambia. Dos, el moderado del sentido común. El chavismo obtiene la mayoría simple, pero la oposición entre 50 y 70 diputados. Ahora el Parlamento es plural. La casa no pierde pero tampoco gana.

Algo cambia. Tres, el optimista democrático. La oposición obtiene a escala nacional más votos que el PSUV e, independientemente de que logre o no la mayoría en la Asamblea, se convierte en la primera fuerza política nacional. La casa pierde y todo cambia.

El primer escenario es improbable. Incluso, las mediciones oficiales señalan un máximo de diferencia de seis puntos entre Gobierno y oposición. Pero si por razones de lo insondable llegase a ocurrir, hay que prepararse para un acelerón extremo de la estatización del país, la aprobación acelerada de leyes para el desmontaje de la economía de mercado, la persecución final del empresariado nacional, la judicialización de la política y el acorralamiento despiadado de los partidos de oposición y las organizaciones no gubernamentales. El socialismo del siglo XXI toma aire para aguantar hasta 2012 pero, por si la bocanada no es suficiente, las elecciones presidenciales se adelantan y Chávez comienza de inmediato la campaña para continuar su matrimonio con Miraflores hasta que la muerte los separe.

El segundo es el más factible.

Lo advierten las encuestas.

Aunque la oposición no sea la mayoría, la vida en la Asamblea Nacional se transforma. El Parlamento pasa a tener una fuerte bancada opositora difícil de acallar. El juego democrático se reinicia parcialmente. Comisiones de trabajo son presididas por los demócratas, se abren investigaciones e interpelaciones a ministerios y ministros, y si las fuerzas rojas se empeñan en sacar de juego mediante la violencia a los nuevos legisladores, la calle se recalienta y la opinión mundial también. El chavismo sigue siendo la primera fuerza, pero el plomo en el ala le refrena el vuelo.

El tercer escenario es menos factible, pero en atención a la criminalidad en ascenso, la comida podrida, la inflación asfixiante y el desgaste de la retórica presidencial, muchos lo vislumbran como posible. Si ocurre, es el más alentador y, a la vez, peligroso. La evidencia inexorable de deterioro de un liderazgo que parecía imbatible. La mesa servida para su derrota en 2012. La señal de partida para comenzar a construir el modelo de democracia alterna al bipartidismo fracasado y el monopartidismo autoritario.

Pero como Hugo Chávez y su proyecto no son precisamente un combo democrático ­no es Bachelet traspasando el gobierno a Piñera­ y como ellos están convencidos de que su permanencia en el poder ­no importa por cuáles medios­ es indispensable para que la justicia reine en el planeta, no van a quedarse de brazos cruzados. No sabemos qué harán.

Pero tienen de todo: 100.000 rifles Kalashnikov, una milicia con miles de civiles armados, una institución militar entrenada para gritar como autómatas: «¡Patria, socialismo o muerte!» y asentados en suelo patrio, vigilándonos, miles de militares y funcionarios del G2 cubano, las FARC y Al Qaeda.

Pero no les será fácil. Hasta ahora su modelo neoautoritario les ha enseñado que el mundo democrático les tolera mientras no pateen la raya amarilla. Por eso han tenido que mantener un mínimo de juego democrático. Para que el antifaz sea creíble. De triunfar el tercer escenario las tentaciones serán muchas. De parte de la oposición los impacientes de siempre saldrán a pedir la renuncia inmediata de Hugo Chávez. Peligro. Del lado del Gobierno muchos pedirán radicalizar el proceso aun al precio de cargarse, como Fujimori en su momento, el nuevo Parlamento. Las fuerzas de oposición, a golpes, aprenderán a hacer política democrática pero con el sigilo, la astucia y la protección de sus activistas propia del que lucha por la democracia en medio de una dictadura tradicional.

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