Opinión Nacional

Sobre la marcha

En los últimos días se han venido publicando varias encuestas que muestran fotografías muy diferentes de cara a las elecciones del 26. Unas, la mayoría, otorgan una ligera ventaja a la oposición. Una buena parte también pone las cosas en términos de empate técnico. Y, para variar, las encuestas gobierneras van por la calle del medio y dan al oficialismo una victoria, pero apretada. Hasta la encuestadora que preside Jesse Chacón se fue por lo bajito.

Pero, a diferencia de otras oportunidades, el chavismo no aparece desprendido, ganando cómodamente, como le gusta a mi comandantepresidente. Eso, a quince días del proceso electoral, coloca esto en situación de final difícil. Cerradito, cabeza a cabeza, dirían los hípicos. No obstante, la gente tiene percepciones. Del lado de la oposición creen que ganarán y del lado del chavismo, como siempre, dicen que están sobrados. En esto no valen los números. Ahí lo que hay es una gran «yo creo» que, como ha pasado muchas veces, termina en un acierto o una derrota sin mayores atenuantes, salvo los días del Cisne Negro, cuando el fraude bañó el resultado del revocatorio presidencial. También el otro célebre proceso, manchado de verde por el propio Chávez con el cuento de la victoria de mier…. y la victoria pírrica y la tremenda pataleta con los militares atrás en cadena nacional. La tercera tiene que ver con gobernadores y alcaldes. La oposición recuperó espacios y le clavó importantes derrotas al chavismo en Caracas y en el interior. Por su parte, Chávez, con ese claro sentido de la democracia que lo caracteriza, dinamitó la base constitucional que amparaba el triunfo de Antonio Ledezma y posteriormente derrumbó a las gobernaciones a punta de asaltar competencias, quitarle recursos en perjuicio del pueblo y amenazar con tanques y cañones. Cosa rara.

En el actual proceso, el chavismo tiene montado un discurso único que arranca en la cabeza, en Chávez, y baja por los segundones con la misma cantaleta: la oposición va a cantar fraude y va a desconocer los resultados. Así lo dice el jefe y así lo repiten los muñecos. Pero mientras esto ocurre, mientras el chavismo advierte que ya ganó, que está listo, bañado y que el canto de fraude es cuestión de perdedores; la oposición emprende una campaña en los medios, a punta de voceros en diversos programas, en los que señala que unos 57 parlamentarios serían la medida de un triunfo inicial, otro escenario avanza hasta 70 y el mejor coloca las cosas alrededor de 80, pero advierten que este último resultado es muy poco probable. Esto se dice así, según argumentan, para evitar desencantos, caídas de moral y ganas y el consecuente abandono de luchas por parte de los eternos perdedores, la oposición.

El punto es que estos discursos, al margen de cualquier consideración estratégica, revelan de primera vista una sola cosa. Ganará el chavismo más de 100 diputados y la oposición con un mínimo de 57 tendrá que cantar victoria y celebrar su recuperación. Incluso la disidencia podría obtener más votos en general, pero no obtener mayoría parlamentaria, pero esto habría que verlo como un triunfo, pues ahora hay una nueva mayoría y no es el chavismo.

Pues, la verdad, y así piensa mucha gente, es que si ese es el resultado, Chávez saldrá más fortalecido que nunca y habrá que preparase para ver a Eneas en vivo y en directo. Comunismo parejo, pues. Cuesta ver una victoria con unos 57 parlamentarios, aunque se logre romper la mayoría calificado del chavismo que es, a fin de cuentas, el estado numérico que le permite hacer lo que quiera al amo sin problemas de legalidad. Al menos ahora. Sería una recuperación importante, pero a estas alturas del avance del comunismo militar se puede interpretar también, y con razón, como una pela clara y contundente.

¿Qué pone las cosas así de duras y contradictorias? Simplemente que el chavismo lo ha estado haciendo particularmente mal, tiene al país quebrado y entregó la nación a los cubanos. Va rumbo al comunismo, aunque lo disimule. Ha regalado la mitad de los ingresos petroleros adicionales y dilapidado otra una buena parte, deja podrir comida, acabó con la producción nacional, destruyó a los puertos, cada vez que ve un empleo más o menos estable le dispara justo al corazón, confisca porque no paga, tiene en la mira a grandes empresas y el formal propósito de acabar con la empresa privada como lo está haciendo. Está cada vez más desnudo frente a la corrupción y el choreo. No hay luz ni electricidad suficiente para que esta nueva Cuba medio pueda operar. El crimen está acabando con 19 mil vidas por año. Nadie puede tener nada porque se lo roban o expropian. O no tiene con qué comprarlo. Los jóvenes y los mejores talentos están huyendo en busca de oportunidades y mejor vida, convirtiendo al país en un desierto de esperazas. La deuda pública se ha triplicado, mientras se habla de economía sólida. El bolívar fuerte es un tísico que no vale ni es aceptado en ningún país del mundo. No sirve para nada. Medio llueve y se muere la gente o pierde las casas. Esto es una ruina total.

Pero, cosa rara, un escenario triunfador para la oposición en medio de este desastre sería de unos 57 parlamentarios. Si así es la cosa, la destrucción es lo que da votos. A más destrucción mejor. Si esto sigue así para cuando la oposición pueda ganar de verdad verdad en cualquier elección, todo el país será un tierrero y un piedrero.

Entonces hay que caer hasta el fondo. Y como que falta mucho.

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