Bolívar soy yo
Hace poco, en la población colombiana de Bucaramanga, se dieron cita, como ocurre desde hace varios años, numerosos escritores internacionales y del país vecino en su cada día más prestigiosa feria del libro.
Las estrellas fueron el español Fernando Savater, el muy querido por los venezolanos Héctor Abad Faciolince, y Juan Gabriel Vásquez, el joven y talentoso novelista bogotano radicado desde hace años en Barcelona, autor de “Historia Secreta de Costaguana”.
Entre los eventos pautados por los organizadores estuvo un “conversatorio” en el que participó, entre otros panelistas, el cineasta colombiano Jorge Alí Triana.
Triana, nacido en Ibagué en 1944, es hoy por hoy uno de los grandes nombres de la cinematografía latinoamericana en cualquier época. Formado originalmente en el teatro, Triana se ciñe a la mejor tradición shakespereana en eso de haber sido a la vez actor y dramaturgo y director teatral.
El tema que congregó a los panelistas de aquella mesa fue el de las representaciones dramáticas que han tenido a Bolívar como figura central. El relato de Triana – en adelante, Jorge Alí, como le conocen todos en Colombia –, desplegado con la enjundia y el gracejo que le son característicos, fascinó a todos los presentes.
Uno de los mas señalados éxitos cinematográficos de Jorge Alí ha sido, sin duda, su film “Bolívar soy yo” (2002). Laureado en muchos festivales internacionales, el estupendo film es, a la vez, una hiriente sátira sobre el culto bolivariano y un envidiable despliegue de irónica consciencia de nosotros mismos como sociedades fracasadas.
Lo más memorable para mí del encuentro que vengo reseñando fue escuchar a Jorge Alí contar la génesis de su película, algo que se remonta a lo tiempos en que dirigió algunos episodios de corte histórico para la televisión de su país.
Quienes hayan visto “Bolívar soy yo” recordarán lo esencial de su argumento que, por cierto, sólo en apariencia luce disparatado: el protagonista de una telenovela basada en la vida del Libertador enloquece y, sintiéndose imbuido del espíritu de Bolívar, abandona el set de televisión y se las apaña para ser admitido en una cumbre presidencial que se realiza –¿dónde más?–, en Santa Marta. Al parecer, quiere dirigir un discurso a los mandatarios.
El presidente de la república colombiana no ve con malos ojos el arrebato del popular actor y le procura un discurso de ocasión. Pero el ya desquiciado actor desecha el discurso que le ha dado el presidente y se desfoga, en plan “antipolítica”, contra los mediocres gobernantes que han hecho imposible, a lo largo de doscientos años, la concreción del sueño de Bolívar: la Gran Colombia. La trama se tuerce y se hace deliciosamente espesa cuando un grupo guerrillero, un trasunto ficcional del M-19, asalta la cumbre y secuestra al presidente …y a Bolívar.
No voy a a contarles la película a quienes no la han visto porque lo que realmente importa a estas notas es, como vengo diciendo, lo que Jorge Alí nos reveló a los allí presentes acerca de cómo se le ocurrió el argumento de “Bolívar soy yo”.
2.-
La cosa es así: en los años noventa, hubo un actor en la televisión de Colombia llamado Pepe Montoya. En diversas miniseries y episodios históricos dramatizados, algunos de ellos dirigidos por Jorge Alí, Montoya hacía invariablemente el papel de Bolívar. El conjunto de episodios estaba basado en una idea de Gabriel García Márquez y se llamaba “Crónica de una generación trágica”. La generación trágica era la de los independentistas, claro. O tal vez se trató de “ El Hombre de las dificultades”, otra serie de tema histórico, algo anterior a la de García Márquez, dirigida también por Jorge Alí y en la la que Pepe Montoya, como era ya costumbre, hacía de Bolívar. El caso es que, en su cotidiano interactuar con el actor, Jorge Alí comenzó a notar extraños cambios en la conducta de Pepe Montoya.
Al principio, no prestó atención a ellos, atribuyéndolos a la proverbial vanidosa excentricidad de algunos actores. Para empezar, Montoya no se quitaba jamás el uniforme ni los bigotes – como se sabe, Bolívar gastó bigote por algún tiempo – y se iba así, caracterizado de Padre de la Patria, a echarse los tragos del fin de jornada con sus panas . O se presentaba así vestido en alguna fiesta de amigos o se iba a cenar a “Andrés Carne de Res”, siempre ataviado como lo habría hecho Simón Bolívar. Todo el mundo celebraba la ocurrencia, le pagaban las copas, le festejaban sus chistes y hasta ahí parecían que llegarían las cosas.
Poco a poco, sin embargo, la mirada, los gestos y el hablar de Pepe Montoya cuando estaba fuera del set, comenzaron a tornarse la mirada, los gestos y las palabras sentenciosas y visionarias de un hombre llamado a cambiar el curso de la Historia. Se apartaba de todos entre escena y escena; para sentarse a estudiar los libretos adoptaba la pose del cuadro “Mi delirio sobre el Chimborazo”.
Siempre corto de recursos, Jorge Alí se las arreglaba , de resuelve en rebusque, para lograr que la producción de sus episodios tuviesen verosimilitud de época. Así, un día debían filmar la llegada de Bolívar, después de Boyacá, a una pequeña, remota y desolada población de Cundinamarca. Jorge Alí recurrió, como siempre hacía, al alcalde y al cura locales y les pidió que dijeran a los campesinos de la región que cooperasen con el rodaje vistiendo a la usanza del siglo XIX, o que al menos, no viniesen con jeans y botas de goma.
El cura y el alcalde se dieron la tarea de propalar que Bolívar, el Libertador, llegaría a la población el día domingo y solicitaron lo indicado.
Los campesinos vinieron vestidos como se les pidió: con ruanas, sombrero alón y alpargatas. Trajeron también gallinas, papas sabaneras, lechoncitos y canequitas de aguardiente para Pepe Montoya quien, ya para entonces, estaba más cucufato de lo que se pensaba. Y, al igual que en la segunda parte del Quijote, todos lo tomaban por el Libertador y él los trataba en consecuencia.
Fue entonces cuando Jorge Alí sorprendió a un grupo de campesinos que, en una pausa del rodaje, planteaba con toda franqueza y candor al Libertador sus necesidades más acuciantes: agua, dispensario, escuela, caminos, protección contra el criminal bandolerismo de las FARC y de los paramilitares, etcétera..
El Libertador los escuchaba, muy atento y tomaba nota. Y cuando todos los cuitados terminaron de hacerle solicitudes, Montoya les dijo, ya definitivamente loco y bastante exasperado: “ ¡Sí,sí, sí: todo eso hay que hacerlo! Pero ahora no puedo, hermanos, compréndanlo: tengo todavía que ganar las batallas de Bomboná, Pinchincha, Junín y, más adelante, Ayacucho. Sólo cuando haya terminado la gesta emancipadora podré encargarme de toda esas pendejadas que me piden”.
Ni más ni menos que como Hugo Chávez, pensé , quien primero tiene que acabar con el imperialismo yanqui y el capitalismo globalizador antes de ponerse a recoger la basura, ocuparse de los apagones y ponerle coto al malandraje.
El 26-S vota contra la bota.