El cristiano y la política
El poder domina y aplasta. Si no se le frena y controla, termina en tiranía opresora. Hay tiranías de derecha y de izquierda, antiguas y modernas, monarquías despóticas y dictaduras militares, de mesías revolucionarios y de fanáticos fundamentalistas, de ateos y de religiosos. Lo suyo es dominar e imponer, no importa con que ropaje y legitimación. El problema humano es cómo controlarlo y transformarlo de opresión a servicio.
Las sociedades necesitan gobiernos buenos que ejerzan la autoridad en nombre de todos y para el bien de toda la sociedad; una autoridad-servicio respaldada y controlada por los súbditos. La autoridad necesita poder, un híbrido de autoridad-servicio y autoridad-poder. El buen gobierno es bendición para los pueblos frente a la tiranía que oprime, les quita la vida y pretende perpetuarse.
Jesús no era líder político, sino que vivía, actuaba y enseñaba como presencia encarnada y humana de Dios-Amor. Por eso mismo desenmascaró al poder en su condición opresora; señores que tratan a los gobernados como esclavos. La reflexión la hizo cuando sus discípulos disputaban quién de ellos sería el más poderoso en el terrenal reino mesiánico que esperaban de Jesús. El Maestro los reprendió comparándolos con los gobernantes que oprimen a sus pueblos. No sean como los déspotas -les dijo-, sino que entre ustedes el principal sea el que más sirve, “como el Hijo del Hombre, que no ha venido a ser servido sino a servir y dar la vida” (Marcos 10,42-45).
Es larga la lucha de la humanidad para convertir el poder opresor en servidor, transformación que requiere combinar gobernantes con positiva motivación interior al servicio con el control exterior de leyes e instituciones que le impidan oprimir. Las solas buenas intenciones se derriten al calor del poder y la ilusión salvadora. ¿Cómo lograr hombres y mujeres motivados para servir con el poder a sus gobernados y que no puedan ser déspotas porque se lo impide la sociedad?
Jesús no sólo denunció el poder-dominación y lo contrapuso al poder-servicio. En la parábola del Juicio final nos dice quién gana la apuesta de la vida y quién la pierde con consecuencias funestas: “Vengan benditos de mi Padre porque tuve hambre y me dieron de comer, estuve en la cárcel, enfermo… y me visitaron, me curaron…”(Mateo 25). No se trata de limitarse a dar una arepa al hambriento, sino de crear oportunidades para universalizar el servicio de calidad a las necesidades humanas. La política humanista moderna se alimenta del reto de la universalización de los derechos y de la dignidad humana y sus deberes y la buena gestión de sistemas públicos de educación, salud, seguridad social, oportunidades de trabajo y producción económica… De ahí el valor humano-divino de la política, pues “el bien cuanto más universal es más divino” y la política-servicio tiene como meta el bien común de todos. Que quieraN y sean capaces.
Nada de eso es posible sin que el servicio-amor se exprese en la gestión eficaz de instituciones sociales, políticas públicas, leyes y valores compartidos, alimentados por convicciones internas y espiritualidad que afirman radicalmente al otro en su dignidad inalienable. Democracia social y fortalecimiento de los débiles para evitar el poder dictatorial de un grupo económico, de un partido o de un individuo.
Jesús no era político, pero con la luz de Dios-Amor deja al descubierto el poder opresor y nos invita, en nombre de Dios, a controlarlo y enfrentarlo con instituciones, leyes, Constitución (separación de poderes…) hechas para servir y dar oportunidades de vida a todos.
El cristiano que no asume su responsabilidad política no es un buen cristiano. Quien, venciendo su individualismo y comodidad, se mete en política y se dedica profesionalmente a rescatar la Constitución, las leyes e instituciones es un santo. Hay muchos políticos ejemplares ayer y hoy. Santo Tomás Moro fue un ministro con conciencia que no se plegó a los caprichos de su rey Enrique VIII, quien en venganza lo encerró en la tenebrosa Torre de Londres y lo decapitó.
En estos días todos los venezolanos debemos ejercer nuestra responsabilidad política y defender la libertad y la justicia con instituciones democráticas que enfrenten la concentración del poder en una persona o en un grupo y sus abusos.