Le llegó la hora de la política
Le ha llegado, pues, la hora de la política. Es decir: de los acuerdos, los consensos, los entendimientos. A todos los niveles. No con los suyos, que no valen un centavo, sino con sus adversarios, maltratados por él como insignificantes enemigos. Están en todo su Poder. No debe olvidar la famosa conseja de tiempos pasados: el pescuezo no retoña.
“De toda la política, sólo entiendo una cosa: la revuelta.”
Gustave Flaubert
Si aislamiento internacional, agudizado desde que Álvaro Uribe decidiera apostar sus últimos cartuchos a acosarlo ante la OEA y sentarlo en el banquillo de los acusados de la Corte Internacional de la Haya, y su precaria estabilidad interna, puesta en grave peligro por los monumentales desafueros de su equipo de gobierno y exteriorizada en los millones y millones de kilos de comida podrida – no hablemos de la inseguridad y la crisis de energía eléctrica, que pica y se extiende – han puesto a Hugo Chávez ante la más grave crisis política en sus once años de gobierno.
Hugo Chávez no se mantiene gracias a su capacidad política, ni siquiera al respaldo popular con que, a pesar de los pesares, aún cuenta. Se sostiene exclusivamente por la acción u omisión del liderazgo opositor, que ha optado – consciente o inconcientemente, voluntaria o involuntariamente – por permitirle continuar en su vertiginosa caída hasta que reviente de un golpe seco en el duro pavimento de la realidad. Se sostiene, asimismo, por la pasividad expectante de las fuerzas armadas, que ni lo respaldan ni lo repudian. Y en último término, por el esfuerzo descomunal que despliega el castrismo por no perder el último auxilio exterior que recibe. Por cierto: también al borde del colapso y frente a un panorama desolador.
Ni Chávez ni los Castro se mantienen por la fortaleza de sus fuerzas, sino por la debilidad de sus opositores. Chávez no resiste otro 11 de abril. Y de producirse – lo que al parecer nadie desea – no contaría con el general Baduel o de quienes decidieran apostar por su mantener con vida su cadáver político. A Chávez, acosado por todos los flancos y sin el auxilio de sus aliados de siempre, le ha llegado la hora de la política. Que es, como bien lo sabemos quienes llevamos años observando sus luces y sus sombras, el arte de luchar contra la adversidad.
Sin el petróleo brotando a borbotones y cotizándose a cifras estratosféricas, sin una masa clientelar alimentada y consentida a punta de misiones, sin una oposición desconcertada y a la deriva y una región viviendo el oleaje de la izquierda bolivariana, a Chávez le llegó la hora de sortear escollos y mantenerse en la cuerda floja tanto como le den sus piernas. ¿Le darán?
Marginadas las únicas dos cabezas políticas que le permitieran asaltar con éxito el Poder – Miquilena, por decencia, y Rangel, por indecencia – y liquidado el genial equilibrista habanero que lo orientara desde el 11 de abril hasta ahora – que ya ni con sus intestinos puede – Chávez no cuenta con un solo cerebro político en su entorno. Ni un solo general de auténtica ascendencia como para jugarse su vida por mantenerlo en el cargo. Cuba lucha por su propia sobrevivencia y está dispuesta a transar sus presos políticos por un puñado de dólares. Baduel está preso. No hablemos de Cilia Flores o Nicolás Maduro, la última y más basta expresión de lo que el chavismo fue capaz de generar. La nada.
De haber una revuelta, la única expresión política que realmente es la suya, será contraria a sus designios. Las elecciones, ni con Smarmatic ni el CNE, podrán permitirle subir la empinada cuesta del rechazo, ya definitivamente mayoritario. Le ha llegado, pues, la hora de la política. Es decir: de los acuerdos, los consensos, los entendimientos. A todos los niveles. No con los suyos, que no valen un centavo, sino con sus adversarios, maltratados por él como virtuales enemigos. No debe olvidar la famosa conseja de tiempos pasados: el pescuezo no retoña.