Opinión Nacional

¿Un pueblo desvalido?

Cuando los revolucionarios mencionan al pueblo se refieren a una parte de la nación: a los más pobres, que en el caso venezolano constituyen una significativa mayoría. En teoría los revolucionarios idolatran al pueblo; en la práctica, sin embargo, lo reducen a un objeto, sometido a la manipulación y percibido como minusválido jurídico y mental. Lo anterior puede sonar duro pero la evidencia que lo confirma es inequívoca.

Para empezar, el proceso “bolivariano” proclama al pueblo como protagonista, pero en verdad el eje, el centro, la médula espinal de la revolución es su caudillo. Por otra parte, la pretensión de igualación material, más allá de la igualdad ante la ley, es en realidad una manera de engañar a los pobres, creando expectativas ilusorias que pronto se traducen en nuevas frustraciones y resentimiento.

Un claro ejemplo lo constituye el establecimiento de Universidades piratas, así como la producción de médicos y abogados (entre otras profesiones), también piratas e incapaces de competir en una sociedad abierta, médicos y abogados aptos para trabajar sólo con un régimen que les emplee y subsidie y carentes de los conocimientos adecuados para cumplir con eficiencia sus funciones.

La intención de eliminar los exámenes de admisión en las Universidades, bajo la consigna de la igualdad, es otro espejismo concebido por la demagogia revolucionaria, una distorsión que detrás de sus pretensiones igualitarias oculta un deleznable paternalismo hacia ese pueblo, al que en el fondo se considera desvalido y que es visto como eternamente pobre, débil, y en necesidad de la mano protectora de un gobierno benefactor, que a fin de cuentas cobra su ayuda en términos de dependencia política.

Y ése es el punto clave: La revolución bolivariana, lejos de haber transformado al llamado “pueblo” en actor protagónico, lo ha reducido más que nunca a la condición de dependiente de un Estado pródigo, alimentado por la renta petrolera. Las “misiones” no son programas sociales destinados a sacar al pueblo de su situación de subordinación, convirtiéndole en ciudadanos productivos aptos para valerse por sí mismos; son programas diseñados para su auto-reproducción y permanencia como mecanismos asistenciales, de modo de mantener a los pobres en condición de pobreza.

Esa condición es, desde luego, también de subordinación política a un caudillo y un proceso que requieren la minusvalía económica de las personas como herramienta de control.

La dirigencia de oposición democrática, en general, tampoco asume ante el pueblo una actitud basada en la verdad, sino en un paternalismo que imita el de la demagogia revolucionaria. Por ejemplo, nos dicen que no es conveniente explicar al pueblo las implicaciones del cambio fraudulento en la ley electoral para los comicios de septiembre, cambios que fortalecen el grosero ventajismo revolucionario, ya que decirlo podría “desalentar a la gente”. ¿Qué hará entonces esta dirigencia si el día de las elecciones las esperanzas se ven dolorosamente frustradas? ¿No sería acaso llegado el momento de solicitar a esa dirigencia que deje libre el escenario?

Todo lo cual conduce a estas preguntas: ¿Es el pueblo venezolano como es, con sus virtudes y defectos, producto del impacto demoledor del factor petrolero? ¿Son nuestros dirigentes como son debido a que el pueblo los quiere así, o es el pueblo como es porque sus dirigentes no le dan otro mensaje? ¿Quién se atreverá a decirle a ese pueblo que su actual minusvalía no es parte de su esencia, sino que podría ser superada con trabajo y responsabilidad?

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