Opinión Nacional

Del voto como arma

Se ha repetido mucho, se seguirá repitiendo más en estos días, «nuestra arma es el voto». De acuerdo; pero estas líneas no están destinadas a repetir lo que se está convirtiendo en un truismo, sino a dar nuestras razones del porqué y del cómo. Podría ser al revés la precedencia, pero no en este caso.

Las razones, pues, de lo primero son varias. Para comenzar, es una de esas cuestiones de principio que el desarrollo de la historia transforma en realidades fácticas. Pero el principio es que para una política democrática, el voto popular no es una opción táctica, y ni siquiera una estrategia a largo plazo, sino de algo permanente. Y por lo tanto, que puede llegar a señalar una frontera a veces tan alta como para provocar una división en el interior de la organización en apariencia más sólida sino monolítica. Un solo ejemplo nos servirá.

Todos eran socialdemócratas

En la Segunda Internacional, los socialistas eran un solo partido. El nombre tanto del alemán como del ruso, era Partido Socialdemócrata, y en su interior se movían diversas corrientes; luxemburguistas, kautskianos y bersteinianos en Alemania, mencheviques y bolcheviques en Rusia. Con la típica vehemencia rusa, las peleas de estos últimos eran más violentas, al punto de que los alemanes las llamaban «cosas de rusos» (tal vez empleaban una expresión más fuerte, pero ignoro cómo se dice «vaina» en alemán), pero la sangre nunca llegó al río. Por cierto, quienes digan que las peleas rusas eran porque los bolcheviques querían tumbar al Zar por la fuerza y los mencheviques pacíficamente, lo que demuestran es una ignorancia supina de la historia rusa: ambas corrientes eran insurreccionales. Es lo que asienta Isaac Deutscher, que de la materia sabía algo.

La ruptura se produjo en torno a la cuestión del voto: mientras los rusos suprimían o relegaban a un segundo plano, como opción táctica, el voto, los socialdemócratas seguían considerándolo una cuestión de principios de la socialdemocracia.

El renegado Kaustsky

Lenin reaccionó de una manera que a los venezolanos de hoy nos es sumamente familiar: descalificando a la persona de su adversario, matando al mensajero: en un famosos panfleto, la emprende contra «el renegado Kautsky».

Vengamos a Venezuela. Desde 1936 por lo menos hasta el presente, se han enfrentado dos corrientes: la de quienes (lo que incluye a gente más progresista) se inclinaban por un voto restringido, intuitivo, hasta que el pueblo «madurara» y aprendiera a votar «bien». Esa tendencia la expresó alguna vez Arturo Uslar Pietri, al decir que dudaba mucho que ochocientos mil analfabetas «pensaran mejor» que doscientos mil adultos que supiesen leer y escribir. Del otro lado, Rómulo Betancourt y en general en la izquierda se pensaba que había que tener confianza en el pueblo, que había que dejarlo expresarse de una vez, que el movimiento se demuestra andando.

Era Betancourt quien tenía razón: se demostró el 30 de noviembre de 1952, y en los meses que van del 2 de diciembre de 2007 hasta el 26 de septiembre de 2010.

Gobierno no pierde

Unido a aquello, venía la otra conseja: gobierno no pierde elecciones. Su falsedad quedó demostrada en 1952 bajo la dictadura, y con la elección de Caldera I, de Carlos Andrés Pérez I y de Lusinchi durante la democracia. Y ahora, de nuevo con estos resultados, aunque el pésimo matemático que tenemos en Miraflores pretenda que lo que no es, es, y lo que es, es.

Por último, una consideración táctica o si se prefiere, inmediata: para la oposición democrática nunca ha habido otra. Por voluntad o por hacer de necesidad virtud, eso es irrelevante. Un hecho queda: esos fierabrás revolucionarios que desde el control remoto de su televisor chillan que «comunismo no sale sino con plomo» no han logrado tirarle al Gobierno ni una trompetilla.

Terminemos «por ahora» con el «cómo». Hace algunos años, ante la pregunta clásica sobre la eficacia de la vía armada o la vía pacífica para la toma del poder, no respondía citando a ningún santico sino, Dios me perdone, nada menos que al maestro Nicolás Maquiavelo: el criterio de la bondad de una política es su éxito.

Gandhi o Marulanda

Por lo tanto, decía yo, me resultaba más simpática por eficaz la vía de Gandhi y de Nehru, que con sus huelgas de hambre y su «no violencia» terminaron conquistando la independencia de la India, que la de Marulanda que tenía cuarenta años echando plomo en Colombia sin lograr nada de nada. Eso lo decía en un tiempo en que por ignorancia de lo que había detrás de las FARC, se podía poner como ejemplo de dos extremos al Padre de la Patria hindú y a un miserable narcotraficante como Marulanda.

Pero vengamos más acá en el tiempo. Desde hace varios años, se está demostrando que el voto es verdaderamente eficaz como arma, en particular en América Latina. Fue «con votos y no con balas» que se sacó a Pinochet del Palacio de la Moneda. Fue con votos y no con balas que se sacó a Ortega de Palacio; el cual además de ser derrotado por una simple ama de casa, demostró quién era en realidad: ladrón (arrasaron con todo antes de partir), pervertido, capaz además de aliarse con el más corrompido de sus adversarios para regresar al poder. También fue con votos que salió Fujimori.


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