Los miserables
Leo a Pío Gil en su opúsculo El Capitán Tricófero, dedicado a Cipriano Castro, a su revolución Restauradora y sobre el genio como alfarero y la fortuna como escuela de las casualidades. A propósito de éste aquél se pregunta, en cuando a Venezuela, ¿qué poder es ese que obra sobre los destinos humanos barajándolos y premia con el éxito, aunque sea pasajero, a los bellacos y a los mulos y castiga con la derrota a los inteligentes y a los buenos?
Al rompe me interrumpe la vocinglería del habitual Esteban por televisión. Llama miserable – evoca en singular el título de la obra de Víctor Hugo – a Nelson Mezerhane Gosen. Pero, para mis adentros advierto que estoy en presencia de un personaje dual y cínico, como El Cabito mismo, quien no repara en su vida disoluta y de francachelas al atacar a sus adversarios.
Acerca de Mezerhane nada reparo ni en favor ni en contra. Se sabe del hacer y quehacer centenarios de su familia de origen libanés que llega a nuestra patria, siembra y deja fortuna y la reproduce para beneficio de miles de venezolanos con el sudor, y tiene a la cabeza un hombre ejemplar ya fallecido – Mashud Mezerhane – cuya casa vacacional visita y disfruta Esteban antes de mostrarse como lo que es y de volcar su envidia visceral sobre los herederos de éste.
La impertinencia de Esteban no obstante me impulsa a proseguir con mi lectura. Ausculto al personaje «charlatán y lascivo» de Pío Gil que no dista del mío en su vida de escándalo y quien se enemista con el presidente Andrade por intentar cogerse el monopolio del tabaco. Pero cuando le llega su turno toma para si y para enriquecimiento de los suyos el tabaco de Andrade y además los monopolios de la navegación, de los ríos y de los lagos, del aguardiente, de la molienda de los trigos en los Andes y maíz en Caracas, y paremos de contar. «Desde abajo no se ven las cosas como desde arriba y la lógica de los pollos en el suelo es muy diferente a la de los gavilanes a la altura», precisa Pío Gil.
Esteban vuelve a interrumpirme para declarar a pulmón de capataz que La Avileña, conjunto de apartamentos que financia Mezerhane desde el Banco Federal a unos empresarios que los ofertan a la desposeía clase media capitalina, es ahora suya y de su Ministro del Poder Popular para la Vivienda, quien se encargara de terminar lo que le falta.
No me incomodo, pues lo dicho le da sentido vivo a la historia que recreo e imagino para mis adentros. Y es que en el tiempo de Castro su historia militar es la más bochornosa de America del Sur, por ser la felonía hecha carne. Da cuenta de la suerte perversa de gobernantes que solo sirven para ser herederos del esfuerzo ajeno. «Los que saben intrigar, desalojan a los que saben combatir. Los que saben ser viles, se sobreponen a los audaces. Los hábiles envuelven en sus redes a los valientes». Se trata, en fin, de los revolucionarios áulicos que copan nuestros siglos XIX, XX, y asimismo el XXI, y que se reparten en la mesa el botín que otros han conquistado en el campo de batalla.
El folleto sobre El Capitán Tricófero, mote que le viene a Castro del capilógeno Barry que usa para mitigar su calvicie de sifilítico, es una admirable recreación de esa historia patria malvada que por un sino vuelve por sus fueros de tanto en tanto y para desgracia colectiva.
Ella, ayer como hoy, se pregunta ¿que faz presentará el tirano en el crepúsculo?. Acaso el final le llegará envuelto en el canto apacible y triste de los mártires y exilados que él provoca y a su vuelta, o tal vez escucharemos los alaridos orgiásticos de ese acabado e impotente sádico quien nos gobierna?
Esteban de nuevo me importuna pues le escucho gritar «que salga al frente algún burgués que diga que no es miserable». Sus palabras, para mi sorpresa, suenan como las de Castro y semejan al grito desesperado de los moribundos.
Concluyo así mi habitual reposo con un libro de ocasión, a pesar de Esteban. Dejo atrás a Pedro María Morantes, Pío Gil y busco el Evangelio para mi sosiego, pues mi mente regresa a las ofensas de Esteban. En buena hora, San Pablo, siempre oportuno, me recuerda sobre aquéllos cuya garganta es un sepulcro abierto. Se sirven de la lengua para urdir enredos, y su lengua tiene veneno de áspides y su boca esta llena de maldición y amargura. Todos sus pasos se dirigen a oprimir y a hacer infelices a los demás.
Esteban como El Cabito, El Mono Trágico o El Capitán Tricófero, vive, pues, su agonía y esa es la lección. En él recordaremos a otro revolucionario más quien se revela inopinadamente y de golpe deslumbra al país como los cohetes.
Entre líneas
El 26 de septiembre es un posible parte aguas, de factura propia, que en modo alguno deja laureles en manos de los organismos internacionales que hasta hoy han hecho mutis por el foro. Reparamos, sobre todo, en José Miguel Insulza, Secretario de la OEA. Allí puede comenzar otro espacio de sosiego y pacificación para el país, que una vez más y por un tiempo largo aleje a quienes han besado la mejilla de la patria para entregarla a sus conquistadores cubanos.
La respuesta sobre el final que le espera a Esteban ha de llegar desde los tuétanos mismos de la conciencia nacional. Y es que en tiempo de El Cabito, como lo precisa Pío Gil, «Castro [Cipriano, no Fidel] era un interrogante trazado sobre los destinos de America del Sur». Para entonces «ningún hombre de la civilizada Europa se preocupo de que un déspota estuviese asesinando a un pueblo ayudado por una camarilla, hasta que la acción del déspota asesino llego a los portamonedas de algunos europeos civilizados». Así de crudo y real.