La mitad del silencio
“Si no me muevo, el tiburón pasará de largo sin reparar en mí”.
A esto se reduce la estrategia adoptada por muchos equipos gerenciales de las cada vez más escasas empresas que aún sobreviven en la demencial “economía de transición al socialismo” que mortifica a buena parte de los venezolanos.
Se trata de una genuina paradoja: ante la amenaza cierta de ver definitivamente instaurado en el país un voraz régimen expropiador y una dictadura pura y dura, muchos venezolanos – por cierto que no solamente los equipos de comunicación corporativa – optan por angustiarse en silencio. ¿Por qué lo hacen? ¿Qué esperan lograr con ello?
Tal es el tema abordado por Elías García Navas, consultor senior de la prestigiosa Pizzolante Comunicación Estratégica, en un inquietante y a la vez persuasivo artículo titulado “El Silencio Como Estrategia Fracasada de Supervivencia”. (El Mundo: Economía y Negocios, 3/(/2010). Me apresuro a aclarar que sus comentarios se refieren estrictamente el ámbito empresarial.
García Navas parte, como digo más arriba, de una evidencia cotidiana: muchas empresas temen que, al levantar la voz, se transformen en blanco de fiscalizaciones o expropiaciones.
Su artículo recurre a un ejemplo espumado de la cotidiana realidad: La conducta adoptada ante las insuficiencias, las demoras, las omisiones del llamado Sistema de Transacciones con Títulos en Moneda extranjera (Sitme). ¿Qué hacen muchos de las empresas cuyo desempeño requiere inescapablemente de insumos y repuestos importados, ergo, de dólares? Dice García Navas que el curso de acción más favorecido es “esperar a que el Gobierno internalice el conflicto y plantee la respuesta”, no sea cosa de que, por reclamar, la empresa se granjee la animosidad del gobierno revolucionario.
Esto me recuerda la prudencia que, antaño, solía recomendarse ante la posibilidad de ser víctima de un atraco. “Si no opones resistencia etcétera”; ¿recuerdan? No sé cuántos habrán salvado el pellejo no oponiendo resistencia, pero sí sé que las cosas han llegado al punto en que, aun si oponer resistencia, te bombean cinco sañudos y resentidos balazos en el cuerpo.
Al abundar en el fenómeno, el citado especialista señala: “ante esta amenaza permanente, la capacidad de liderazgo de toda institución comienza a aletargarse, hasta desconectarse de sus públicos clave (autoridades, empleados, comunidades, clientes, etc.) más allá de lo estrictamente necesario.
La opción entonces es que un tercero hable por la empresa, o incluso pelee por ella, con lo cual la compañía entrega su credibilidad e institucionalidad frente al público a un tercero encargado de lanzar la voz de alarma.
De esta forma, como pocos conocen el valor social que la empresa agrega a esos mismos públicos, cualquiera de ellos puede sentir que la compañía es prescindible frente a las necesidades de esta transición.
La estrategia del silencio, en consecuencia, genera unos frutos amargos que para nada protegen contra los efectos vinculados a los conflictos mencionados. Al contrario, debilitan la confianza que sus empleados y colaboradores tienen en la compañía y en la capacidad de esta para actuar con la firmeza necesaria para sobrellevar los cambios previstos el futuro.” Fin de la cita; las cursivas subrayadas son mías.
2.-
Tengo para mí que lo que ocurre en el cerebro y el corazón de las empresas aludidas por García Navas se manifiesta también en la esfera de los individuos, de los particulares venezolanos.
Ese silencio ante la amenaza, ese estarse quietecito mientras el tiburón pasa a mi lado, no es, en la práctica, más que aquiescencia. El diccionario define la aquiescencia como “consenso”, “asentimiento”.
No sé decir si en la Venezuela de hoy quien calla esté ciertamente asintiendo y otorgando potestad a Chávez y los suyos, pero lo cierto es que ese silencio puede ser interpretado por Chávez y los suyos como asentimiento. Esto último ha sido el logro más señalado de los llamados “ni-ni”, esos inasibles – y ciertamente numerosos– sujetos de estudio de los demoscopas.
Los motivos profundos de ese silencio llenan de perplejidad a quienes no concebimos que ante Pudreval, el casi medio centenar de homicidios semanales– solamente en Caracas– y las expropiaciones arbitrarias pueda haber quien, al pedírsele opinión, “no sepa y no conteste”. Y, sin embargo, a estas alturas no cabe despachar la categoría “ni-ni” como esa franja de población favorecida por la munificencia del despilfarro y los negociados al tiempo que encuentra siempre algún reparo para no seguir electoralmente a la oposición política.
Conjeturo que una fracción importante de la “Nebulosa NiNi” calla y no contesta porque en ella anida el tirano que todo venezolano tiene dentro y que se proyecta en Chávez. Pero también cabe pensar que esta fracción no es toda la Nebulosa NiNi ni ese silencio expresa en todos los casos asentimiento hacia los modos tiránicos del Máximo Líder.
Actualmente suele hablarse de la llamada “desesperanza aprendida” y es muy posible que ella obre en la mitad del silencio ni-ni: el silencio de quienes cruzan los dedos, cierran los ojos y rezan porque el tiburón pase de largo sin dedicarles una dentellada. El de los corderos que, creyendo hacerse invisibles, aspiran a sobrevivir sin pensar que con ello sólo logran aplazar su degüello.
García Navas, al discurrir sobre las empresas venezolanas, habla de “la voz de un tercero”. Un otro que vaya y diga y haga “como cosa suya”. El tercero con el que cuenta más de un silencioso paralizado por la inflación y la incertidumbre es, digamos, una fantasiosa intervención de la aviación estadounidense en Irán o una insurrección general de la población cubana que tengan como remoto efecto colateral un súbito cambio de régimen en Venezuela. Pero está claro que nada de eso va a ocurrir.
Más fácil resulta disponerse a votar por la fórmula unitaria de la MUD el 26 de septiembre y añadir una tarea a la jornada: jalarse un “nini” silencioso, de esos que todavía a estas alturas no sabe ni contesta. No creo inhumana esa tarea.
Y uno solo por cabeza debería bastar.