Opinión Nacional

La inseguridad liquida la paz

Aunque no hay guerra declarada en Venezuela no existe la serenidad necesaria para que la vida transcurra normalmente. La incertidumbre se impone en todos los espacios. Como consecuencia de la inseguridad, hace imposible la paz. El miedo se apodera de la gente y los días se hacen largos. A esto no hemos llegado por obra y gracia del Espíritu Santo, ni por casualidad, ni como consecuencia de la ineficacia corrompida característica del régimen actual. La inseguridad es una política de estado cuidadosamente planificada por el alto gobierno y sus asesores extranjeros, especialmente cubanos.

El miedo ha pasado a ser el aliado por excelencia de los actuales gobernantes. Sin necesidad de suspender las garantías constitucionales han logrado restringir la libertad para vivir y trabajar. Para la defensa de la integridad personal, familiar y de los bienes imponen medidas de seguridad que limitan hasta el derecho a la protesta por temor a represalias de hecho y de “derecho”. Lo cierto es que han politizado la mal llamada hampa común, han destruido las policías estadales y municipales, desprestigiado a la Guardia Nacional y han convertido a las fuerzas armadas en una caricatura de lo que deberían ser. Las reservas militares no cumplen con su misión y las milicias revolucionarias, solapadas en las fuerzas regulares o no, se combinan con múltiples estructuras del crimen organizado en zonas urbanas y rurales desde donde actúan con la más absoluta impunidad.

El reciente reportaje de la televisión española, trasmitido y comentado ampliamente en CNN y por supuesto, la famosa foto de El Nacional, reproducida por Tal Cual y otros medios impresos, ahorran tiempo y espacio para explicar una realidad al alcance de todos. Allí están algunas de las consecuencias de esta alianza tenebrosa con el hampa, con factores subversivos y terroristas del área en boca de sus protagonistas. Para nosotros el saldo es de unos 150.000 asesinatos, más los heridos, secuestrados, extorsionados y acosados muy pocas veces contabilizados. Han puesto el tema de moda. La condena ha sido unánime hacia un régimen cuyo presidente no termina de asumir la tarea que le corresponde. Avanza y retrocede tratando de disimular su responsabilidad, pero ya no puede, entre otras cosas, porque es exclusiva y excluyente. En Venezuela están en peligro tanto la libertad como la existencia misma. Cada tiempo crea sus monstruos, pero también abre los caminos para no caer en sus garras y superarlos. Quienes más sufren son los más pobres. Es allí donde está la mayor desilusión, donde hay más claridad con relación a este fraude.

El 26 de septiembre podría ser la gran oportunidad para iniciar el cambio, liquidar a este régimen e iniciar la transición democrática. No son necesarios muchos hombres, ni excesos de valor. Pero se necesita de dirigentes serios y justos que, por el solo hecho de estar, le den trascendencia irreversible a la acción.


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