Opinión Nacional

Amando a Santos y odiando a Uribe

Quizá lo más sorprendente del reciente choque entre Colombia y Venezuela es el nuevo papel que le ha asignado Chávez al presidente electo colombiano, Juan Manuel Santos, el cual, luego de pasar 4 años crucificado como  la “bestia negra” de las relaciones bilaterales, de enemigo público No 1 de Colombia, Venezuela y América latina, perro de la guerra y agente de la oligarquía neogranadina y el imperialismo yanqui, es tratado  ahora como “el señor Santos”, “el presidente entrante” y “jefe de estado ungido por voluntad de la mayoría del pueblo del hermano país”.

Uribe, por el contrario, fue transfigurado en lo que antes  era Santos, o sea, el objetivo principal a atacar y despellejar, invocando contra él todas las fuerzas humanas y divinas con capacidad de pulverizarlo, reetiquetándolo como el  auténtico cachorro que, primero  Bush, y ahora Obama, han dejado suelto en América latina para no permitir  que uno solo de los ciudadanos de la región disfruten de la paz, el bienestar y felicidad que Chávez y Fidel Castro derraman cuando “se hace inevitable” que la revolución y el socialismo triunfen en todo el continente.

 En otras palabras: que Chávez abriga la esperanza de que Santos, como presidente “entrante” sea distinto del  Uribe “saliente”, que se metamorfoseé de halcón en paloma, que luzca, no el hacha de la guerra, sino la rama de olivo de la paz, y de “bandido, gángster genocida y jefe de los carteles de la droga” se convierta en todo un caballero comprensivo con la revolución y el socialismo que patrocina el centauro sabanetero  y protagonice otro capítulo en la historia de la hermandad  y solidaridad entre los dos países.

Y en este orden, no es descartable que cuando se reescriban las crónicas del chavismo del “año 10” desaparezcan (literalmente: se borren) incidentes como la “Operación Fénix” y la “Operación Jaque”, la primera en la que encontró la muerte el segundo de las FARC, Raúl Reyes, en territorio ecuatoriano, y la segunda, la que liberó a Ingrid Betancourt y otros 40 secuestrados, y que Santos se atribuyó con soberbia y sin equívocos,  como para que quedara claro que era el principal responsable de  las ofensivas contra las FARC y  los subversivos de su país.

Pero también  de todas las acciones que durante los últimos 4 años, no solo fueron arrinconando a la guerrilla más vieja del continente hasta sus santuarios más profundos e impenetrables del Putumayo, sino también enfrentado a críticos como  Chávez y  Correa, sosteniendo que estaba dispuesto a enfrentarlos, aun si tenía que repetir operaciones como la de la provincia de Sucumbíos, ya  fuera en Venezuela, ya en  Ecuador.

Entonces  ¿por qué este cambio tan repentino de Chávez hacia Santos y de todo lo que representó en el pasado y puede representar en el futuro, por qué por el solo efecto de su elección presidencial “el socialista siglo XXI”  empezó a  percibir “diferente”  al genocida, casi a tratarlo como a un amigo, como a un camarada y cofrade  y a esperar, que ahora cuando Uribe se despide con la denuncia de los 39 campamentos de las FARC y el ELN  en territorio venezolano, Chávez cree que Santos pueda aceptar tal hecho disponiéndose a resolverlo sin la alharaca uribista y en la idea de que no perturben la normalización de las relaciones?

¿Ha habido contactos Chávez-Santos sobre el tema y la promesa que de que las denuncias no serán un obstáculo para que el comercio y la intensa relación política, social y cultural mutua vuelva al lugar de donde salió?

La verdad es que no hay  información disponible que despeje estas incógnitas, y por tanto, es permisible  pensar en una cosa u otra, que pueda ir por uno u otro lado, no quedando más recurso   que esperar que sea el Santos presidente quien establezca hacia donde ventean la razón o los hechos, o  la razón de los hechos.

De modo que, hasta que eso suceda, me atrevo a aventurar una hipótesis… mi hipótesis: Es evidente que Chávez está ganando tiempo, tomando un “segundo aire”, distrayendo, barajando y simulando, y preparándose para tiempos mejores como aquellos en que, marchando impertérrito por el subcontinente, inundándolo con crudo barato y petrodólares sin intereses, forjando alianzas como el ALBA y promoviendo otras como la UNASUR, podía darse el lujo de recibir a los jefes de las FARC en Miraflores, movilizar batallones hacia la frontera y amenazar desde la Asamblea Nacional con reconocerle el “status de beligerancia” a los irregulares colombianos.

Hoy, por el contrario: los petrodólares escasean, la industria petrolera sufre tal colapso que su producción apenas alcanzan para cumplir  sus compromisos irrenunciables, y el ALBA y la UNASUR, así como otras iniciativas populistas y antiimperialistas, son apenas cascarones sin significación y representatividad e incapaces de tomar y llevar a cabo acciones que porten alguna importancia

Pero hay más: en “tiempos mejores”, la mayoría de los venezolanos no se había convencido  que los 11 años del chavezato han conducido a Venezuela casi al borde de la extinción, con los peores índices de desempeño económico en la región durante el 2009 y el 2010 (solo igualado, pero no superado por Haití), la destrucción de su infraestructura física y de servicios, el colapso de las políticas públicas, una corrupción generalizada y sin tregua, inseguridad personal  solo comparable  a la de los países del África subsahariana, y una incompetencia de tal grado e intensidad que permitió que en los últimos meses se pudieran 350 mil kilos  de alimentos importados y almacenados por empresas públicas.

No hemos hablado, sin embargo, de la destrucción de la Fuerza Armada Nacional, de la institución que por su origen, dotación e historia estaría llamada a ser puntal en cualquier confrontación donde esté involucrada la defensa de la integridad territorial nacional, pero que, igualmente, ha sido desarticulada  por Chávez, llevada a un apresto operativo casi cero, y sin capacidad ni disposición para cumplir con la misión a que la obligan la constitución y las leyes.

Consecuencia de la politización, ideologización y partidización, del empeño de convertirla en un “brazo armado” de la revolución y del socialismo, antes que, en la herramienta del país y de todos los venezolanos que fue desde su fundación por el Libertador, Simón Bolívar.

Pero, también, del intento de sustituirla por una suerte de milicia popular que en muy en el estilo del modelo rentista y petrolero venezolano, culminó en una suerte de club de jubilados dirigidos a cualquier cosa, menos al programa con que pomposamente los presenta Chávez en sus cadenas de radio y televisión.

En otras palabras: que tiempo para retroceder y no para avanzar, para sacar la bandera blanca y esconder la roja, para aflojar y no para tensar, para tratar de conseguir con el peor, lo que no se consiguió con el menos malo.

Pero no por mucho tiempo si, como se espera, Santos puede desgastarse y las FARC recuperarse, y  a la vuelta del mediano y largo plaza acumular  allá y aquí, en Miraflores y en las montañas, el vigor suficiente para  embestir y  tratar de darle el empujón final al liderazgo del país cuyo modelo neoliberal, de economía de mercado y sistema político democrático es el enemigo estratégico a vencer antes de iniciar el proclamado delirio del despellejamiento del capitalismo, el imperialismo y los Estados Unidos.

Tarea aplazada pero no desechada, ahora que Santos emerge con una legitimidad irreprochable, que el estado de derecho colombiano está más fuerte que nunca, la economía corre a comportarse como una de las más exitosas de la región, y la mayoría de los ciudadanos colombianos piensan y sienten que el último obstáculo para acceder al primer mundo son las FARC, el ELN y sus aliados.

Y ahí está el desiderátum, que no deben olvidar los comeflores de los dos lados de la frontera, para quienes el actual conflicto es uno más entre muchos y está condenado a olvidarse en semanas o meses.

Evidentemente la derrota de Antana Mockus les sirvió de poco.

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