Chávez: con el cardenal Urosa te has topado
Resulta de lo más característico que, mientras en La Habana, los añejos dictadores, Fidel y Raúl Castro, aceptan la mediación de la Iglesia Católica para negociar el agobiante asunto de la liberación de 58 presos de conciencia encarcelados desde abril del 2003 (reconociéndola, de paso, como la institución de más prestigio, autoridad y organicidad de la sociedad civil cubana), en Caracas, el pichón de dictador, Hugo Chávez, desata una compaña de insultos contra la iglesia y el cardenal, Jorge Urosa Savino, sin duda que en el delirio de sustituirla por su propia religión e iglesia que llama “revolución marxista” y “socialismo del siglo XXI”, y por el único, solo y auténtico “dios verdadero” que es el parlanchín, bipolar e impredecible centauro de Sabaneta,
Circunstancias de tiempo, lugar y personas que obligan a recordar que, mientras Fidel y Raúl Castro vienen de una guerra implacable pero inútil de más de medio siglo en que se empeñaron con todo en destruir a la Iglesia Católica cubana (paredones de fusilamiento, cárceles, torturas, exilios y boicots de todo tipo), Chávez, en sus 10 años, apenas alcanza a convivir de mala manera con la Iglesia Católica venezolana y en un empeño, también inútil, de disfrazarse de cristiano, apostólico y romano.
Cuestión de metódica que también diferenció a las dictaduras de Mussolini, Hitler y Stalin, pero siempre para encontrarse con los mismos resultados: los tres primeros convertidos en un reguero de horrores que siguen pudriéndose en el basurero de la historia, en tanto que la Iglesia Católica es cada día una institución más influyente, activa, vigorosa, robusta, que crece sin parar y es un factor social y político no soslayable aun en países de dictadores longevos, marxistas, socialistas, comunistas y ateos.
Lo están revelando los dictadores, Fidel y Raúl Castro, vencidos por el error de pasar más de 50 años martirizando al pueblo cubano a nombre de una utopía inviable, abominable y atroz y quien sabe si preocupados por darle cuenta de sus actos a un Dios que no reconocen, pero que es la única instancia a la cual se puede temer, después que los hombres fallaron en su responsabilidad de derrocarlos, juzgarlos y condenarlos,
Sobre todo en tiempos en que la llamada revolución cubana se apaga, fenece, entropiza, autodestruye, y queda sin fanáticos, seguidores y aduladores; en cambio que la iglesia desarrolla una obra social reconocida dentro y fuera de Cuba, lleva hasta 20 mil publicaciones al mes a los hogares isleños, convoca a casi 100 mil feligreses a los oficios religiosos de sábado y domingo y será un factor determinante en lo que será la transición cubana de la dictadura a la libertad, del totalitarismo a la democracia, de la exclusión a la inclusión.
O sea que, cosas como para creer en Dios y no olvidarse jamás de principios bíblicos como: “Amaos los unos a los otros”, “Y no solo del pan vive el hombre”, y “Bienaventurados los que sufren persecución a causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos”.
Que, por cierto, algunas veces he visto a Chávez predicar en su bipolaridad, pero mientras amenaza con una espada al cinto, con un fusil al hombro o aviones de combate que surcan los cielos y grita: “Cuidado, porque si no me permiten que los haga felices por las buenas, se los impondré por las malas”.
Un ejemplo de hasta dónde puede llegar la farsa de un pichón de dictador cuyo único interés es gobernar de por vida, y dejarnos como herencia una dinastía familiar, se revela en la campaña que encabeza desde hace una semana contra la Iglesia Católica venezolana y el cardenal, Jorge Urosa Savino, y … ¿saben por qué?.. pues porque el primado le ha dicho lo que le gritan la experiencia histórica universal, la mayoría del pueblo venezolano, la de los pueblos del mundo y, muy en especial, la de los de los países que constituyeron la Unión Soviética, la China Comunista, los países de Europa del Este, y de Cuba, Corea del Norte y Vietnam:
El socialismo y el comunismo no sirven sino para conducir los países y sus pueblos a la ruina, a la destrucción total, a sufrimientos sin fin y desigualdades monstruosas, a injusticias atroces y a violaciones gigantescas de los derechos humanos como quizá jamás se conocieron en ningún otro momento ni lugar de la historia.
Y las pruebas, a nivel de Venezuela, son concluyentes, claman al cielo, donde, después de 10 años de chavezato, crece la pobreza y las injusticias sociales, se exponencia la desigualdad, ya casi no hay seguridad personal, ni infraestructura física, ni servicios públicos, nos precipitamos a un déficit crónico de energía teniendo las mayores reservas de crudo del mundo occidencial, y la burocracia estatal, de tan corrupta e incompetente, permite que se pudran más de 122 mil toneladas de alimentos en aduanas y almacenadoras.
O sea, que el socialismo y el comunismo solo son aptos para entronizar dictadores y dictaduras que crean las condiciones para que los países retrocedan al absolutismo y las dinastías familiares premodernas, en contextos en que solo una voz, una sola imagen, una sola idea, un solo pensamiento, y una sola orden se entroniza por los siglos de los siglos y de los siglos amén.
Todo distinto, en fin, a lo que sucede política, cultural, humana y socialmente en la Iglesia Católica, institución plural, democrática e inclusiva por excelencia, por mandato de Cristo, y donde la voz de Urosa Savino convive y se fortalece con las de Mario Moronta, Arturo Sosa, el cura Palmar y José Virtuoso.
Con una estricta separación de los asuntos humanos y los divinos (“Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”) y que no cree en dictaduras de cien años, ni sistemas de mil, ni dinastías de cinco mil y ahí están Hitler, Stalin, Mussolini, Mao y Fidel y Raúl Castro para que lo corroboren, mientras el trono de San Pedro permanece ocupado por hombres necesarios de la estirpe de Pío XII, Juan XXIII, Paulo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Se siente, a efectos venezolanos, americanos y mundiales, en la entrevista que le hizo el colega, Roberto Giusti, al cardenal Jorge Urosa Savino en “El Universal” del domingo antepasado, y en una carta que le envió a Chávez desde Roma hace una semana, y en las cuales, sin ser político, militante de partidos, ni simpatizar con ideología alguna (“A nosotros no nos corresponde el papel de operadores políticos. No somos un partido, aunque se nos acuse de serlo. Estamos al servicio del pueblo en la perspectiva religiosa, profética, litúrgica y eso incluye la proclamación de los grandes valores y derechos del hombre”) , acaba de dar una lección de sintonía con Venezuela, la historia universal pasada y reciente y el humanismo cristiano de siempre, como quizá no conocían los venezolanos desde los tiempos de la Pastoral de Monseñor Arias Blanco, que a mediados de los años cincuenta inicio el fin de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez.
Y que se desglosa, no en insultos ni llamados en la guerra contra Chávez ni contra nadie, sino en una apelación al diálogo que subraya es, por sobre todo, el derecho a la paz que tienen los venezolanos sobre la base de la urgencia de atender sus urgencias y carencias.
Porque “No se trata” dice Urosa “de quitarle a unos para darle a otros, sino de una actividad económica ejercida en libertad y que estimule el crecimiento de todos. El Estado no puede actuar de manera arbitraria, aunque, como decía Juan Pablo II, sobre la propiedad privada pesa una hipoteca social. Esos bienes deben tener proyección social y creo que la responsabilidad social de los empresarios ha crecido mucho”.
Llamado al diálogo que los añosos, añejos, longevos y valetudinarios dictadores cubanos están atendiendo en su acercamiento a la iglesia cubana, y que Chávez debería atender si no quiere cargar con el estigma de la destrucción de la patria que a costa de grandes sacrificios nos legaron Bolívar, Miranda, Sucre, Páez, y el resto de los libertadores.
Es una opción que rogamos se resuelva a favor del bien y no del mal, de la libertad y no de la dictadura, del amor y no del odio, de la paz y no de la guerra, de la inclusión y no de la exclusión.
Aunque no debemos olvidar que, según cuentan los Evangelios, Satanás prefirió hundirse en las tinieblas del infierno por siempre y para siempre, antes que oír el llamado a la salvación del Cristo redentor.