El cardenal tiene razón
El anciano dictador que tiraniza a Cuba desde hace más de cincuenta años puso las cosas en su lugar: el socialismo, incluido el del siglo XXI, es el mismo comunismo de siempre; el que concibió Marx con trazos muy gruesos y Lenin precisó con detalles significativos. Luego de esas categóricas afirmaciones, los exégetas vernáculos del régimen han dado miles de piruetas para desmarcarse del comunismo y para diferenciarlo del socialismo que ellos proclaman. Pero, el daño está hecho. Fidel Castro radiografió la “revolución bonita”. El cardenal Jorge Urosa Savino dio en clavo cuando dijo que la “isla de la felicidad” que el Presidente quiere reproducir en el Venezuela es comunismo, y del más ortodoxo. Claro, a Castro los periodistas de VTV, convertidos en adoratrices, no le pidieron ninguna explicación, ni lo recriminaron, tal como hizo en tono insolente la presidenta de la Asamblea Nacional con el prelado católico.
¿Por qué es socialismo chavista es comunismo, y al estilo cubano? Por las siguientes razones.
En el plano económico, ataca la propiedad privada, la economía de mercado y las relaciones mercantiles. Todos los regímenes comunistas se platean estatizar y colectivizar todo. En Cuba esto se logró desde comienzos de la revolución. El Che Guevara fue su artífice. Promovió una economía precapitalista, de corte pastoril, basada en el valor de uso y no en el valor de cambio, con lo cual demolió la base productiva de la que era la isla más desarrollada del Caribe.
En el plano político, el comunismo concentra el poder en una burocracia aristocrática centralizada -en el caso de la isla antillana, con un sistema de partido único, en el Comité Central del PCC- que a su vez delega la autoridad en el jefe máximo. El comunismo siempre es autocrático y, desde luego, autoritario. En Venezuela padecemos este rasgo diariamente. El mandatario autóctono recrea los rasgos caudillescos de su mentor isleño.
En el ámbito institucional, el comunismo exige la “unidad del Estado revolucionario”. No existe la soberanía ni la independencia entre los poderes. Para el Marx posterior a la Comuna de París y para Lenin, el Estado de Derecho -cuya condición esencial reside en la autonomía de las distintas ramas del poder público- es una añagaza de la burguesía para ocultar sus deseos hegemónicos y una barrera que los revolucionarios deben traspasar para imponer el cambio. En Venezuela, la presidenta del TSJ expresó esta idea de forma rudimentaria hace algunos meses. Los representantes de los otros poderes, sin decirlo expresamente, actúan apegados a este axioma.
En la esfera cultural e ideológica, el comunismo persigue destruir la sociedad librepensadora, plural y laica, para sustituirla por una comunidad confesional que profese una religión civil de carácter oficial. En la Unión Soviética y en Cuba ese credo es el marxismo. En Venezuela, el régimen inventó un collage en el que se mezclan en un conjunto desordenado y caótico el bolivarianismo, el marxismo, el “pensamiento” zamorano y otras ideologías cuya solvencia intelectual no resulta muy clara. Todos los comunismos pretenden destruir los valores “decadentes” del capitalismo –tales como el afán de lucro y el consumismo- para suplantarlos por prístinos valores –todos angelicales- que den origen al “Hombre Nuevo”. Estos experimentos de ingeniería social produjeron monstruosidades como el realismo socialista en la URSS, la Revolución Cultural en China, el exterminio de los intelectuales en Camboya y Cuba. Aquí constantemente oímos hablar del “hombre nuevo” (el que administra Pudreval).
En la esfera comunicacional, el comunismo se declara enemigo de la libertad de prensa, de la libertad de información y comunicación, de la independencia de criterios. Uno de los primeros decretos de Lenin después del golpe de Estado de los bolcheviques fue el que suprimió la prensa libre. En Venezuela no han podido acallarla, solo la mantienen amenazada.
En la dimensión social, el comunismo busca acabar con toda forma independiente de organización de la sociedad civil. Los sindicatos, gremios, ONG, asociaciones culturales, centros de estudiantes, clubes deportivos, que no obedezcan a la línea oficial, se convierten en enemigos del régimen. La destrucción de estas agrupaciones se ha intentado, pero la capacidad de resistencia ha sido mayor.
Podría seguir enumerando características del comunismo que el Gobierno trata de replicar en Venezuela, pero con las mencionadas es suficiente para afirmar, otra vez, que al Cardenal hay que darle la razón