Opinión Nacional

Asamblea Nacional

La democracia venezolana está enferma. La Asamblea Nacional sufrió una grave operación que la tiene en silla de ruedas y es llevada y manejada por el Ejecutivo. El 26 de septiembre hay una nueva intervención quirúrgica para ver si el enfermo se levanta o cae en la definitiva invalidez.

La mayoría de los venezolanos que votó por Chávez lo hizo con esperanza de cambio: quería más democracia, menos corrupción e incapacidad gubernamental, más justicia social, con un poder más desconcentrado y compartido por la gente. Hoy también la mayoría (chavistas o no) quiere lo mismo. La democracia es imposible si la Asamblea Nacional no representa a toda la sociedad con sus diversas tendencias y corrientes políticas. Por una serie de graves errores y de cinismo político, la mitad de la población venezolana se quedó sin ningún diputado y actualmente la gran mayoría de estos representa el querer y el sentir del Presidente y del partido y no las esperanzas, el sentir y las necesidades de la población.

Además la Asamblea tiene el deber de legislar con autonomía del Ejecutivo y controlar la gestión de éste. Lamentablemente el legislativo controlador se ha convertido en cómplice controlado por el Ejecutivo.

No tiene sentido quedarse en culpar al Ejecutivo y su partido, pues ya ellos han dicho que esa es su naturaleza y propósito, que su modelo es la dictadura cubana, o la llamada “dictadura del proletariado” de la antigua Alemania Oriental, en las que la Asamblea debe servir en bandeja las leyes que pide el Presidente. Es una manera de entender la política y la revolución. Este modelo, que contradice la Constitución Bolivariana, está todavía en transición hacia su ideal de exclusividad y de control en una “sociedad feliz” sin propiedad privada, ni pluralismo educativo, ni empresas no estatales, ni medios de comunicación que no sean del partido-gobierno. En pobreza y sin libertad, como en Cuba.

Se dice que no hay en el mundo gobierno más democrático que éste por sus muchas votaciones ganadas. Pero votación no es democracia y Stalin, Hitler, Franco y Castro también hacían votaciones y las ganaban con más del 90%. Lo que diferencia a la democracia es que en ésta la Asamblea es lugar de diálogo y de discusión entre quienes piensan distinto y tienen propuestas diferentes sobre los problemas nacionales. Una Asamblea democrática además controla y pide cuentas al Ejecutivo, mientras a ella le pide cuentas una sociedad vigilante.

Para salvar a la democracia en Venezuela necesitamos dramáticamente una Asamblea plural con diputados de diversas tendencias, capaces de argumentar, dialogar y encontrar soluciones a los problemas del país. Es la sociedad y sus 17 millones de votantes los que deciden quién nos va a representar. Nadie puede esconder su cómoda pasividad echando la culpa al gobierno (ni) o a la oposición (ni). Desde luego la participación electoral no nos exime de otras muchas formas cotidianas de defensa de la democracia y de resistencia a los propósitos dictatoriales.

No basta que los demócratas votemos, es imprescindible luchar para que el árbitro electoral y el proceso sean limpios. Ante rumores alarmantes sobre el firme propósito y acciones excluyentes de algunos árbitros para garantizar el triunfo de la tendencia dictatorial, los dirigentes demócratas deben realizar ya con firmeza las exigencias legales y constitucionales al CNE, movilizar testigos y activar la vigilancia generalizada en torno a las elecciones. Lamentablemente, ya hay decisiones tomadas que atentan contra la representación proporcional de los electores. Aun así, los demócratas pueden ganar y obtener la representación que les corresponde, si unen y concentran fuerzas dejando diferencias secundarias ante la gravedad de lo que nos jugamos.

Se acentuarán los habituales abusos del Ejecutivo en campaña y el uso de los dineros públicos a favor del partido. Pero la conciencia movilizada y organizada de la mayoría (la misma que tumbó el muro de Berlín) es más fuerte.

La apatía, la inactividad y la abstención son la manera de enterrar lo que nos queda de democracia.

Hay que prepararse para vencer el miedo, votar y resistir el 26 de septiembre y el día después, y los meses que seguirán. Todo depende de la inteligencia, unidad y valor de los demócratas.

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