¡A votar con la nariz!
Las narices votarán contra el gobierno más hediondo de nuestra historia
La nariz tiene, en la historia humana, lo que podrían llamarse letras de nobleza. Una escuela tradicional de historiadores sostenía que si la nariz de Cleopatra hubiese sido un poco más larga, otro hubiese sido el destino de la historia humana, o por lo menos de Roma.
Un famoso verso de Quevedo, que aprendimos de memoria desde la escuela, hablaba de algo descomunal:
Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una alquitara medio viva,
érase un peje espada mal barbado;
era un reloj de sol mal encarado,
érase un elefante boca arriba,
érase una nariz sayón y escriba,
un Ovidio Nasón mal narigado.
Érase el espolón de una galera,
érase una pirámide de Egipto,
las doce tribus de narices era;
érase un naricísimo infinito,
frisón archinariz, caratulera,
sabañón garrafal, morado y frito.
El pañuelo en la nariz
Edmond Rostand, en 1897, puso en verso la fortuna y la desgracia de Cyrano de Bergerac (1619-1665), quien poseía un talento poético tan descomunal como su nariz.
En Venezuela, la nariz también tiene una historia fuera del consultorio de los otorrinolaringólogos. En 1936, se hizo famosa la expresión “con el pañuelo en la nariz” con el cual la oposición popular proponía que se aceptase la reunión del Congreso gomecista para elegir Presidente Constitucional al general Eleazar López Contreras y asegurar así una transición pacífica hacia la democracia. Los comunistas, más tarde, pretendieron que la frase la había inventado Betancourt contra la opinión del resto de la izquierda; pero éste demostró, papeles en mano, que esa había sido una proposición de toda la izquierda, que formó con tal fin el llamado “Bloque de Abril”.
En nuestros días, quien se deja arrastrar sin reflexión a una manifestación (por lo general del Gobierno) se dice que lo llevaron “nariceado”.
Por una nariz
En el hipódromo, se decía, como en un famoso tango de Gardel, que tal o cual caballo había ganado “por una cabeza”; pero con el adelanto de la técnica fotográfica, ahora se suele decir que se impuso “por una nariz”.
Sin embargo, es en las últimas dos décadas que las circunstancias, la vida, o el destino, como se quiera llamarla (aunque dudamos que se pueda hablar de ella como “la Fortuna”) ha impuesto a los venezolanos el uso de la nariz como uno de los órganos principales del cuerpo humano, y el olfato como el más importante acaso de los sentidos. El cuatro de febrero de 1992, atrincherado en el retrete del Museo Militar, un Capitán Araña (que más tarde haría muy famosas sus “espantás”, como aquel famoso torero español) derramó lo que algunos derraman en las batallas sin disparar un tiro; y en tal cantidad que sus compañeros de aventura le advirtieron como el Quijote a Sancho : “Hueles, y no a rosas”. Ha tenido sin embargo la fortuna de que la televisión se ve y se oye, pero no se huele, “por ahora”.
Como Píndaro y Lugones
Lo cual le ha permitido tapar con gritos todos los hedores cada vez que, en su acción de gobierno, pone lo que él mismo, en su lenguaje de poeta imaginífico (el de Píndaro y Lugones), llamó alguna vez “una plasta”.
Pero así como el cántaro termina por romperse de tanto ir a la fuente, igual sucede con la expulsión de los malos olores. Debe decirse que el sentido cuya percepción se debe a la nariz se aguzó en el siglo XX gracias a la aparición de los movimientos ecologistas y sus campañas que al principio parecían no ser más que chifladuras de gente sin oficio ni beneficio y que hoy se ha convertido en un poderoso movimiento dispuesto a salvar al planeta de las malas acciones de su mayor depredador, el hombre. En algunas partes, ese movimiento ha alcanzado una fuerza tal, que se ha convertido en un partido político, y hasta de gobierno. Pero hay veces en que poco o nada tiene que hacer ese movimiento con la creación de una particular sensibilidad: es el espontáneo caso venezolano.
La hedionda liebre
Como suele suceder, de donde menos se esperaba saltó la liebre. En un cuadro de ruina total de la economía, la industria textil comenzó a crecer desmesuradamente, y sus máquinas no se daban abasto, ni sus obreros trabajando veinticuatro horas diarias. Hubo que recurrir a la importación, pero tampoco en el extranjero se tenía capacidad suficiente para abastecer el mercado venezolano.
¿Qué había sucedido? Pues que la demanda de pañuelos había sobrepasado largamente la oferta. Con una sola excepción, conocida desde 1992, el venezolano no es particularmente llorón. ¿Para qué entonces tanto pañuelo? Es que un hedor a podrido había comenzado a cubrir a toda Venezuela, proveniente de unos containers cuyo nombre se hizo tan famoso, que ya ni los pañuelos sirven para taparlo, ni las diversas distracciones inventadas por el Gobierno. Por el contrario, en la calle ha comenzado a hablarse del partido de gobierno como del PUS, y a llamar Hugo Carne Podría a su Comandante en Jefe. En tal condición, los comicios de septiembre serán un caso único en la historia del mundo. Así como se decía en la Primera Guerra Mundial que, al desertar, los soldados rusos “votaban con los pies” contra la guerra, los electores venezolanos votarán “con la nariz” contra los candidatos del Gobierno más hediondo de nuestra historia.