Opinión Nacional

Provocaciones guerreras

El presidente de Venezuela, Teniente Coronel Hugo Chávez, fue un mediocre militar, mal estudiante. Pudiera considerarse uno del montón. Su autocalificada revolución no tiene antecedentes épicos, ni hechos heroicos. Sin embargo se hace llamar “comandante-presidente”, como Fidel Castro. Cuando se disfraza de militar utiliza uniforme parecido, con iguales distintivos, al de los hermanos Castro. Su protagonismo nace a raíz del fallido golpe de estado del 4F de 1992. Casi todos los jefes de la cruenta asonada cumplieron su misión. Combatieron, fueron derrotados y hechos prisioneros. No fue el caso de Chávez. Sin disparar un tiro se rindió a doscientos metros del Palacio de Miraflores, sede de la presidencia. Exhortó a sus compañeros a entregarse y allí terminó la aventura. Posteriormente, en ejercicio de la presidencia, el 11 de abril de 2002 ordenó disparar contra el pueblo que marchaba hacia Palacio exigiendo su renuncia. 20 muertos y más de 100 heridos fue el saldo de lo que se conoce como “la masacre de Miraflores”. El Alto Mando Militar se la exigió, la cual presento. Lloró, pidió perdón, exigió la presencia de la más alta jerarquía de la iglesia Católica y un avión con recursos suficientes para irse a Cuba. No hizo resistencia, ni fue necesaria la violencia en su contra. Estaba solo y, a pesar de tener concentrado todo el poder, se entregó. Solo asoma valentía cuando está rodeado de los matones cubanos y venezolanos que lo acompañan. El tipo es personalmente cobarde, pero bocón y retrechero en el lenguaje. Suele suceder.

Sin embargo, lleva once años gobernando. Es un conspirador nato. Especialista en el disimulo y la mentira, en marchas y contramarchas y progresivamente ha destruido la democracia desde la democracia misma, gracias a la manipulación descarada del orden jurídico. No es confiable. Internamente está en caída libre su aceptación. Busca solidaridad mediante un nacionalismo guerrerista con relación a Colombia y Estados Unidos. Todos los días inventa inminentes agresiones, ordena que nos preparemos para la guerra y mantiene una suerte de emergencia para justificar la represión y la acusación de “traidores a la patria” a quienes no se presten al diabólico juego. Chávez necesita la guerra, así la pierda, para consolidar el deteriorado liderazgo de hoy. Calcula que la intervención internacional no permitirá la extensión de un conflicto abierto. Por eso juega a la guerra de cuarta generación, ya en ejecución. Alerta. El peligro existe.


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