Imaginación atrofiada
Le tomo prestado el título a Miguel Angel Campos, insigne ensayista nuestro, para dar cuenta de la poca sindéresis e irresponsabilidad con la cual el alto gobierno se ha expresado durante éste fin de año, y que indica sin mayor disimulo, el derrotero por el que piensa transitar, para desgracia de la mayoría de los venezolanos.
En un país bajo las apariencias y ambigüedades, donde las responsabilidades se diluyen y la complicidad aborta todo intento de una mínima disciplina social, casi todo termina siendo caricaturesco.
Todo el discurso enfila sus baterías ante la inminente invasión yankee y la amenaza contrarrevolucionaria interna. Además se mantiene la cansina denuncia anti capitalista y un lenguaje basado en el odio social y el rencor. La tan ansiada reconciliación tiene que seguir esperando para frustración de la gran inmensa mayoría.
La política casi nunca se basa en realidades, sino en apariencias y engaños, con sus dosis de esperanza, y por qué no, en la magia. No obstante, luego de un indiscutible desgaste, y sobre todo, ante la evidencia de una mediocre ejecución gubernamental, la credibilidad del alto gobierno se encuentra por el suelo.
Dice una encíclica papal que “toda actuación seria y recta del hombre es esperanza en acto”, y si antes éste capital anímico era monopolio casi exclusivo de los alzados del 4 de febrero, hoy, luego de la devastación y el saqueo, nos cunde la necesidad de otra nueva esperanza.
La gente quiere paz, la gente quiere seguridad, la gente quiere buenos servicios públicos, la gente quiere trabajo, la gente quiere un nuevo gobierno serio y responsable.
Toda la retórica gubernamental, hoy luce forzada y vacía, poco imaginativa. Nadie quiere guerra contra Colombia; no existe ni la más mínima sospecha de romper relaciones comerciales con nuestro principal socio petrolero en el Norte; los grandes centros comerciales irradian ondas positivas de la mano de los consumidores adictos que dan fe con sus compras de una manera de ser capitalista.
A ésta “gente” se les acabó el discurso, y lo más evidente, se les acabó la oportunidad que tuvieron de hacer historia en grande, en un sentido positivo. Ahora toca crear las condiciones del relevo en la conducción política del país desde una óptica optimista basada en la decencia, la responsabilidad y la competencia.