Democracia o Barbarie
A este nivel de bajeza y humillación hemos llegado: a la de un pueblo pisoteado por la barbarie de una camarilla uniformada bajo el poder totalitario de un ex oficial golpista de nuestras fuerzas armadas. Encandilado, seducido y sometido, a su vez, por la barbarie cubana, a la que le ha entregado la patria. Una tragedia.
La editora El Nacional se apronta a presentar en su serie Actualidad y Política una colección de artículos y ensayos de Fernando Mires, profesor de filosofía de la Universidad de Oldenburg, Alemania, y asiduo visitante a un país, el nuestro, que ha aprendido a amar y respetar como al suyo propio, el Chile de nuestros desvelos, cuyo título condensa de manera cabal su extraordinario contenido: DEMOCRACIA O BARBARIE. Trata, como no podía ser menos, de esta encrucijada en que nos debatimos desde hace largos y pesarosos once años los venezolanos: la de la dictadura militarista del teniente coronel Hugo Chávez, resumida en ese término – barbarie – lleno de resonancias milenarias y que designa desde los tempranos tiempos de la polis griega a esos bárbaros que amenazaban desde las estepas del Asia Central la existencia de los pueblos cultos y civilizados del Mediterráneo – bárbaros: los que balbucean – que viven ajenos a la polis, la ciudad, el centro de la vida social, espiritual, cultural, vale decir: política de un pueblo que fuera capaz de inventar hace dos mil quinientos años la primera forma de democracia: el gobierno del pueblo. Como lo dijera Churchill, asimismo citado en ese sencillo y abrumador artículo con el que Mires asoma al lector la riqueza cuestionadora de su pensamiento: “la democracia es la peor forma de gobierno, con excepción de todas las demás”. No hablemos de esta tiranía, tema y motivo del libro que comentamos.
Su punto de partida es la cruda e irrebatible constatación de que el de Chávez es un régimen dictatorial, caracterizado por dos evidentes verdades: es un gobierno militar en el que su presidente ha subordinado absolutamente todos los restantes poderes. Por lo tanto un régimen cuartelario sin división de poderes. A partir de una sucinta revisión de la maravillosa obra La Democracia en América de Alexis de Tocqueville – que por lo menos nuestra élite intelectual y política debiera conocer de memoria – arriba a esa aterradora constatación, que entre nosotros ya nadie se atreve a poner en dudas: “Allí donde parlamento y justicia se encuentran subordinados al Ejecutivo, hay dictadura. Así de simple.”
Como para reafirmar a través de la pantalla la afirmación de Fernando Mires de que los venezolanos estamos sometidos por la barbarie, sale en la mañana de ayer el tirapiedras y encapuchado de la UCV convertido por arte de la barbarie en vicepresidente de una república fundadora de naciones, afirmando que Diego Arria deberá demostrar la titularidad de su propiedad. En otras palabras: se le arrebatan sus tierras y se atropella a sus trabajadores sin otro respaldo jurídico que el de la violencia bruta, pisoteando el derecho a la propiedad consagrado constitucionalmente, para luego exigirle la demostración de que esas tierras que le han sido literalmente saqueadas – en plena producción – le pertenecen. La vieja enseña de nuestros viejos gobiernos: «se dispara primero, se averigua después». Chávez, el amo de Elías Jaua y de todos quienes le sirven desde el más alto hasta el más bajo cargo del Estado – pues como bien diría Luis XIV “El Estado es Él” – lo corrige de inmediato: con o sin titularidad, Arria no recuperará sus tierras a menos que vaya y lo saque a él, El Supremo, del Poder. Ese es el principal atributo de una dictadura: dicta y manda, como decían nuestros mayores; «el que más mea». Como en su tiempo Gómez. Como en su tiempo Pérez Jiménez.
Cuando Hitler ordenó en 1934 asesinar a casi dos centenas de sus más fieles esbirros, los de la Sturm Abteilung (SA) en la aciaga Noche de los Cuchillos Largos, no sólo se vanaglorió de haberlo ordenado personalmente: fue alzado a las máximas alturas de la jurisprudencia nazi por su parlamento – el Reichstag – alabándolo como el Juez Supremo de la nación germana. Como tal Führer tenía el legítimo derecho y el poder absoluto de vida o muerte sobre sus súbditos. Con o sin juicio previo. Carl Schmitt, el jurista del nazismo escribiría incluso un sesudo ensayo sobre el asunto: En defensa de la Justicia. La del horror, por supuesto. Nuestro Juez Supremo encarcela decenas de honorables ciudadanos, los condena a treinta años y mete en prisión como castigo o premia con su dedo memorable a diestra y siniestra. Porque le sale del forro. Así de simple.
A este nivel de bajeza y humillación hemos llegado: a la de un pueblo pisoteado por la barbarie de una camarilla uniformada bajo el poder totalitario de un oficial golpista de nuestras fuerzas armadas. Ecandilado, seducido y sometido, a su vez, por la barbarie cubana. Un sátrapa. Con razón ese gran demócrata venezolano, Oswaldo Álvarez Paz, le confesaba también ayer desde la cárcel a Milagros Socorro sentirse como un extraterrestre en un país que ya no reconoce como el suyo. Estamos a un tris de perderlo. Si no despertamos a tiempo.