¿Armas contra el imperio?
(%=Image(7516448,»L»)%) Nada bueno se puede construir sobre la mentira o el autoengaño. En enero Caracas apareció llena de costosos afiches del Bicentenario que dicen: 200 años combatiendo imperios. ¿Buscan alimentar la épica antiimperialista y justificar el armamentismo? Lamentable falsedad y errado propósito. Veamos. Se supone que los imperios combatidos por Venezuela fueron España, Inglaterra y Estados Unidos. España como imperio era cadáver insepulto desde 1640. Las provincias americanas se mantuvieron unidas a Madrid, no por la marina ni los ejércitos imperiales, sino porque los españoles de América -a pesar de agravios y discriminaciones- querían seguir siendo españoles y católicos, antes que ingleses y anglicanos. De 1811 hasta 1815, la guerra fue entre venezolanos y el saldo final de nuestra Independencia es de no menos de 30 venezolanos de ambos bandos, que se mataron entre sí, por cada muerto español. Miranda, Bolívar y todos los fundadores buscaron -con toda razón y pragmatismo- el apoyo inglés. Nuestra independencia fue ganada en los campos de batalla y garantizada por el apoyo y reconocimiento inglés y norteamericano (C.Zumeta). Luego, el imperio inglés nos despojó de más de 150.000 km2 en el Esequibo, sin perder ellos ningún soldado. Nuestros hombres sin escuela aprendían desde niños las cargas de machete para sólo matar venezolanos. En el momento en que los ingleses planeaban apoderarse de las Bocas del Orinoco y de las minas de oro de El Callao, Antonio Guzmán Blanco, llamado el Ilustre Americano (tal vez con razón) soñaba con la construcción de un ferrocarril del Orinoco a Guasipati para acercar las minas de oro a la bolsa de Londres entre 1879 y 1884, durante su segundo mandato. EE.UU, ocupado en el siglo XIX en la dominación de su propio territorio (con anexión de parte de México), a finales de siglo dio los primeros saltos imperiales sobre el Caribe, Centroamérica y Oceanía. Teodoro Roosevelt (1901-1909), con cinismo y garrote escondido, añadió a la doctrina Monroe el “corolario de Roosevelt”, que se reserva el derecho de “ejercer un poder de policía internacional” en determinados casos. Es importante no provocar a perro poderoso y dispuesto a morder. Lo contrario hizo la boconería nacionalista de Cipriano Castro y nos entregó atados de pies y manos al policía norteamericano. Su guerra verbal antiimperialista provocó a los europeos y la desvergonzada agresión armada de estos a nuestros puertos le ofreció en bandeja a Estados Unidos la imposición de la doctrina Monroe con el corolario de Roosevelt. EE.UU. paró a los agresores y el ministro (embajador en Venezuela) Bowen “representó” a nuestro país en los Protocolos de Washington (1903) con las potencias europeas, garantizó nuestra sumisa aceptación y nos impuso el pago de las deudas con 30% del ingreso de las aduanas de La Guaira y Puerto Cabello. No necesitó consultar a Venezuela para los “insultantes” Protocolos (González Guinán dixit) y obligar a nuestro país a aceptar las comisiones mixtas, donde europeos y norteamericanos hicieron sus abusivas demandas; sólo 15% eran razonables. Toda protesta venezolana fue inútil y, gracias a Castro, se impuso Estados Unidos como señor de este lado del Atlántico y policía del comportamiento venezolano. No se conoce muerto norteamericano por bala antiimperialista venezolana, aunque habrá algún funcionario petrolero victima del paludismo por picadura de mosquito. Hoy el palabrerío y el insulto se combinan sin rubor con la entrega dócil de 400 millones de barriles de petróleo al año, al buen pagador imperial, para luego correr encandilados a comprarles lo que nos quieran vender. A pesar de brillantes paréntesis civiles y civilizatorios en el pasado, la realidad y la imaginación venezolanas se mantienen secuestradas por los caudillos que compran armas contra nuestro desarrollo civil, no contra los imperios. Acaban de secuestrar el dinero de las escuelas para helicópteros artillados y tanques rusos (5.400 millones de dólares en armas hoy y 4.000 millones ayer). Contra los imperios los pequeños luchan exitosamente, no provocándolos con palabras insultantes, sino fortaleciendo su propio desarrollo civil: educativo, económico y social, unidad nacional y alianzas internacionales. La prohibición de los juguetes bélicos debería ampliarse a los mayores de edad, con auto-prohibición presidencial incluida.